La conservación de semillas orgánicas y de los más importantes documentos de la historia de la humanidad podría ser eterna en unas instalaciones ubicadas en el círculo polar ártico
La pasarela de metal conduce a unas puertas blancas incrustadas en un pequeño edificio anguloso de acero inoxidable. Como si fuera un témpano, esta es la única parte visible de una estructura embebida a más de un centenar de metros dentro del corazón del Monte Plateau, una montaña ubicada a kilómetro y medio de Longyearbyen, el asentamiento más importante del archipiélago noruego de Svalbard.
Se trata de la entrada a la Bóveda Global de Semillas, un singular proyecto inaugurado en 2008, que busca preservar especies biológicas en caso de que «el mundo se acabe». Tal y como se comporta hoy la humanidad, no es descabellado que exista un lugar como este, en el que durante nueve años se han acumulado simientes de todo el mundo.
El pasado 27 de marzo a esta instalación se sumó otra similar, enclavada en la misma montaña: el Archivo Mundial del Ártico, pensado para proteger toda la información acumulada por la humanidad.
Para conservar algo son necesarios varios requisitos, pero el más conocido de todos es el frío. Las bajas temperaturas son indispensables para poner a buen resguardo los organismos biológicos o documentos históricos.
A 1 300 kilómetros al interior del círculo polar ártico la tierra está cubierta de permafrost, término en inglés que se traduce como «capas de hielo perpetuas». Así sucede en Svalbard, un lugar que en 2016 era habitado por poco más de 2 600 almas —según datos oficiales del Gobierno noruego—, donde la temperatura promedio en invierno desciende a 40 grados Celsius bajo cero y el sol dice adiós de noviembre a febrero.
Lo inhóspito de este lugar y su inmunidad ante fenómenos naturales o cataclismos provocados por el hombre, es su principal ventaja para acoger reservorios eternos. Así lo consideran los creadores de la Bóveda Global de Semillas, quienes afirman que el lugar es impermeable a la actividad volcánica, los terremotos, la radiación y las crecidas del nivel del mar. En caso de fallo eléctrico, agregan, el permafrost del exterior actuará como un refrigerante natural.
La Bóveda de semillas abrió sus puertas en 2008 y está diseñada como un edificio de vida infinita. Con un área de mil metros cuadrados se aloja bajo Platåfjellet (en noruego, Monte Plateau). Las paredes internas están cubiertas de hielo y forman tres cámaras idénticas en las que se almacenan simientes de todo el mundo.
La construcción de esta instalación, valorada en unos nueve millones de dólares, fue auspiciada por Noruega. Los costos operacionales son asumidos por el Global Crop Diversity Trust, una organización internacional fundada en 2004. Los principales auspiciadores de la iniciativa proceden de diversas fundaciones y países.
Sus creadores afirman que la Bóveda puede albergar 4,5 millones de semillas. Hoy contiene más de 900 000 simientes de unas 5 400 especies, según datos oficiales del Gobierno noruego.
El portal de semillas de la bóveda, accesible desde la dirección www.nordgen.org/sgsv, indica que las simientes actualmente contenidas provienen de 234 naciones, Cuba incluida, aunque no significa que nuestro país las haya depositado. De acuerdo con esta web, bajo el Monte Plateau hay 356 151 semillas cubanas que fueron enviadas allí por instituciones radicadas en México o Estados Unidos, entre otras naciones.
Esta instalación funciona como un banco: los depositarios son los dueños de las semillas, pero la Bóveda pertenece a Noruega, que lleva un registro exacto de todo lo que contiene. Si algún depositario quiere recuperar sus bienes, debe solicitarlo al banco genético noruego. Por supuesto, todo este sistema se apoya en nuevas tecnologías, con sistemas computarizados que registran lo que allí se almacena y regulan los aspectos de conservación dentro del recinto.
Piql, creadora del Archivo Mundial del Ártico.
El problema de la volatilidad de los datos acumulados por la humanidad ha sido expuesto en varias ocasiones por JR, y hemos explicado las invenciones más revolucionarias destinadas a preservarlos.
A este campo se suma ahora la empresa noruega Piql, creadora del Archivo Mundial del Ártico, un búnker similar a la Bóveda Global de Semillas que comenzó a prestar servicio hace un par de semanas.
Según la web oficial de esta compañía, el Archivo Mundial del Ártico es una instalación para guardar de forma segura y para la posteridad los documentos más importantes de la civilización.
El único requerimiento es que los documentos, por antiguos que sean, se encuentren en formato digital. Piql afirma que aceptan cualquier tipo de archivo digitalizado, ya sea texto, fotos o audiovisuales.
El medio usado para guardar los datos es una película fotosensible de alta resolución, que transforma el código digital en analógico, como grandes códigos QR, según dijo a The Verge el fundador de Piql, Rune Bjerkestrand.
Un código QR es la evolución del código de barras y almacena la información en una matriz de puntos. Bjerkestrand asegura que la película fotosensible usada para guardar los datos no sufre degradación alguna en mil años, especialmente al ser preservada en una montaña en el círculo polar ártico.
Los usuarios de Piql pueden elegir almacenar su información de varias maneras, ya sea en formato de fuente abierta y legible por un ordenador, o como texto e imágenes entendibles por los seres humanos.
La compañía incluye instrucciones para la recuperación de datos en texto legible. Debido a que la información está en un formato fijo, sin conexión a red alguna, no hay peligro de que los piratas informáticos infiltren el sistema sin tener acceso físico a la instalación en sí.
Gobiernos de países como Brasil, México y Noruega ya usan este archivo, y Piql espera que con el transcurso del tiempo se sumen otros. La compañía ofrece también sus servicios a instituciones científicas, otras empresas y hasta a personas naturales. Actualmente opera con clientes de 18 naciones.
El principal escollo para Piql es que necesita más clientes, en aras de garantizar el dinero necesario para mantener el Archivo Mundial del Ártico en funcionamiento. De no conseguirlo, la sabiduría humana podría quedar congelada en Svalbard.