Necesitamos ser madres distintas para que crezcan padres nuevos, involucrados, y ceder ante su derecho a ocupar un espacio que acaparamos por tradición
La madre, esté lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida.
José Martí.
Los tiempos son malos, pero su hijo es bueno, escribía Martí a su madre poco antes de partir en campaña definitiva hacia la gloria por una Madre mayor. De ambas estuvo alejado la mayor parte de su vida, y por ambas trabajó siempre, para honrar sus raíces sanguíneas y culturales.
Han pasado 13 décadas de aquella frase, y cuando la gente trata de explicar la desidia o el abandono de los sueños y valores (propios y colectivos), ella viene a mi mente, y a mis labios, con ese contrapunteo entre la sociedad llena de retos y quienes sienten el deber de hacer todo lo que esté a su alcance para convertir la crisis en oportunidad.
Si quien tengo delante necesita otros referentes más «modernos», le relato la anécdota del corredor europeo que pudo llegar primero, pero eligió ayudar al verdadero ganador, un africano, medio despistado en la última recta. Un periodista osó preguntarle por qué no se había aprovechado del error ajeno para ganar la medalla y el joven le respondió con simpleza: ¿Y con qué cara me paro luego ante mi madre?
Hay muchos otros ejemplos. Basta abrir las redes para conmoverse con las historias de quienes, en el momento más difícil (o en el más facilista), actuaron con rectitud porque sería esa, y no otra, la conducta que llenaría de orgullo y confianza a su progenitora.
Si las madres necesitáramos una ceremonia de graduación, un día para usar birrete y celebrar metas cumplidas, sería justo ese: cuando tu prole te demuestra que pudo hacer el mal, o cruzarse de brazos, o pensar con egoísmo, pero recordó tus enseñanzas y escogió ser bueno, porque esos son los que ganan a la larga, como decía el Meñique de La Edad de Oro.
Abuela y profesional, claro que son roles compatibles. Foto: Lienny Crespo.
Ya sé que es un oficio tremendo la maternidad, sobre todo en estos tiempos de cambios culturales, cuando nos toca, además, enseñar a ser padres a muchos hombres que no quieren seguir excluidos de la crianza afectuosa, ni ser el ogro en la vida de los hijos, el compinche, el borrado, el cajero automático…
¿Por qué involucrar a las mujeres en esa enseñanza? Porque necesitamos aprender nosotras a no ser la todoterreno, la mamá gallina. Necesitamos confiar más en las habilidades masculinas como cuidadores y educadores, entrenados por otras madres, o por la vida, o por tutoriales de internet, llegado el caso.
Necesitamos ser madres distintas para que crezcan padres nuevos, involucrados, y ceder ante su derecho a ocupar un espacio que acaparamos por tradición, desde el orgullo o la queja, aunque ese sobresfuerzo disminuya la riqueza familiar, en lugar de multiplicarla.
Las madres de hoy no esconden su belleza de mujer durante la preñez; no renuncian a crecer como profesionales, a abrirse camino por sí mismas o con la ayuda del papá en ciernes (biológico o afectivo, y ambos, si es el caso). No creen que el sacrificio de estos primeros años se retribuye con obediencia ciega, o dejándote ganar en una tonta pelea con la nuera, la vecina, incluso el padre.
Cuando los años pasan, la canastilla que te quitaba el sueño ya tomó otros rumbos; los juguetes probablemente se rompieron en manos de otros niños, las fotos se perdieron en el viejo teléfono o amarillan en un álbum que apenas ve la luz. Los tesoros del cajón especial te compensan un poco, pero son una trampa, porque recuerdas mucho de lo que hiciste bien, y mal, incluso si entonces no eras consciente de esos contrastes.
En estos tiempos, que Martí no llamaría buenos, necesitamos madres que alimenten la bondad, abuelas que ayuden a criar con sabiduría, tías que cuiden sueños. Y la Madre mayor necesita de hijos que la ayuden a sobrevivir, a crecer, a renovarse, a mirar para adentro y para los demás, porque la única prosperidad real es la que se desborda con el desinterés y el coraje de quien educa para el mundo.
Ser tía es una dimensión maternal fabulosa. Foto: Sofía Machín.