Fidel tomo como referencia esta mata de mango para la realización del Parque Lenin. Imagino que detuvo el carro e hizo apuntes en la agenda procelosa. Se frotó el mentón y escurrió la poblada barba entre sus dedos. La frondosidad de aquella mata de mango le obligó a tomarla como punto de referencia. Y robándole la soledad al paisaje, indicó el lugar donde ejecutarían la obra.
Era cerca de la presa Ejército Rebelde, en las cercanías de la carretera de Calabazar y la Avenida 100. Quizá Fidel cuando pasó por aquel lugar recordó las excitadas y confidenciales charlas en casa de La Gallega (Josefa Yánez), cuando en marzo de 1952 conversó con los campesinos de la zona. En esa su peculiar forma de decir, habló de lo que estaba pasando en el país y de lo que ocurriría.
En aquella casa, lugar de encuentro de revolucionarios, se discutieron tareas previas a la insurrección. Allí el joven abogado también tocó el tema de la reforma agraria y aseguró que en esas tierras, se edificarían escuelas y otros proyectos. Iluso aquel que presuma a Fidel desleal a su palabra.
Llegó entonces Celia junto a un grupo de compañeros para materializar la inspiración del hombre verde olivo. Fallido el primer intento, se internaron en la maleza en una segunda travesía. Y en la misma mata de mango señalada por Fidel instalaron la casa de campaña para iniciar el proyecto.
Con la dedicación casi obsesiva con que abordaba cualquier nueva tarea y su laboriosidad al parecer infatigable, Celia se convirtió en el alma de la creación de la importante obra: el Parque Lenin.
PARQUE CON AROMA DE MUJEREran tierras improductivas, de suelo rocoso. Existían dos fincas: Paso Seco y Cacahual, con 22 y diez caballerías En el Parque convergen la naturaleza, la recreación y la cultura. respectivamente. Pequeños predios y algunas áreas para siembra de viandas y atención a vaquerías. Arbolado escaso.
El paisaje que predominaba no reunía las condiciones a las que el proyecto aspiraba. Pero en 1969 se iniciaron los estudios del terreno y la preparación adecuada para una mejor utilización del área. En solo tres años, el 22 de abril de 1972, estuvo listo el majestuoso Parque, extendiéndose al suroeste de la capital con sus más de 700 hectáreas.
Majaguas, yagrumas, caobas, jagüeyes, almácigos y framboyanes, entre otras especies de la foresta, empezaron a conformar el pulmón de la ciudad para oxigenar los sueños familiares.
Luis Santana fue uno de esos hombres fundadores que le turbó al día su sosiego. Las arrugas en la frente le sacuden el rostro. Y las líneas de sus manos están hechas de trabajo.
«Vine por 15 días, y aquí me ves después de 35 años», me asegura en una conversación donde bastan solo unos minutos para sentirnos como amigos.
—Cuénteme, cuénteme de aquellos primeros días en que nació el Parque.
Y él, unas veces con parsimonia y otras a ráfagas, me habla de su vida. Admite que para referirse al Parque tiene inevitablemente que acudir a los mejores recuerdos de sus años.
«En agosto terminó mi movilización por la zafra del 70 en el municipio pinareño de Sandino. Vine para La Habana, y enseguida me sumé a las fuerzas que creaban la instalación. Pensé estar solo dos semanas, pero un amigo me vio y me dijo que de eso nada».
De la pasión, fuerza y empeño que le imprimieron los hombres a la obra no pudo deshacerse. Después que vio todo concluido cómo irse, él sentía el deber de seguir allí cuidando lo que con tanto tesón habían logrado.
Policarpo Fusté fue otro de los que luchó por alcanzar los diez millones de aquella contienda azucarera. Tiene 71 años, pero su voz es fuerte, vigorosa.
«Yo trabajaba en el restaurante 1830, y cuando regresé de la movilización me dijeron que debía venir para acá. Al llegar, lo primero que pensé fue: pero, ¿qué es esto?, me han mandado para un bosque», comenta sonriendo.
«Siempre he trabajado en las áreas gastronómicas. Actualmente laboro en el restaurante Las Ruinas de esta instalación, pero cuando llegamos participamos en el traslado del mobiliario. Nosotros colaboramos con la organización y confort de estas instalaciones».
Los encantos del «bosque» enamoraron a Fusté de tal modo, que no imagina retirarse. Se siente en familia con sus compañeros y hasta se cree en su propia casa.
Allí en el restaurante Las Ruinas también trabaja como cajera principal otra de las precursoras, Oneida García. Ella fue una de las mujeres que captó la FMC para laborar en el Parque Lenin.
«Me fascina este ambiente natural. Todo se combina para que la familia cubana la pase bien. Imagínate, si esto es tan agradable para el esparcimiento, a mí me resulta doblemente atractivo por lo acogedor y bello que resulta mi centro de trabajo. Las tribulaciones y exigencias que uno puede tener disminuyen con la paz que ofrece el entorno».
La conversación con los fundadores tuvo un punto coincidente y con nombre de mujer. Celia vive allí como las mismas mariposas que sembró en el Parque. Y cuentan que no era fácil seguirle el paso en los trabajos. Más de un incauto lamentó haber pretendido trabajar junto a ella pensando que el ritmo sería cómodo.
En su agenda se abría un boquete de preocupaciones y aspiraciones de los trabajadores. Pero las inquietudes debían ser sinceras y la demanda razonable. A ella había que responderle directamente sin andar mucho por las ramas.
Pero habitaba en Celia algo sorprendente, especialísimo. Su capacidad de conmoverse ante la pena de otro o participar de su alegría. Tras su dulzura y sonrisa resplandecía la energía y la fortaleza de su carácter.
«Celia es de esas personas que con solo nombrarlas se te aprieta el pecho. No cabía en ella la indiferencia o la incomprensión. Poseía una delicadeza y un tacto singular», expresa otro de los fundadores, Carlos Mavilio, actual historiador del Parque Lenin, no por formación, sino por ser un eterno aficionado a cada resquicio de este lugar.
«Hay mucho en este sitio de la flor más autóctona de la Revolución. Ella veló porque las construcciones no fueran agresivas al paisaje y sobre todo, por lograr que la familia cubana encontrara en este ambiente singular, recreación y cultura junto a un soporte gastronómico», señala el historiador.
Mavilio recuerda que Fidel cumplió lo prometido a los campesinos de la zona. En estas cercanías no solo se emprendió este proyecto, sino también la escuela vocacional Vladimir I. Lenin y el Palacio Central de Pioneros Ernesto Guevara, entre otros.
SOPLAN VIENTOS HURACANADOSLlegamos al Parque Lenin cuando soplan bien fuertes los vientos huracanados de cada aniversario. Todos están en función de los festejos por el 35 cumpleaños. Y los trabajadores velan por el más mínimo detalle.
Así encontramos a Rafael Pérez, subdirector de cultura y recreación de la instalación, presionado por el tiempo y la extensa lista de actividades programadas por la fecha. Cuando intentaba tener un respiro lo interpelamos.
«Tenemos la responsabilidad de cuidar este Parque por su magnitud ecológica y porque se debe al disfrute de la familia cubana. Existen más de 60 instalaciones creadas en función de lograr esto», explica el subdirector.
«Son variadas las opciones. Hay áreas dedicadas a la admiración de la naturaleza como el Bosque Martiano, el Monte de los Poetas y el Valle Celia, entre otros. Existen sitios de valor cultural como son los monumentos a Lenin y a Celia, el Taller de Cerámica, la Galería Amelia Peláez, la Peña Literaria. También están las áreas recreativas como el Complejo Rodeo, la pista de Motocross, el Centro Ecuestre y el Complejo de piscinas», argumenta Rafael.
La Galería Amelia Peláez fue una de las áreas remodeladas en este aniversario. «Las ofertas de servicios gastronómicos son amplias. Contamos con varios restaurantes, cafés y cafeterías. Muchas instalaciones han sido remodeladas: la Galería, la Peña Literaria, el Taller de Cerámica, restaurantes... Se creó un Buró de Información, mientras otras áreas están reparándose.
La principal motivación del personal que allí labora es devolverle al Parque Lenin el esplendor de los primeros años y siga siendo la auténtica opción que desintoxique a la familia del bullicio citadino, para que perduren las ideas conjugadas de Celia y Fidel.