Le proponemos otro acercamiento a la serie Rompiendo el silencio, cuya primera temporada (2016) se retransmite ahora tras el merecido éxito que coronó la segunda
Como lo prometido es deuda, aquí va otro acercamiento a la serie Rompiendo el silencio (CV, martes, 10:30 p.m. aproximadamente; CVHD, domingos, 8:30 p.m.), cuya primera temporada (2016) se retransmite ahora tras el merecido éxito que coronó la segunda, finalizada hace poco.
Me parece oportuno retomar entonces los últimos capítulos de aquella antes de sumergirnos en la presente, que lógicamente motivará otro texto, una vez que avance la temporada.
Pero primero una previa para luego entrar en materia: justo antes de Rompiendo el silencio sale al aire otro material que sirve de cortina, prólogo, antesala, al debatir teóricamente el tema concreto que abordará el capítulo de ese día. Se trata de Miradas sin excusas, que invita a expertos, quienes desmontan con argumentos muy sólidos y convincentes, los interiores y enveses de tan espinosos casos, lo cual está muy bien solo que… debiera ser más bien epílogo, debate a posteriori, pues ocurre que con frecuencia se revelan o al menos se dejan entrever detalles y soluciones que pueden hacer perder efectividad al episodio en sí, y atentan de cierto modo contra el factor sorpresa, de ahí mi sugerencia (para futuras temporadas o incluso lo que resta de esta) de invertir los horarios y hasta los días, si fuere necesario.
Ya sobre la serie, un indudable mérito es el hecho de vincular su diana (la violencia en diversas formas) al entorno social, de modo que no se ve aquella como un ente abstracto aislado, sino directa, estrechamente ligada al contexto. El capítulo titulado Cadena, escrito y dirigido por el responsable general del proyecto, Rolando Chiong, enfoca el tema del abuso de género en un matrimonio disfuncional con la práctica de la prostitución en el hijo joven, quien con su novia trata de mejorar las condiciones de vida, y sobre todo, liberarse junto con la madre, impedida —por un accidente que propició el mismo padre— de la tiranía paterna.
Sin idealizar este mal social cuyo peligro y dificultades reconocen los propios involucrados, tampoco asistimos a una demonización apriorística, sino que se relaciona con otras falencias, sobre todo al situar a la madre como una confesa y sufrida cómplice de las andanzas del muchacho para alcanzar la meta que implica «salir» del «jefe» de núcleo.
Es cierto que en esta ocasión, el incluir este complejo ítem diluye un tanto el alcance de la violencia del hombre a la cónyuge (funciona de todos modos tal contrapunto con el trato de comprensión y cariño entre los miembros de la pareja joven), o al menos no contempla el desarrollo requerido; también se siente un tanto tremendista y moralizante la ecuación causa/efecto: lo mismo el accidente que provoca el giro social y personal de la familia, como, sobre todo, el desenlace del marido, además chantajista y deshonesto, en una suerte de nuevo —y peor— «castigo provindencial» por su mala conducta, algo que también pudiera aplicarse al accidente del extranjero que acompaña a los muchachos en sus prácticas «jineteriles».
Virtud indudable de Cadena son las actuaciones; resultó grato el rencuentro con Jacqueline Arenal, segura y siempre convincente en sus transiciones, y dando vida a una mujer enérgica, quien no teme al marido pese a su carácter y conducta, y le pone freno a sus desafueros; esto, dicho sea, y no de paso, constituye un mérito, pues si algo resulta un poco chocante es que casi todas las esposas humilladas en la serie son demasiado sumisas, aterrorizadas, casi abúlicas, frente a cónyuges no solo abusivos, sino verdaderos monstruos (es el caso, por ejemplo, del capítulo final, o de Oscuridad, en esta primera temporada retransmitida, al que me referiré próximamente).
Volviendo a los desempeños en Cadena, el resto del elenco asume sus roles con no menos desenfado y eficacia: Jorge y Andros Perugorría, y una joven actriz que gana en cada papel asumido, para la que debe pensarse ya a nivel protagónico: Belissa Cruz.
Decisión focalizó la homosexualidad masculina y dentro de ella la actitud que le da título en el caso de un hombre casado y con hijo adolescente, quien finalmente apuesta por su verdadera identidad erótica.
Aquí la violencia, homofóbica por más señas, y como si fuera poco maternal (algo insinuado desde antes de que aflore el verdadero conflicto) parte de la ex, despechada y brutal, al punto de que quizá se cargan demasiado las tintas de vulgaridad y adrenalina en esa
mujer, pero el relato descuella por su abrazo a la autenticidad, a la defensa de los valores paternales, afectivos, humanos, más allá de la orientación
sexual. También acierta en mostrar una generación emergente (el niño) ajena por suerte a prejuicios, con otra visión de la hombría a la que tienen las precedentes, lo cual conecta con otro valor: la quiebra de estereotipos respecto al gay, visibilizando ese tipo viril y sin asomos de amaneramiento o afectación de cierta tendencia en su plasmación artística.
Solo un detalle —no precisamente defecto— y es la insistencia en lo que ha sido también costumbre: el (o intento de) suicidio; durante décadas completas, filmes, series, libros, tendían a terminar así; ante el cierre de todo, no hay otra salida. No es que ello esté divorciado de la realidad—de hecho, este episodio se basa en hechos reales—, hay incluso estadísticas, pero debemos ir saliendo también de ese peligroso lugar común y presentar igual al guerrero que lucha y se impone hasta el final que tampoco, afortunadamente, escasea.
Carlos Solar, Roly Chiong Jr. y Jenny Sierra entregan trabajos matizados y sólidos, cerrando uno de los mejores capítulos de la temporada, que acabó también en alto, con su oncena entrega: ConCausa, texto audiovisual duro donde los hubo, como quiera que a la violencia machista y los celos infundados se une la violación zoofílica (además de las más comunes).
ConCausa es un episodio complejo, pues la salida de la víctima devenida victimaria con el asesinato pudiera constituir un desafío jurídico, pero el espectador mismo debe situarse la toga y accionar el cetro ante un caso tan terrible como bien armado dramatúrgica y morfológicamente.
El máster en sexualidad y sociedad, profesor Juan Carlos Gutiérrez Pérez, quien desde su perfil en Facebook despieza cada capítulo de la serie, recomienda esta vez entre sus conclusiones:
Un fotograma de ConCausa. Foto: Cortesía del espacio
«Cuando una relación sea violenta, se debe buscar ayuda, y si esta no es factible, dejar la relación a tiempo, antes de que empeore o tomar la justicia por nuestras manos. La violencia engendra violencia, y esta no es la mejor forma de solucionarla, aunque desgraciadamente es la única que ven algunas víctimas de la violencia de género».
Los actores protagónicos, Linda Soriano y Luis Alberto García, coronan los valores de este cierre con broche dorado.
Como decía, ya corre de nuevo la primera temporada… a ella volveremos. Mientras, las felicitaciones a sus realizadores, el también guionista Rolando «Chino» Chiong, la codirectora Legna Pérez Cruzata, los guionistas Lucía Chiong, Mariela López y Yasmín de Armas, las asesoras Mareleen Díaz y Marisel Pestana, así como esos excelentes actores, veteranos y noveles, que nos brindan en cada propuesta, la convicción de que tenemos una sólida, abundante y bien plantada escuela histriónica.