El poeta y artista de la plástica Yanier Orestes Hechavarría Palao es egresado del Taller de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS)
Yanier Orestes Hechavarría Palao (Bijarú, Holguín, 1981). Poeta y artista de la plástica. Egresado del Taller de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Textos suyos han aparecido en varias antologías y en revistas culturales del país. Ha publicado: Sombras del solo, Peces en bolsas de naylon (Premio Poesía de Primavera, Ediciones Ávila, 2009) y Música de fondo. Ha obtenido el Premio Cauce de poesía (2010), auspiciado por la revista del mismo nombre, perteneciente a la Uneac de Pinar del Río, además de mención en el Premio de poesía La Gaceta de Cuba (2010). Los poemas que presentamos a los lectores pertenecen al libro A la intemperie, con el que obtuvo el Premio de la Ciudad 2010 en poesía, y en su edición en 2011 alcanzó el Premio La Puerta de Papel.
Sin percatarme
A diario abro la ventana de mi cuarto. Descubro cómo crecen
flores blancas que no conozco. Creo que siempre han estado
—pero ahora es que advierto su presencia—. Las flores
renacen, se vigorizan en las noches, el sol castiga los finos y
casi transparentes pétalos. Estas flores me demuestran la
capacidad que tengo —todavía— de percatarme de la belleza.
Aquí la belleza es frágil, sencilla, surge por contraste, por
decadencia. Solo ejerce su poder en nuestro entorno. Hace
sol. En los edificios los vecinos lavan. Las ropas se mueven,
proyectando sombras que se alargan por las altas paredes.
Esa imagen sigue conmoviéndome, me alegra saber que las
cosas que me gustan aún me conquistan. Me alegra, porque
todo aquí se agota, cesa.
Los robles que florecen blancos
Caen a mi alrededor, parece que han nacido para ser
pisoteadas, o en el mejor de los casos barridas.
La gente camina aplastándolas —el pavimento se mancha, se crea
un chapaleteo—. Son grandes árboles de corteza áspera, florecen.
No se ha podido ver el sol, el cielo es una capa gris compacta que
ocupa todo el firmamento. Hay calma en mí, pero sé que fuera de
mi cuerpo debe estar el desorden, el desequilibrio. Mis amigos
hablan de estrés y la desconfianza. Sigo solo —ahora más que nunca—.
Leo debajo de una luz débil, debajo de una luz que se desmaya.
Un hombre lee y recuerda; eso, ya es, un golpe, una presión que te
hunde al subsuelo de la existencia. Estoy frente al ventilador. Desde
aquí al subsuelo de la existencia. Estoy frente al ventilador. Desde
aquí siento el olor a gasolina, el susurro de las jóvenes que caminan
encima de altos zapatos punzantes. Los zapatos se entierran en las
frágiles flores que permanecen en el pavimento. Los días se reducen
a ver, es una crueldad cotidiana.
Posibilidad
No debería engañarme.
Leo poemas,
se amplifica mi voz.
No debería.
Así como las hojas de los árboles me rozan,
como el frío cuartea mis labios,
ellos me espían.
No quiero hacer nada conocido,
nada que me repita,
que me dignifique,
que me elija,
no quiero ser acreditado.
Ayer deseé golpearle la cara a mi padre.
Más tarde quise ser el hombre que abrazaba a su hijo.
Siento indiferencia,
algo se cobija en mí.
Acaricio mis brazos,
mis dedos no corren,
no se desplazan.
Todo está seco.
A veces vuelvo al odio,
a veces.
Raras ocasiones
Cómo hacer tuyo un lugar,
cómo recordar el hecho que pasó allí.
Construimos casas,
visitamos ciudades,
tenemos sexo.
Pero en raras ocasiones
fundamos,
creamos,
nos integramos.