Josué Pérez (Melena del Sur, 1982). Ha publicado los poemarios En el fondo vulnerable, Nirvana parece, entre otros. Mereció en 2004 el Premio de Poesía y el Premio de la Asociación Hermanos Saíz, además del V Premio Nacional de Literatura Felix Pita Rodríguez, el Premio Vicentina Antuña 2003 y el Premio Letra Alzada 2007. Fue también finalista del Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba en el 2007.
Autopistanacional: dejo huellas sobre asfalto
esplendente: huellas
miméticas. Ninguna tarea
de andar es posible
sin impulso suicida.
Ninguna convicción
puramente cierta.
Basta hurgar la materia
para refutar o mejorar
la idea. Quitémosle
al poema el atributo
revolucionario, y quedará
la convicción como obra
escultural de los pies
mancillados: pies calientes
y oscuros del trópico:
vistos a través de la imagen
tambaleante del calor.
Andamos ebrios en la plaza. Hombres del pueblo
embriagados en la plaza.
No hay un pensamiento en
la plaza, lo que hay son
pergas de cartón, sentimientos
incontrolables de plaza.
La pipa azul rubendariana
para llenar inquietudes, velar
los calientes gases: la fuerza.
Alrededor manchas mecánicas,
latas abiertas de viejas
cervezas verdaderas.
Andamos ebrios en la plaza.
Hombres del pueblo embriagados
en la plaza. No hay un
pensamiento en la plaza.
Mejor es el arroz (su resistencia de élan vital)
sigue una fila cualquiera
de gente, la perversión
como fuente de grandeza,
el deterioro programado
de la línea de costa.
Arlen Regueiro Mas (Ciego de Ávila,1972). Ha obtenido el Premio Semejante a la Noche, de la Uneac, en 1993 y el Nacional en el Encuentro Debate de Talleres Literarios 1996, entre otros reconocimientos. Algunos de sus libros son: Páginas del agua, Memorias del cuerpo e Identidad para el silencio.
No te seré entonces tan amargo doloroso pastor, tan esquivo. Iremos juntos a tu huerta y allí haré honores a las castañas y ciruelas que para mí recogiste, aunque no me importe la leche fresca, ni la enormidad de tus rebaños pastando a las orillas del Mincio.
Yo también solía perderme entre las hayas y a la sombra de los montes de Sicilia vague como si fuera una de tus ovejas, recogiendo malvaviscos para adornar tu frente.
Te veía sin verte junto a la fuente Libetra. No sabía que tú eras tú, que deshojabas tu zampoña de siete ruidos en el agua, echando a la corriente doradas monedas. No sabía que sin conocerte guardaba mi larga inocencia.
Alguien me persigue como si mis huellas arrastraran las heridas del sol, caminando a su lado; viene tras de mí, lo presiento abrazarse a las piedras del sendero, ya cansado.
Tengo miedo. Soy como la cera que la luz inflama al ponerle sus labios. Dime dónde es que los árboles nacen, con el nombre de amantes escrito en el tronco.
Mereces acaso que te cante doloroso pastor, si después de él no eres tú el primero. Por él he bebido cicuta y almizcle, y vencí al Dios que le dejó seguirme a los infiernos.
Podrías descansar esta noche aquí conmigo, sobre la triste hierba, pero no te conozco, solo hablas de tu ganado y tu prospera hacienda.
No puedo tornarme, idos a casa. La tarde se cierra entre los tamariscos cual una mano. Todo es más oscuro, el camino se hace difícil, y a lo lejos humean las carnes de la ofrenda.
Las muchachas que jugaban con fuego aquella noche en la Avenida Costera de Acapulco ignoran cuan doloroso fue, y dulcemente triste, pensar en ellas y el peligro que saltaba entre sus manos como pájaros de luz venidos a posarse en todo el mundo.
Mientras buscan deslumbrar el silencio que encierran los cristales de los autos, la prisa secreta y misteriosa de los transeúntes, yo me pongo a mirar sus juegos desde el OXXO vecino donde he ido a comprar una cajetilla de Malboro o acaso estoy bebiendo una cerveza Tecate sentado a la barra que tiene el Hotel Kristal Beach en su vestíbulo.
Trago mi cerveza porque pienso en ti, mientras Alberto asegura que no será difícil conseguir un disco de Gloria Trevi para mi amigo, y entonces Ian acontece y nos intenta convencer de que es feliz, porque ha logrado llamar a su novia y hablar once segundos, para decirle: Estoy bien, te amo y extraño mucho.
Entonces Agustín habla de lo bueno que es estar feliz al menos por un instante y conocer las flores de la vida, que ofrecen, como una oportunidad única e incuestionable, la esperanza de tropezar en el ascensor con Philip Morris y decirle: I love you Phillip Morris, llévame a la cárcel para estar contigo. Porque esto es soñar Acapulco y ver la vida, cuando esas muchachas abanican el fuego de sus rostros y desaparecen.
Más tarde Ian y yo salimos a fumar, y un anciano llega queriéndonos vender plata mexicana, oscura plata de Cortés, y se atreve a confundirme con un gringo, me promete algunas “viejas” en inglés; o si quiero fumar, algo más fuerte que esa mierda de Philip Morris, que no será H.Upmann, precisamente.
Le digo: más gringa será su madre; y nada mas podemos querer, solo contemplar la belleza de esas muchachas que juegan con el fuego y mañana no van a estar aquí, se habrán ido, como nos vamos nosotros también de Acapulco, con la cerveza Tecate y una cajetilla de Malboro en el bolso.