El idioma español continúa expandiéndose por el mundo, pero en las nuevas tecnologías su avance no es el esperado, ni incluso el deseado
Si Miguel de Cervantes hubiera muerto el 23 de abril de este año y no en 1616, quizá gracias a la computación hubiera dejado escritos muchos más libros de los que le valieron ser considerado uno de los padres de la lengua española.
Tal vez hasta su fallecimiento se hubiera conocido rápidamente gracias a Internet, o por su página en Facebook o Twitter con un escueto: «murio crvants anche x grav enfmdad».
El castellano que nos legó el también conocido como Manco de Lepanto, por haber perdido un brazo en esa contienda naval, se ha ido modificando con el paso del tiempo, y sobre todo ha alcanzado una expansión creciente, especialmente en los últimos cien años.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés), actualmente hablan nuestra lengua unos 450 millones de personas, siendo el cuarto idioma más utilizado luego del chino mandarín, el hindi y el inglés.
La Unesco ha predicho que se trata de una lengua en plena expansión, pues se calcula que en el año 2050 el diez por ciento de la población mundial hablará español, en contraste con el 1,4 que hablará francés y el 1,2 alemán.
No obstante, si bien el número de personas que usa el español crece en todo el orbe, especialmente por las influencias culturales, sociales y hasta políticas que han hecho que muchos adopten este idioma como su segunda lengua, su influencia en los ámbitos económico, científico y tecnológico, por ejemplo, no avanza tanto como se esperaba.
Un estudio de la profesora Mar Cruz Piñol, publicado como libro bajo el título Enseñar español en la era de Internet (Barcelona, Ediciones Octaedro), refiere que si bien su uso en Internet ha crecido desde el 4,5 por ciento en 1999 al 5,4 por ciento en 2012, su aumento no ha sido el deseado, sobre todo teniendo en cuenta que el inglés, idioma predominante en los albores de la era digital, pasó del 57 por ciento hasta el 36,5 por ciento en el mismo período.
El chino mandarín se ha llevado las palmas en este avance, aunque hay discretos aumentos del alemán, el francés, el hindi, el árabe o las lenguas eslavas, entre otros, lo cual demuestra que la primacía de los anglosajones no es tan absoluta como en los primeros tiempos de la red de redes.
Lo contrastante es que no hay una correspondencia directa entre el crecimiento del número de personas que habla el español y su uso en las nuevas tecnologías, lo cual tiene mucho que ver con la brecha digital que marca profundamente este mundo virtual.
A eso hay que sumarle la pobre presencia de contenidos en castellano en la web, donde ocupa apenas un 7,8 por ciento de lo publicado, lo cual está muy lejos de su papel real como idioma en el planeta donde, como ya decíamos, es el cuarto más usado.
Todo ello está influenciado por el hecho de que a pesar de estar muy difundido, todavía no se puede considerar del todo una lengua de comunicación internacional, si nos atenemos a las cuatro condiciones que debe cumplir para ello, según el ex director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha.
El académico asegura que, para llegar a esta categoría, una lengua debe tener numerosos hablantes, unidad lingüística, presencia en el mundo diplomático y presencia en la tecnología y las ciencias.
Y aunque el castellano cumple con las dos primeras, se queda cojo todavía en las dos últimas, pues el inglés ha ocupado el campo que dejó el francés en la diplomacia, y además, el 96 por ciento de las publicaciones científicas se escribe en el idioma de Shakespeare.
Si hablarlo y usarlo detrás de un teclado, un mouse o una pantalla táctil es importante para continuar robusteciendo el español como lengua, hacerlo bien no es menos significativo.
Numerosos estudios indican que escribir en 140 caracteres, como se hace en un teléfono móvil o en las redes sociales, y chatear y hablar sobre temas informales se han convertido en las fuentes principales de maltratos al idioma.
La ausencia de signos de acentuación y el poco uso de los de puntuación, pero especialmente la recurrencia frecuente a las abreviaturas, hacen peligrar la salud del castellano.
Ante ello se alzan quienes defienden que no se trata de cómo se escribe en un dispositivo u otro, sino de los problemas que hay en la enseñanza, las influencias de la familia, el entorno social y hasta los medios de comunicación.
Tampoco faltan quienes se aventuran a especular que, como organismo vivo que es el idioma, todos estos cambios más que mutilaciones son transformaciones propias de las épocas, pues no se puede pretender que el español se hable con el mismo «engolamiento» con el que Don Quijote se dirigía a quienes creía su Dulcinea del Toboso.
Lo cierto es que la preocupación mayor viene de muchos docentes, entre los cuales me incluyo, que estamos viendo cada vez con más frecuencia cómo los jóvenes usan estas abreviaturas: «q´»(qué), «k»(que), “x”(por), «xq» (por qué), entre muchas otras, no ya en los chats o las redes sociales, sino incluso en pruebas y trabajos académicos, algo que consideran muy normal.
Por ese camino, el abuso de estos recursos puede llegar a tal punto que revisar un examen sea una verdadera «prueba» de «webespañol» para el docente, si no prefiere suspender de entrada al estudiante por haberse inventado su propio idioma.
Quizá por ello esta fue una de las preocupaciones señaladas por la Fundación del Español Urgente (Fundeu) en la reciente celebración del Día del Idioma Español, el pasado 23 de abril.
Un proyecto titulado Culturomics, organizado en 2010 por la Universidad de Berkeley, Estados Unidos, para medir la frecuencia de uso de las palabras en buscadores como Google, así como las nuevas que van naciendo, encontró que el corpus de términos empleados por los hablantes de la lengua inglesa ronda el millón, lo cual significa tres veces más que los recogidos en el diccionario más extenso.
A su vez descubrió que más de 8 000 voces nuevas se incorporan cada año a este idioma, aunque otras van muriendo lentamente por su desuso, ya que viven en un mundo competitivo, en el que tienen que «pelear» por su supervivencia.
Aunque no existen investigaciones de esta magnitud en el español, sí está claro para los académicos de esta lengua que la misma está en constante evolución y por ende se transforma paulatinamente por la agregación de nuevos términos y el desuso de otros.
Algunos pasos en el campo tecnológico, como el hecho de que ya se puedan registrar nombres de dominio con la letra «ñ», muy significativa para el español, ayuda a darle un empujoncito al castellano en la web.
Sin embargo, los retos que enfrenta su uso en el mundo digital, más allá de una evolución propia de los tiempos que corren, pasan también por lograr una buena correlación entre el uso demográfico y el tecnológico, pues si bien Don Quijote sigue caminando con sus «ñ» y «ll» por el mundo, todavía le cuesta dominar el mouse y el teclado.