En una relación de pareja hay faltas propias, que se soportan si persisten aquellas condiciones que favorecen los instantes de placer, capaces de estremecer, acompañar, avivar…
D.J.: Estoy solo hace cuatro meses. No tener mujer o novia me está volviendo torpe. Voy necesitando pareja, aunque no deseo salirla a buscar. He pensado esperar a que llegue sola. Soy romántico y para nada machista. Pero no sé si seguir esperando a la persona ideal o salir a buscar a alguien, aunque no me haga sentir como un edificio en pleno temblor telúrico de tan solo verla. Tengo 24 años.
Ni buscar, ni esperar. Tampoco aceptar resignado, ni soñar con temblores constantes que derrumben hasta los cimientos. Se trata de estar abierto al buen encuentro con alguien especial. No amamos a cualquiera, ni temblamos con todos. Lo queramos o no, tenemos determinadas exigencias para el disfrute y el amor. Somos selectivos, pues nuestro cuerpo no se conmueve con quienes carecen de aquellos rasgos o condiciones que nos seducen. Esto va más allá de nuestra conciencia y voluntad. Solo nos queda ser receptivos a las señales de nuestro ser, que aparecen cuando algo especial está aconteciendo con esa persona. Aceptar a cualquiera sin importar nuestras vivencias, suele agudizar esa sensación de soledad que te molesta.
Sin embargo, resulta una exigencia paralizante aquella que condiciona la compañía a un constante temblor. Aliviar la sensación de soledad actual temblando con «solo ver» te obliga a prescindir de lo que buscas. Dicho temblor no puede ser constante y cuando sucede, suele angustiar. En una relación de pareja hay faltas propias, que se soportan si persisten aquellas condiciones que favorecen los instantes de placer, capaces de estremecer, acompañar, avivar…