Para que la relación de pareja perdure se recomienda a las mujeres ajustar sus expectativas y a los hombres esforzarse por interpretar mejor las señales
Una persona feliz no es una persona en determinadas circunstancias, sino una persona con determinadas actitudes.
Hugh Downs
HOY es su cumpleaños. Cuando el marido preguntó hace una semana qué quería de regalo, ella le respondió: Cualquier cosa útil… ¿Qué gracia tenía forzar su iniciativa? ¡Que nazca de él halagarla! Desde entonces no paró de hablar del secador de la vecina y hasta se metió en la cama con el pelo húmedo, para que viera cuánta falta le hacía uno así.
«Mi amor, ya llegué. Mira las flores que te traigo. Creo que son tus preferidas… ¿Y esa cara de desilusión? ¡¿Cuál secador?! ¿Tú me lo pediste en algún momento? Siempre protestas porque no te complazco, pero no dices lo que necesitas. ¿Yo tengo cara de adivino o qué?»
El motivo puede ser otro, pero la escena debe resultarte familiar. Aunque parezca desconcertante, la mayoría de las mujeres aspiramos a que los hombres detecten las señales de lo que nos importa en medio de un centenar de comentarios sobre temas ajenos a la relación.
Esto se debe al fenómeno que la psicóloga chilena Pilar Sordo llama pensamiento mágico, para distinguirlo del análisis objetivo de la realidad. Esa magia hace creer en los comerciales, alimenta los sueños y lleva a asumir que con amor se pueden leer las mentes ajenas.
El discurso femenino se mueve en ese plano mágico con más intensidad que el masculino. Por eso, dice la experta, para nosotras es más difícil lograr la familia perfecta. Desde temprana edad diseñamos un ideal de marido, hijos, suegra, colegas… Cuando los seres reales que ocupan esos roles compiten con nuestra entelequia, terminan perdiendo, sobre todo si no priorizan nuestros criterios o sentimientos al decidir sus vidas: carrera, hobby, amistades, parejas.
Aterrizar en lo concreto y disfrutar el momento tal cual es resulta más fácil para los hombres. Ellos casi siempre se reponen mejor de las rupturas amorosas y encuentran pareja nueva más rápido. Las mujeres, aun en el mejor momento de la relación, tendemos al "Sí, pero…", con lo cual empañamos la felicidad de ese instante y de todos los otros en que nos acordemos del suceso.
El ser masculino, segun el estudio, no suele retener tanta culpa: solo vive y olvida. Si en casa todo es reclamo, es usual que busque otros espacios donde realizarse: el trabajo, las amistades, el dominó o la bebida. Esto agrava su estatus familiar, pero se justifica diciendo que con la doña no hay modo de quedar bien.
Del mal hábito de retener y quejarse nace el estereotipo de mujer sufrida patente en nuestras madres y abuelas, alerta Pilar. Incluso las que tomaron las riendas en el ámbito social reproducen ese «destino» de sentirse esclavas o tratan la menstruación y el embarazo como enfermedades.
El orgullo de ser mujer se desdibuja en tal sacrificio, así que muchas adolescentes reniegan del modelo y optan por explorar las supuestas ventajas del ser masculino: no se preocupan por su apariencia, viven su sexualidad desde el libertinaje, eligen no parir ni llevar un hogar, no admiten ser conquistadas, compiten en decir más palabrotas…
Esa masculinización de las chicas, advierte la experta, tiene consecuencias alarmantes. La primera es que para canalizar el dolor espiritual sin acudir a la queja (la cual menosprecian como conducta «femenina») prefieren infringir daño a sus cuerpos: pellizcos, quemaduras, cortes, piercings, tatuajes, deportes violentos…
La segunda es que las prácticas sexuales se separan de los sentimientos, y la tercera, que aumentan los juegos lésbicos (sin que eso implique una homosexualidad posterior) como vía para experimentar placer sin que un hombre las «use» o las «embarace y se desentienda», según dicen escuchar de sus madres desde temprana edad.
En una cartera de mujer hay tanto y tan mezclado que solo ella puede encontrar lo que necesita. Crecimos para ser imprescindibles y resulta frustrante no tener a mano la aguja o la pastilla que alguien solicita. Por eso cargamos un módulo impresionante de cachivaches ¡y luego nos quejamos de su peso todo el día!
Así funciona nuestro cerebro multifocal: junto a la lista de compras están los cumpleaños de la familia, el piropo reciente, la esperanza del nuevo amor y la rabia por lo que hizo algún protagonista en la novela de turno.
La psicóloga chilena comprobó que el baño funciona para los hombres como un sitio para desconectarse del mundo. Sin embargo, el 70 por ciento de las mujeres encuestadas dice orinar con la puerta abierta, por si suena el teléfono, tocan a la puerta, la familia reclama…
Una frase popular recomienda amarnos sin tratar de entendernos, tarea por demás angustiante para el cerebro masculino monofocal, habituado a funcionar en cajones independientes (incluyendo el de no pensar en nada, que sí existe, según confirman varios estudios de neuroimagen).
Para ellos es casi imposible analizar la letra y la música de una canción al mismo tiempo, y cuando están reparando algo no tiene caso preguntarles qué prefieren para comer o dónde guardaron determinado objeto.
Si queremos involucrarlos en otra actividad (por ejemplo, hacerles un cariño de agradecimiento) hay que sacarlos de lo que están haciendo, pero se corre el riesgo de que se enganchen con la nueva «tarea» y no terminen la anterior, ¡sin cargo de conciencia ante la misión incumplida!
Esa capacidad de compartimentar pensamientos explica por qué un hombre trata a su pareja como si fuera varias a la vez: la dueña de casa, la madre de sus hijos, la compañera de trabajo, la que comparte gastos… En la cama solo cuenta su mujer erótica: si las «otras» reclaman su atención lo disocian y pueden atentar contra su viril entusiasmo.
Aunque tenemos los mismos derechos es obvio que no somos iguales y la solución no es pasarse de bando. Pilar recomienda a las mujeres ajustar sus expectativas y a los hombres esforzarse por interpretar mejor las señales. Sin ese compromiso es muy difícil que la relación se salve, por más amor o intereses que compartan, afirma Pilar Sordo.