El sexo es una medida de prevención frente a las principales causas de muerte: ataques al corazón y cáncer.
Hace 80 años, el sexólogo norteamericano Alfred Kinsey reportó que el sexo reducía el estrés, en tanto personas con una vida sexual plena eran menos ansiosas, violentas y hostiles porque sus cuerpos procesaban mejor los flujos de hormonas como la oxitocina.
Investigaciones posteriores demuestran que una frecuencia adecuada en la práctica sexual es predictiva de longevidad, mientras que la inhabilidad para vivenciar orgasmos tiene un impacto negativo en el corazón de las mujeres, y no metafórico, sino literal, pues el 65 por ciento de las que han sufrido infartos tienen problemas sexuales, en especial por disfunción eréctil o eyaculación precoz de su pareja. También hay estadísticas de mayor riesgo de muerte en personas que interrumpen muy temprano su sexualidad, sobre todo hombres, sin importar color de la piel, clase social o estilos de vida. Una actividad sexual regular (así sea autoerotismo) reduce a la mitad el riesgo de infartos y elimina hasta un 20 por ciento las células infecciosas en el cuerpo.