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Sexualidad y discapacidad (II y final)

La sexualidad humana es una sola, sin rótulos, y las personas con discapacidad no tienen que aprender una diferente. Solo deben adquirir instrumentos para trabajar a partir de su identidad y desarrollar una autovaloración adecuada

Autores:

Mileyda Menéndez Dávila
MSc. Salvador Salazar Amador*

Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena. Proverbio sueco

Preguntarse hoy por la sexualidad de los discapacitados es preguntarse por un grupo de personas que han sido dañadas, no por su mayor o menor capacidad real, sino por la imagen que la sociedad tiene de ellas, según la cual se les ubica en una reserva especial: como su sexualidad puede «atentar» contra la integridad de la especie, se cree necesario reprimirla.

La sexualidad humana es una sola, sin rótulos, y las personas con discapacidad no tienen que aprender una diferente. Solo deben adquirir instrumentos para trabajar a partir de su identidad y desarrollar una autovaloración adecuada.

Según el grado de discapacidad mental, los sentimientos pueden ser más primitivos, poco diferenciados y carentes de matices sutiles. Esto se observa en su actitud hacia otras personas y en que sus reacciones no siempre se corresponden con la magnitud de los hechos: pueden manifestarse débilmente ante sucesos serios e intensamente ante algo insignificante. También es típica su dificultad para reprimir deseos y su cambio de un estado de ánimo a otro sin motivo aparente.

A la hora de educarlos hay que tener en cuenta su escasa amplitud perceptual, que les dificulta orientarse en lugares y situaciones no acostumbradas (lo que otras personas ven de una vez, ellos lo ven sucesivamente). Además, establecen mal las diferencias entre objetos parecidos, pueden tener un ritmo lento del desarrollo del lenguaje, pobreza de vocabulario, insuficiente dominio del significado de las palabras y cierta fragilidad en las funciones que regulan el pensamiento.

Se sabe que en muchos casos olvidan rápido y reproducen lo aprendido con inexactitud, les resulta muy difícil memorizar, asimilan lentamente lo nuevo, necesitan muchas repeticiones y no siempre aplican en la práctica esos conocimientos y hábitos.

Por eso es necesario tener presentes sus características particulares, como el escaso control de los impulsos y la baja tolerancia a la frustración, las cuales muchas veces los llevan a buscar gratificaciones a través de las sensaciones placenteras, y eso puede hacerlos vulnerables ante individuos inescrupulosos que abusen de su condición, a veces dentro de la propia familia.

A partir de esta realidad es indispensable atender las expresiones de su sexualidad desde temprano, ya sea en la escuela, el hogar o la comunidad. Pero esta educación debe empezar por sus padres: no solo porque la familia es matriz que estimula y sostiene el desarrollo psicosexual, sino porque muchas veces es portadora de una serie de sentimientos y prejuicios que inciden en la formación de los hijos.

En muchos casos una cascada de realidad distorsionada guía su descubrimiento del sexo, empezando por opiniones manipuladas y actos de represión de padres y madres, quienes lejos de ser protagonistas de su propio equilibrio sexual suelen vivir esa parcela muy lejos de la normalidad deseable.

Escuchar para educar

La sexualidad es una necesidad básica del ser humano, como la búsqueda de afecto, y aunque es posible reprimirla, no se puede anular. La mejor forma de conocer sentimientos, límites, posibilidades y emociones es recurrir al individuo, como se hizo en el Centro Comunitario de Salud Mental de Arroyo Naranjo, donde se investigaron algunos aspectos de la conducta sexual de estas personas.

Los pacientes estudiados tenían entre 25 y 40 años de edad, y predominó el sexo masculino. El diagnóstico más frecuente fue esquizofrenia, seguido del Síndrome Cerebral Orgánico Crónico (incluye retraso mental). Casi todos practicaban una sexualidad considerada dentro de lo normal.

Al preguntarles qué los estimula sexualmente, coincidieron en tres elementos: ver personas atractivas, el contacto físico, y pensar sobre sexo. O sea, que proyectan su sexualidad hacia personas cercanas y reconocen que deben hacerlo adecuadamente.

Entre sus fantasías sexuales primaron el pensar que hacen el amor con otra persona, las experiencias sexuales previas, y mantener un romance. Algunos se imaginaban observando a alguien en la intimidad. Estas fantasías ocurren varias veces al mes en la mayoría, y diariamente en unos pocos.

En cuanto a la frecuencia coital, la mayoría lo practicaba varias veces al mes, otros varias veces al año, y una minoría se ubicó en ambos extremos de la curva: nunca y diariamente. En esto influyen las limitaciones de estos pacientes para encontrar parejas estables, que llevan a perder la motivación.

Muchos refieren una respuesta positiva una vez concluido el coito; otros hablan de agradable cansancio y como que han descargado la excitación. El resto siente que quedan excitados o muestran total indiferencia. El problema que más refieren es el deseo sexual inhibido. La mitad de los pacientes masculinos tenían dificultad con la erección, y la décima parte presentaba eyaculación precoz. Entre las mujeres, ninguna tenía aversión por el sexo, pero la cuarta parte presentaba anorgasmia y hubo algunos casos de vaginismo (imposibilidad de penetración).

Llama la atención que la mayoría de estos pacientes no había contraído ninguna infección de transmisión sexual. Los síntomas psicológicos más frecuentes fueron indecisión, inseguridad, agotamiento, celos e irritabilidad. A la larga, muchos de sus trastornos tenían que ver con una  inadecuada educación sexual, a lo que se suma el efecto de su medicación y la dificultad para concentrarse.

La investigación confirmó que la sexualidad era un aspecto esencial en sus vidas y en su proyección hacia la sociedad, y sobre todo, que es un fenómeno educable dentro de los límites de la discapacidad y del estado de desorganización psíquica en cada momento dado. A partir de esos resultados la institución elaboró un programa de intervención con psicoterapia individual y de grupo, conferencias, técnicas participativas, intercambio de criterios y reuniones con sus familiares.

Mediante estas actividades se potenciaron aspectos como autoestima, virtudes y defectos; cómo evitar el rechazo de la comunidad, límites de conducta, conocimiento del cuerpo, conservación de hábitos y vías para satisfacer sus necesidades a través de la masturbación o la sublimación sin violar las normas sociales de conducta.

En resumen, la capacidad de expresar y compartir afectos y ternuras poco tiene que ver con la capacidad intelectiva o las habilidades físicas. Las personas con discapacidad mental logran sentir, comunicarse y amar; disfrutan las sensaciones de su cuerpo y las caricias de sus manos, y tienen derecho a todo eso... como cualquier otra persona común.

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