La inclusión no es llevar a las personas a lo que ya existe; es crear nuevos y mejores espacios para todos.
George Dei, profesor y activista canadiense.
No existe un único modo de ser hombres, sobre todo en este siglo de perpetuo análisis de la cotidianidad desde las herramientas del género. Sin embargo, queda aún mucha carga de limitaciones y dolor en la construcción de la hombría en relación con las mujeres, con lo diferente, con otros hombres en niveles jerárquicos arbitrarios y hasta con la propia historia familiar y comunitaria.
En una sociedad que busca ser más inclusiva y equitativa, y apuesta por la empatía, la sensibilidad emocional y la igualdad, es importante replantear roles y estereotipos que han influenciado nuestra idea de lo que es la masculinidad, reflexiona al respecto el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe, SEMlac.
En su espacio de podcast La nota, el tema fluye en torno a la educación de nuevos valores para ser masculinos sin ser patriarcales, no importa el carácter, las preferencias, el nivel educativo, origen, gustos o creencias.
Para algunos, ser masculinos es la obligación de poder cambiar un tomacorriente; para otros, ser rudos y de ademanes fuertes, y para un tercer grupo es ponerle siempre el pecho a las balas y acallar el dolor propio.
Nuevas masculinidades, un cambio posible, es el título de esta nota hablada de SemLac, y cuenta sobre una ruta conceptual y metodológica acogida en el Centro Memorial Martin Luther King Jr, y validada por un equipo transdisciplinario el pasado año con hombres diversos en toda la gama humana.
Según cuentan las realizadoras del podcast, la experiencia tuvo en cuenta otras dimensiones, además del género: nivel escolar, color de piel, espiritualidad. El desafío mayor fue involucrar más a los jóvenes, y su meta, desmontar las lógicas machistas detrás de la conducta habitual de hombres y mujeres.
Ser hombre es una actitud ante la vida, una cuestión mental relacionada con ser responsable, consecuente, útil, buena persona, asumir lo que toque por las circunstancias, no por el sexo biológico, dicen algunos participantes de los talleres realizados.
Una de las coordinadoras de la propuesta, la investigadora feminista Annia Mirabal Patterson, del Centro Félix Varela, explicó el reto de transformar la concepción de vida de los hombres en la realidad actual sin hacerlos sentir agredidos o compelidos a esconder sus sentimientos.
La propuesta, titulada Masculinidades liberadoras, se basa en motivarlos, con recursos de la educación popular, a expresar sus emociones, sus conceptos, y confrontar sus vivencias con las teorías renovadoras sobre masculinidades para devolverlas a la práctica ya transformadas.
Estos talleres son pensados desde y para hombres, pero también para guiar el debate en grupos mixtos e involucrar a mujeres en la formación de los ciudadanos nuevos que necesitamos, entender sus miedos, retos y emociones, y por qué no los expresan.
A juicio de algunos participantes, la experiencia educativa en entornos rurales fue muy útil, aunque complicada, porque enseña a respetar los principios y valores de las personas, y a construir amistades valiosas, independientemente de cómo sean.
Enfrentar a esos hombres a sus propios sentimientos y a los de las víctimas de la violencia basada en género, y llevarlos a reconocer las consecuencias de la discriminación y el menosprecio hacia otros o hacia sí mismos, ayuda a romper barreras y acercar el cambio que necesita la sociedad para potenciar sus mejorías.
El principal aporte, reconoce Mirabal, es ayudar a los hombres a entender por qué les pasan esas cosas, y llevar al diálogo con las mujeres sobre violencias machistas, deudas comunicacionales, y por qué aprendemos esa masculinidad basada en poder y desigualdades.
Son entonces herramientas para ejercer una libertad responsable sin dañar a otros, lograr comunicación asertiva y dar una mirada al cuerpo desde el cuidado y la prevención, para llevarlos a ver por qué callar y ser violentos también los enferma.
Aprender a manejar conflictos, expresar emociones, no aislarse, no replicar la violencia recibida y, sobre todo, multiplicar esos saberes liberadores entre pares y con las generaciones siguientes, son otras ganancias de participar en este tipo de talleres, donde se educa para deconstruir el sufrimiento y elegir ser felices, precisan las coordinadoras.
Esto implica reconocerse y eliminar las desigualdades a partir de ejercer el respeto a los otros desde la equidad y la inclusión, un camino posible por el que Cuba ya transita, de hecho y de derecho.