En otras ocasiones hemos hablado sobre algunas localidades habaneras (Cerro, Jesús del Monte…) que comenzaron siendo caseríos y que el mismo crecimiento de La Habana las convirtió en parte integrante de ella. Mencionamos hace un par se semanas a La Güinera, Luyanó, El Calvario… y nos aventuramos a afirmar que esa taberna que en las crónicas mencionan desde antes de 1858 a la entrada de lo que sería el barrio de Arroyo Apolo, no es otra que el mismo Café Colón que todavía desafía al tiempo en la Calzada de Diez de Octubre, a la vera de la línea del ferrocarril. No es, claro, el mismo edificio, pues en los años 20 un incendio lo destruyó y hubo que reconstruirlo, y de entonces para acá sufrió no pocas transformaciones.
Y ya que hablamos de tabernas, vale decir que muchos barrios que le crecieron a La Habana fuera de su recinto amurallado tuvieron su origen en los pequeños núcleos poblacionales que se asentaron en los alrededores de fondas y cantinas establecidas en los caminos y que servían de lugar de parada y de refrigerio a los viajeros. Así sucedió con El Lucero que fue, en sus comienzos, en 1848, una taberna con ese nombre en el camino de Güines, y lo mismo ocurrió con Luyanó, donde se estableció una fonda o taberna para dar servicio a los viajeros que se trasladaban a Guanabacoa.
Data de 1858 el caserío de La Chorrera, a orillas del río de ese nombre, en el camino real de El Calvario. Jacomino es de 1860. Muy anterior es San Miguel del Padrón, cuya fundación corresponde a 1660. Ocho años más tarde se edificó su iglesia, que se convirtió en parroquia en 1745.
El barrio ultramarino de Casa Blanca, a la entrada izquierda de la bahía habanera y en la falda de la loma de la Cabaña, existía con ese nombre cuando el sitio y la toma de La Habana por los ingleses, en 1762. Entonces se levantaba allí un almacén de la Real Hacienda.
Tras el fin de la ocupación británica se avecindaron en esa localidad varios navegantes de cabotaje y carpinteros de ribera que asentaron allí sus talleres. Todo lo hecho desapareció, sin embargo, a causa del voraz incendio que se desató el 25 de abril de 1785, a la una de la tarde. La reedificación comenzó en el propio año, en diciembre. En 1792, José Triscornia, uno de los vecinos más pudientes, construyó un muelle y un taller para la reparación de embarcaciones menores, ejemplo que imitaron otros poderosos, como Salvador Samá, marqués de Marianao, y a la vuelta de dos años todo el litoral de Casa Blanca se llenó de arrimos entablados de madera dura sobre horcones y el Gobierno colonial construyó un amplio almacén y taller para la reparación de lanchas guardacostas. Se edificó además una fábrica de pólvora, que duró poco tiempo, y otra de clavos para hacerle la competencia a los clavos importados, pero el clavo criollo fue boicoteado por el comercio minorista habanero y la fábrica debió cerrar sus puertas.
Arroyo Arenas, caserío situado en la carretera de La Habana a Vuelta Abajo, fue fundado en 1790. Su iglesia se construyó en 1811 y se reconstruyó en 1840. En 1847 el poblado tenía 290 habitantes distribuidos en 11 casas de mampostería y tejas, siete de madera y tejas y 36 de embarrado y guano.
El Cano es de 1723. Se levantó sobre el terreno que donó con ese fin el propietario del corral del mismo nombre. Su iglesia, que data de 1730, fue tenencia de la parroquia de Guanajay y parroquia en 1765, con iglesias auxiliares en Guatao y Corralillo.
Fue El Cano un pueblo próspero. En 1841 tenía ya 1 128 habitantes; contaba con dos médicos cirujanos y delegaciones de medicina y cirugía, administración de correos y dos escuelas gratuitas, una para hembras y otra para varones, costeadas por el Ayuntamiento de Santiago de las Vegas, al que pertenecía esta localidad.
Tuvo El Cano ayuntamiento propio en 1879, pero en 1902 fue suprimido y el poblado quedó anexado a Marianao.
En 1726 se fundó La Ceiba. La Lisa, que en sus comienzos fue una aldea perteneciente a El Cano, surgió en 1862, en tanto que familias que solían pasar allí las temporadas de baño dieron vida, en 1880, a la barriada de la Playa de Marianao, localidad que cobró auge a partir de 1884 con la inauguración del ramal del ferrocarril que salía desde la esquina de Zanja y Galiano.
La barriada de Jesús del Monte existía ya a mediados del siglo XVIII. La calzada de igual nombre no era sino un tramo del camino que conducía a las poblaciones de Santiago de las Vegas y Bejucal; el único que partía de la ciudad y se adentraba en el campo. Las vegas de tabaco fomentadas junto a los arroyos de Agua Dulce y Maboa dieron prosperidad relativa al poblado, que en 1765 fue declarado cabeza de partido rural y su iglesia, que se construyó a partir de 1695, dejó de ser parroquia auxiliar para convertirse en parroquia independiente. En 1820, Jesús del Monte era ya municipio; pero perdió esa condición tres años después.
Sus moradores más humildes ganaban el sustento gracias a la venta de sombreros de guano y yarey que tejían ellos mismos, mientras que el tránsito de viajeros, carretas y arrierías aportaba al mismo tiempo lo suyo. Pero el establecimiento del ferrocarril Habana-Bejucal comprometió y retardó el desarrollo del poblado. En 1846 vivían allí algo más de 2 000 personas, y en 1858 eran 4 000 los vecinos y en sus cinco leguas cuadradas de superficie se asentaban las aldeas de La Víbora, Arroyo Apolo, San Juan, Arroyo Naranjo y otros caseríos. Ese auge obedeció, dice el historiador Pezuela, a «la pureza de su atmósfera y la amenidad de su paisaje» que impulsaron a representantes de las clases pudientes a establecer allí sus casas y quintas de recreo, y ya en 1863 Jesús del Monte le disputaba al Cerro y a Puentes Grandes «la animación y concurrencia de las temporadas de verano». Pero eso duraría poco. Jesús del Monte nunca suplantó a esas localidades como barrio elegante, papel que se adjudicó el Vedado y perdió en extensión territorial cuando se le escindió Arroyo Naranjo, que comprendía entonces los caseríos de Arroyo Apolo y de San Juan.
El caserío de San Juan —en las inmediaciones de lo que hoy es el hospital Julio Trigo y antes fue el sanatorio antituberculoso de La Esperanza— surgió en 1857 con los bohíos que, para viviendas, construyeron los trabajadores de las canteras que allí se localizaban. El pequeño poblado se estableció en la loma situada entre las fincas de Infante y Matamoros. Un año después de su fundación contaba con nueve viviendas pobrísimas y 22 habitantes y pertenecía a Arroyo Naranjo, localidad fundada con anterioridad, en 1845, como paradero de los ómnibus tirados por caballos y las berlinas que cubrían el trayecto entre La Habana y Santiago de las Vegas.
A las nueve casas existentes en San Juan se sumaban las siete de El Puente, localidad perteneciente también a Arroyo Naranjo y que disponía de una tienda mixta con fonda y una albeitería para el cuidado y la atención veterinaria de los animales. Existía en despoblado, junto al camino real, otra bodega y una bodega más, con fonda, en el punto conocido como La Güinera, donde se erigía una ermita de tablas y tejas que celebraba misa una sola vez al año, el 13 de junio, día de San Antonio de Padua, al menos que alguien se interesase en sufragar otra misa. De ahí que la gente de Arroyo Naranjo tuviera que recurrir, para los auxilios sacramentales, a las iglesias de Jesús del Monte o El Calvario.
Disponía Arroyo Naranjo de unos célebres baños medicinales de sal, yeso, hidroclorato de magnesio y otras sustancias, conocidos con El Cacagual —no confundir con El Cacahual, sitio donde se honra la memoria del mayor general Antonio Maceo y su ayudante, el capitán Francisco Gómez Toro—. Baños que nunca fueron muy concurridos por lo dificultoso del camino y la falta de comodidades para tomarlos.
Un grupo de labradores que edificaron sus viviendas en la falda de la loma de El Calvario dieron origen, en 1735, a la localidad habanera de ese nombre, destruida en 1779 y reconstruida al año siguiente. Fue entonces que se erigió un nuevo templo, de mampostería, a diferencia del anterior, que era de madera. La obra se costeó con las limosnas de los feligreses y los donativos del obispo Santiago Echevarria. En 1827 tenía El Calvario 197 casas y una población de 869 personas.
Cuando se organizaron en La Habana, en 1825, los escuadrones rurales de Fernando VII tocó a El Calvario nutrir sus filas con un contingente de 75 plazas por lo que diez años después se dotó a la localidad de un pequeño cuartel de mampostería para su cuadro de alistados y voluntarios que allí recibían instrucción militar.
En Managua finalizamos este viaje por algunas barriadas habaneras.
El origen de esa localidad hay que buscarlo en 1730 cuando el presbítero Matías de León Castellanos demolió el corral Managuana, de su propiedad, y construyó una ermita. Alrededor de dicho templo, varios colonos construyeron sus viviendas de embarrado y guano. Así nació Managua, al pie de las lomas del mismo nombre, las Tetas de Managua, elevación de más de 265 metros de altura.
Creció la población de esa localidad y en 1750 eran ya 30 las viviendas y unos 390 los habitantes, mientras la iglesia pasaba a ser tenencia auxiliar de la parroquia de Güines bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. En 1827 componían el caserío 18 casas de mampostería y tejas, 53 de madera y 14 de embarrado y guano, con 358 habitantes, pero en 1846 la población disminuyó a 147 habitantes y quedaban solo 41 viviendas. En 1862 Managua cobró auge de nuevo. Fue entonces que se reedificó la iglesia y se instalaron sendas escuelas para hembras y varones.
Por disposición del Rey español, Managua obtuvo el título de villa en 1874, y tuvo ayuntamiento a partir del 1ro. de enero de 1879 hasta su supresión el 24 de enero de 1902, cuando fue anexada a San José de las Lajas.