Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El golpe del 4 de septiembre

Autor:

Ciro Bianchi Ross

Era un sujeto como otro cualquiera. Ocupaba un modesto apartamento en los altos del café El Cuchillo de Toyo, tenía un cacharrito, jugaba al dominó con sus vecinos… Se había alistado en el Ejército y ganado, por oposición, una plaza de Sargento Taquígrafo. Como el sueldo era escaso —19 pesos mensuales— y tenía ya una hija, su esposa Elisa contribuía al sostén de la familia laborando como lavandera, y él mismo, por las noches, enseñaba taquigrafía en una academia sita en Reina y Lealtad, y vendía joyas a plazos…  El 4 de septiembre de 1933, hace ahora 91 años, cambió su suerte y, con ella, la historia del país. Ese día protagonizó el primer golpe de Estado de Cuba republicana. No sería el único. Le seguirían el que el 14 de enero de 1934 propinó al presidente Grau San Martín y el del 10 de marzo de 1952 contra el presidente Prío, sin contar el golpe de Estado parlamentario que orquestó, en diciembre de 1936, contra el presidente Miguel Mariano Gómez. El sargento taquígrafo Fulgencio Batista y Zaldívar era un sujeto como cualquier otro. Solo en apariencia.

La llamarada popular

La caída de la dictadura de Gerardo Machado entroniza el caos. Carlos Manuel de Céspedes preside el Gobierno, pero no gobierna, y la llamarada popular quema la Isla. El Embajador norteamericano, asustado con la combatividad del pueblo, amenaza con la intervención militar.

Crece el clima de indisciplina e insubordinación en el Ejército. El complot de los sargentos agrupados en la llamada Junta de Defensa gana adeptos entre los alistados de todo el país. La encabeza Pablo Rodríguez, y demanda beneficios para clases y soldados. Pide que no se les rebaje el sueldo y que se les aumente en la medida de lo posible, que se incremente el monto de las pensiones; quieren gorras de plato, polainas de cuero y dos botones más en la guerrera. Bien pronto revelan los sargentos un matiz político en sus demandas: no hay que pedir lo que ellos mismos podrán agenciarse.

El golpe de Estado se planifica para el 8 septiembre. El 4 Batista supone que ha sido descubierto y lo anticipa para esa misma noche. A las ocho tiene el poder prácticamente en las manos. A las nueve suma al Directorio Estudiantil Universitario a la asonada. A las diez Columbia, la fortaleza más importante de la nación, es un hervidero de civiles. Llega el doctor Ramón Grau San Martín, clínico y tisiólogo eminente, profesor de Fisiología de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana, que ha hecho siempre causa común con los estudiantes y ha guardado prisión por sus ideas políticas. A las dos de la madrugada del dia 5 todos los distritos militares de la República se adhieren a la sedición y el Gobierno de Céspedes no existe. Surge la Agrupación Revolucionaria de Cuba, que preside el estudiante de Derecho Carlos Prío Socarrás, y el nuevo régimen asume como programa político el del Directorio.

Batista no pertenecía a la Junta de Defensa hasta que lo llamaron a incorporarse porque era el único sargento que tenía automóvil y los conspiradores necesitaban un vehículo para sus gestiones. Fue, sí, el más audaz de todos. Se apropió del movimiento y excluyó al resto de sus compañeros, a los que prometió que el mando será rotativo. Protagonizaría el alzamiento en el propio campamento de Columbia, mientras enviaba a sus compañeros a regimientos menos importantes. A Rodríguez, cabeza de la Junta, ordenó trasladarse a la ciudad de Matanzas, y, en su ausencia, dictó la orden en la que se designaba Sargento Jefe de las fuerzas armadas y vocero de la Junta; nombraba a Rodríguez jefe de Columbia y a López Migoya, otro de los sargentos comprometidos, ayudante de Rodríguez. Pero no firmó el documento. Lo hizo Migoya como ayudante de Rodríguez, que permanecía ajeno a todo este asunto. Cuando regresó de Matanzas, Rodríguez dejó las cosas como estaban; carecía de don de mando y no tenía atabales para enfrentarse a Batista.

A Palacio

En su primera proclama la Agrupación Revolucionaria asegura que pretende la reconstrucción económica del país y la celebración de una asamblea constituyente, promete un pronto retorno a la normalidad y asegura el castigo para los culpables del machadato. Protegería vidas y propiedades de cubanos y extranjeros y honraría deudas y compromisos de la República. «Por considerar que el Gobierno actual (el de Céspedes) no responde a las demandas urgentes de la revolución triunfante… la Agrupación Revolucionaria de Cuba se hace cargo de las riendas del poder», se asevera en la proclama y la firman, entre otros, Grau, Prío, Batista…

Se impone en Columbia la idea del Gobierno colegiado y surge así la Comisión Ejecutiva o Pentarquía, conformada por los profesores Grau y Guillermo Portela, decano de la Escuela de Derecho, el banquero Porfirio Franca, el abogado José M. Irisarri y Sergio Carbó, director de la revista La Semana; el hombre más popular de la Cuba de entonces. Tomarán las decisiones por mayoría.

De Columbia a Palacio

Se quiere comunicar a Céspedes que ha sido depuesto. En la cochera esperan los pentarcas a que el Presidente los reciba. Los acompaña Batista, con sus galones de sargento, y se les suma Prío, a quien, de inicio, no dejan entrar porque va en mangas de camisa, pero alguien le presta una chaqueta.

Céspedes, de pie, los recibe en su despacho. Es una solemnidad pontificia.  Finge indiferencia. Nadie habla. Batista se esconde detrás de Carbó. «¿Y bien, señores?», inquiere el Presidente, y ante el silencio de todos repite la pregunta. Grau da un paso al frente y dice: «Venimos a comunicarle que nos hemos hecho cargo del gobierno y que es un honor para nosotros recibirlo de manos de un patriota como usted…».

Céspedes lo corta. Demanda qué organizaciones integran la Junta que lo destituye y Grau responde que el Directorio Estudiantil, Unión Revolucionaria, el ABC Radical, Pro Ley y Justicia… Céspedes interroga de nuevo: «¿Se consideran fuertes esos grupos para destituir al Gobierno legal?». «Es que la Junta la integran también todos los soldados y marinos de la nación», contesta Grau.

Céspedes, al oír aquello, retrocede y señala hacia el retrato de su ilustre progenitor, que presidía el despacho de los mandatarios cubanos. Inquiere de nuevo: «¿Ignoran ustedes la responsabilidad que contraen?». Y Grau, con las manos en jarra, en gesto que lo caracterizaría, riposta: «Hace años, señor, que cumplimos la mayoría de edad».

El tiro de gracia

Da Carbó el tiro de gracia a la Pentarquía cuando el 8 de septiembre asciende a Batista a Coronel sin contar con el resto de los pentarcas, pero sí con el Directorio, que está de acuerdo. El ascenso fue el pretexto que esgrimieron Irisarri y Portela para plantear la crisis en el momento en que 30 barcos de guerra norteamericanos rodean la Isla y Washington refuerza su personal en la base naval en Guantánamo para intervenir en el país. «¡Estamos sobre un volcán!», dice Irisarri, y Grau: «Entonces apaguemos ese volcán».

Grau se empeña en mantener la línea revolucionaria del Gobierno, pero la Pentarquía no puede mantenerse y se impone la vuelta a la fórmula presidencial. Es entonces que el Directorio pide a los pentarcas que designen al presidente.

A las ocho de la noche del 9 de septiembre Grau, Carbó, Irisarri y Portela se dan cita en el tercer piso del Palacio Presidencial, mientras que el Directorio Estudiantil, en sesión permanente y secreta, se reúne en el segundo. Los estudiantes se huelen que Irisarri y Portela quieren entregar el poder a los políticos —en específico al ginecólogo Gustavo Cuervo Rubio, menocalista por añadidura— y que existe un complot para detener a Batista y reintegrar en sus mandos a la oficialidad destituida el 4 de septiembre.

Se acuerda derogar el voto de confianza que se les dio a los pentarcas para designar al presidente. El estudiante Juan Antonio Rubio Padilla, y no Chibás, como se empeñó en hacer creer, propone que Grau ocupe presidencia. Prío sube al tercer piso. Portela le pide que se retire porque «nosotros tenemos la grave, trascendente e histórica misión de elegir al presidente». Rojo de ira, Prío le ataja los caballos. «No, señor Portela, esa misión grave, trascendente e histórica les ha sido retirada. El Directorio eligió presidente al doctor Grau San Martín.

Al filo del mediodía del día 10 Grau está de nuevo en Palacio. Viste de blanco y a duras penas se abre paso ante los que colman el Salón de los Espejos. Lo esperan magistrados del Tribunal Supremo para tomarle juramento. Pero Grau los invita a que lo acompañen a la terraza norte. Dice al pueblo que aguarda sus palabras: «Amigos, me he negado a jurar sobre la Constitución porque contiene un apéndice (la Enmienda Platt) que coarta la soberanía cubana. En su lugar, juro ante ustedes». Un funcionario palaciego interrumpe el discurso: «Señor Presidente, lo llaman de Washington». Grau responde, rápido: «A Washington que espere, que yo estoy hablando con el pueblo de Cuba».

Nacía el Gobierno de los Cien Días, y con él nacía a la vida pública un hombre que capitalizó las esperanzas de la nación y las defraudó todas.

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