P.C.: Tuve una relación por más de cuatro años con quien era mi princesa azul. Nos entendíamos en todos los sentidos. Ella tenía 22 y yo 25 años. Aún no puedo explicar por qué a pesar de gustarme mucho me costaba tener erecciones. Llegado el momento se me quitaban las ganas y no funcionaba, aunque pensaba tanto en ella que debía autosatisfacerme. En este momento estoy conociendo a otra muchacha y solamente de pensar en ella se yergue mi órgano viril, pero sigo pensando en mi antigua novia y en nuestra separación de hace meses.
Lo curioso es que hayas dejado pasar tanto tiempo sin intentar resolver tu enigma por tus medios o con un especialista. Aún estás a tiempo. Has actuado más a solas con tus pensamientos que con tu amada. Puede ser más fácil e intenso el goce cuando no confrontamos la presencia del otro, especialmente si lo amamos.
En esos casos aparece alguna incongruencia divergente con nuestras expectativas, algo que manejar, modular, negociar… El goce, que sigue siendo muy individual, debe contar con las demandas y preferencias de otro ser. Ya no somos nosotros solos autosatisfaciéndonos. Otro facilita y frena, propicia y limita esa satisfacción.
Tal vez se te quitaban las ganas de hacer lo que te parecía posible, porque en verdad deseabas algo diferente sin atreverte a reconocerlo y menos a proponérselo. Quizás preferiste dejarla en el trono de las utópicas princesas azules, sin llevarla a aterrizar en el deleite carnal de tus ensueños.
Múltiples desencuentros pudieron causar esa inhibición erótica. Por alguna razón no quisiste comprometer más tu cuerpo con ella y vale analizar el porqué, pero trata de no hacerlo a solas esta vez.
Mariela Rodríguez Méndez. Máster en Psicología Clínica. Psicoanalista