La suerte del gallo parece estar ligada a lo que representa para una ideología patriarcal predominante a nivel global
Lo femenino en el patriarcado no sería lo que las mujeres son, sino lo que los hombres han construido para ellas.
Luce Iragaray, filósofa
En prácticamente todas las culturas conocidas se reverencia la imagen del gallo. Un sinnúmero de poemas, fábulas, canciones, obras teatrales y pictóricas han sido inspiradas en su figura.
Muy arraigadas se encuentran en Cuba y otras latitudes expresiones de tradición popular como las peleas y concursos de gallos. Pero, ¿qué elementos encierra el simbolismo de este colorido animal para que desde lugares geográfica y étnicamente tan distantes como África, América, Asia, Oceanía o Europa sea igualmente venerado?
La suerte del gallo parece estar ligada a lo que representa para una ideología patriarcal predominante a nivel global. Echemos un vistazo a sus atributos: es bien parecido, vistoso y hábil para el canto, por lo cual se distingue entre otras aves en cualquier corral, y es valiente y territorial, porque no permite que ningún intruso invada sus dominios, los que defiende fieramente de otros gallos y especies, y toma con naturalidad la mejor comida para sí, aunque su familia esté presente.
También es polígamo, puesto que posee para sí un variado número de hembras a las que no guarda fidelidad, y a las que persigue y somete cada vez que desea satisfacer sus necesidades sexuales; y cuando un gallo pelea debe ser a muerte, pues si huye queda reducido a «gallina», con lo cual perdería la esencia de su virilidad. Si esas propiedades no retratan el ideal de hombre a la luz del patriarcado, espoléenme.
Hagamos ahora un breve análisis de lo que simbolizan las gallinas: madres excelentes y esposas devotas, empollan a sus críos el tiempo necesario y luego los acompañan y cuidan afanosamente mientras el gallo pasea o se toma una siesta. Y si alguien les agrede un pollito pueden tornarse realmente agresivas.
En el plano sexual ceden siempre a los requerimientos del gallo, y aunque de común se ve que la de mayor porte impone cierto respeto en el gallinero, suelen ser tolerantes con el resto de las gallinas con que «comparten» al gallo.
Su cacaraqueo ha sido asociado siempre con el chismorreo, atribuido fundamentalmente al género femenino, y en cuanto envejecen se les desprecia: apenas sirven para sacrificarlas con fines curativos.
Finalmente, quedan los pollitos: tiernos, inocentes, indefensos, con la mente libre de las ataduras impuestas por el universo adulto. No tienen malicia, pero son como esponjas: observando, absorbiendo, imitando y aprendiendo de cuanto les rodea. ¿Qué ideas, actitudes y valores trasladamos, sin percatarnos, a sus pequeñas cabezas?
Al nacer, su sexo no importa: son alimentados y vigilados sin demasiadas marcas preconcebidas. Pero a medida que crecen sus destinos se bifurcan, por el sexo y por la apariencia: solo los pollones más vistosos y agresivos serán tomados en cuenta como futuros reproductores, y las pollonas más desarrolladas se separan del resto para recibir mejor trato y negociar con otros criadores según sus potencialidades.
De hecho, la frase «dar pollona», tan popular en el dominó, tiene su origen en el pago de apuestas en ese u otros juegos con ejemplares de apetitoso aspecto, no siempre avícolas…
Y sí: esto es Sexo sentido, una página dedicada a la sexua-
lidad humana, la familia, el género y la sociedad. Pero a
veces las metáforas suelen ser más útiles para establecer paralelismos antropológicos en conceptos, paradigmas y conductas que de tan repetidos, generación tras generación, apenas nos cuestionamos en su retorcido trasfondo.
A pesar de todos los procesos civilizatorios, los derechos mundialmente equiparados y las voluntades aunadas para crear sociedades mejores, aún hay quien basa sus decisiones sexuales y sociales en el principio sexista que reserva para el «gallo de patio» y las pollonas de lujo todos los privilegios.
Por eso son necesarias las leyes, que nos igualan, y las políticas públicas pensadas desde la equidad, para transformar actitudes, despertar de esas rutinas y cuestionar por qué ese afán de aferrarse a la jerarquía del gallinero, si de las aves a los homínidos hay mucha evolución para reflexionar.
(*) Sicólogo, profesor de la Universidad Agraria de La Habana.