La pregunta tiene dos respuestas, una corta y una necesariamente larga. La corta es simple: la homofobia y la transfobia perjudican a todo el mundo
Cualquiera que sea la libertad por la que luchamos, debe ser una libertad basada en igualdad.
Judith Butler, filósofa y feminista.
La pregunta del título no es retórica. Tiene dos respuestas, una corta y una necesariamente larga. La corta es simple: la homofobia y la transfobia perjudican a todo el mundo.
La otra me lleva a hablar de quien teme (fobia es miedo irracional, no lo olvidemos); de quienes emergen como destino de los actos de desprecio con los que se manifiesta el susodicho malestar y del resto, que incluye a quienes nos indignamos con esas injusticias y a quienes las contemplan desde un silencio incómodo, vergonzante, pues todos tenemos relaciones laborales, vecinales, de amistad, amor o parentesco con alguien de esos dos bandos en conflicto.
Corrección: no hay dos bandos. Las personas homo y trans no son así para contender con nadie. Solo son, sin proponérselo. Más bien pasan buena parte de su vida intentando no serlo. Y no porque resulte «insufrible» (el placer agrada a todos), sino porque preferirían evitar el rechazo social. Y sobre todo porque temen «decepcionar» a la gente que aman.
Así que pasan tiempo (a veces décadas) pensando primero en los demás e intentando complacer normas que no les nombran con respeto. Hasta que entienden lo inútil de esa constricción porque de todas formas «algo» delata su condición, esa particular diferencia que molesta a un puñado de otros diferentes que se creen superiores porque cumplen un supuesto estándar de normalidad en estos asuntos.
No son un bando, entonces. Ni una bandada, como les dicen despreciativamente. Son sujetos de derecho que por mostrar una sexualidad no consensuada tienen que esforzarse más para lograr lo que otros logran sin esas complicaciones: además de habitar y gozar en su propia unidad mente-cuerpo-espíritu, quieren elegir pareja, familia, oficio, hobbies y proyecto social al que sumarse sin pedir permisos ni disculpas a nadie.
Dato curioso: muchas personas homofóbicas y transfóbicas tienen un montón de problemas en su propio desempeño sexual. Dificultades para el placer o la comunicación; pobre autoimagen; sentimientos atascados; disfunciones familiares… Y muchas veces no logran resolverlos porque ignoran cómo, o no se atreven a reconocerlos, o no dedican tiempo a su vida sexual por estar muy comprometidos con estorbar el libre tránsito de la de los demás.
Esa es otra cara de la represión al sexo ajeno que no pocas voces expertas en el mundo ponderan: el miedo a la expresión sexual propia. A que te guste algo no convencional, ya no referido al quién del deseo, sino al dónde, el cómo, el cuánto, el con qué, el para qué, el hasta cuándo…
Las fobias son hijas bastardas de los procesos civilizatorios. Frutos del inmovilismo, el binarismo, la simplificación del mundo (no solo en el sexo). Un esfuerzo por ignorar la diversidad real y acomodarse a un reduccionismo simbólicó para lidiar de lleno con otros procesos concretos de cambio de la sociedad y su base tecnológica, o su relación con la naturaleza que nos sostiene.
¿A quién importa lo que hacen otros en su intimidad, si las leyes son claras en cuanto a no hacer público lo más obvio del sexo? A quienes jerarquizan el acceso a los recursos (incluso espirituales) y regulan el ejercicio de derechos para expandir los propios desmedidamente a costa de los ajenos.
Sistemáticamente enseñadas, la homofobia y la transfobia se sostienen de forma individual en conductas y expresiones muchas veces mecánicas, impensadas, que se transmiten de una generación a otra resignificándose, pero conservando su carácter discriminatorio.
No son un simple «tú a tú» entre ofensor y ofendido (o ignorado, que es otro modo de agredir). Como procesos culturales e ideológicos, tienen repercusiones políticas y económicas nada despreciables para toda la comunidad.
Para sacar esas fobias de su aparente matiz personal es que hace activismo durante todo el año y en muchos escenarios la comunidad LGTBI+ y otras personas aliadas, con un pico de impacto en ciertas fechas, que en nuestro caso es mayo, con las Jornadas Cubanas contra la Homofobia y la Transfobia, que ya van por su 15ta. edición.
No se trata de desvirtuar la sexualidad, promover «aberración» o confundir a la juventud en la construcción de su identidad. Hay siglos de equilibro demográfico entre la heterosexualidad cisgénero y una gama amplísima de otras sexualidades, cuya proporción no crece ni decrece llamativamente.
Se trata de algo que sí está funcionando muy bien y para más personas cada año: reducir dudas, perdonar sufrimientos, rehacer familias, desaprender actos discriminatorios…
Insisto: las fobias perjudican a todos. Desmontar sus raíces subjetivas también favorecerá a todos, paulatinamente. Excepto a aquellos que hacen del desprecio la fuente de su disfrute. Pero ese es otro análisis: desde lo ético, lo sicológico y lo vivencial. Que se las arreglen con su propia conciencia.