El presidente de honor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el reconocido intelectual Miguel Barnet Lanza, es uno de los más importantes escritores vivos de la Mayor de las Antillas de los últimos 40 años
Tuve la suerte de conocerlo cuando yo era todavía muy joven. Y él también. Se desempeñaba como editor de las publicaciones de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y, a pesar de sus pocos años, ya había escrito una obra de dimensiones universales: Biografía de un cimarrón.
La vida, con sus aventuras y complicidades, favoreció que se consolidara entre nosotros una amistad que dura ya más de 30 años. Por eso, entrevistar a Miguel es corroborar la brillantez y el ingenio de un poeta y ―como él mismo se define― un fabulador a quien tengo el privilegio de acudir siempre que necesito una opinión inteligente y un corazón abierto a todas las interrogantes.
Orfebre de la palabra lo llamó Carilda Oliver, mientras que Alejo Carpentier destacó su habilidad para escapar de todo mecanismo de creación literaria y su inscripción en la literatura con ese monólogo de su Cimarrón, pletórico de proyecciones poéticas.
Y es en su poesía, que atraviesa también toda su obra en prosa, donde es más fácil descubrir a ese Miguel que siempre nos sorprende con su arsenal de respuestas dictadas por ese ángel de la jiribilla del que hablaba Lezama y que encuentra en él su más legítimo mediador en la Tierra.
De esta manera someto al lector el cuestionario para que compruebe por sí mismo quién es Miguel Barnet fuera de la fría enumeración de sus títulos y su prolífica biografía que abarca al escritor y al hombre de su tiempo en una conjunción tan poco frecuente como necesaria.
―¿Cómo llegó la poesía a Miguel Barnet? ¿Qué ha significado como medio de expresión durante todos estos años?
―Llegó como una ráfaga. Me di cuenta un día de que yo veía del otro lado de la luna. Y el susto me llevó a escribir unos textos que querían parecerse a los de mis contemporáneos. Desde ese momento no he dejado de escribir poemas, a pesar de las turbulencias que han atravesado mi vida. La poesía, no exagero, es la salvación del alma del escritor. Si no tuviera la poesía no se a dónde hubiera ido a parar. Quizá sería hoy un alucinado o un robot. La poesía es la esencia de todo verdadero escritor.
―Biografía de un cimarrón es la más conocida y elogiada de tus novelas y significó una renovación formal del género en su momento. ¿Te propusiste innovar o fue un resultado del proceso de escritura?
―No me propuse nada en particular. Fue la pura intuición lo que me señaló el camino de una obra que curiosamente nació con una suerte de edición crítica. Llevó una introducción, un glosario, notas abundantes al pie, un epílogo y un montaje del discurso del protagonista que se realizó con un presupuesto antropológico e histórico, pero sin eludir la poesía intrínseca de la narración.
«En 1965, cuando escribí el libro, nadie hablaba de posmodernidad y mucho menos de postestimonio. Me auxilié de los métodos científicos de la época y de la investigación histórica. Esteban Montejo me estaba esperando debajo de una mata de mangos y cuando nos vimos por primera vez en enero de 1963 solo atinó a decirme: llegó a tiempo, jovencito.
―De todas tus novelas, ¿con cuál te sientes más satisfecho?
―No soy un mal padre. Pero si tuviera que escoger sin dudas que me quedaba con Oficio de ángel. Es la más personal y la que más trabajo literario tiene. Creo que es un largo poema en prosa. Ya lo he dicho varias veces: yo no soy un escritor puro, ni un novelista tradicional. Soy una mezcla de jicotea y halcón, ¡qué se va a hacer!
―Se te suele encasillar dentro del llamado movimiento coloquial de los años 60. ¿Estás de acuerdo con esa clasificación?
―No puedo estar de acuerdo con esa clasificación porque no creo en ningún ismo y menos en el llamado coloquialismo al que se asocia tan controvertida forma de crear.
«Coloquialismo de alto vuelo en la poesía cubana hay en abundancia, desde la obra de José Zacarías Tallet, sobre todo en su poema Proclama; El Gigante, de Rubén Martínez Villena; la Elegía camagüeyana, de Nicolás Guillén; Últimos días de una casa, de Dulce María Loynaz; Conversación a mi padre, de Eugenio Florit, la obra de Rolando Escardó, parte de la de Roberto Fernández Retamar y la de algunos de mis contemporáneos. Todos recogimos ese fruto y de algún modo lo metabolizamos en nuestra poesía. Ese es mi criterio en relación con este tema tan manido.
Toda poesía, al fin y al cabo, es coloquial; el poeta, aun el más oscuro, hermético o parnasiano, lo que quiere es comunicar. Yo soy un poeta lírico con vocación civil, nada más; y unas veces mis textos son claros como el agua y otras se tornan oscuros como la noche. Nada tuve que ver con el coloquialismo al uso, simplemente me tocó el privilegio de testimoniar una época que viví con intensidad, peligro y orgullo.
―¿Cómo concilias tu vocación de promotor cultural con tu vocación de escritor?
―Son una sola cosa. Me he entregado a la vorágine de los tiempos a plena conciencia y gracias a que el vendaval me ha sacudido varias veces me he mantenido lúcido y al pie del cañón. Alterno mi vida social con la creación. Quizá he sacrificado horas de escritura con mi condición de promotor cultural. Pero no me arrepiento porque la satisfacción que me ha dado ser parte de un trabajo colectivo no se parece a nada. En la Fundación Fernando Ortiz no he hecho más que crear con mi equipo nuevas propuestas, revistas, libros, premios, becas, un mundo de cosas que aspiran a continuar modestamente la obra de hombres tan importantes para Cuba como Fernando Ortiz, a quien tanto le debemos los cubanos.
―¿Qué piensas de nuestra actual literatura?
―Que por fin la literatura cubana dejó de ser aburrida. Ahora está cargada de humor, de crítica social, de audacias estilísticas, de introspección sicológica. Me gusta la literatura que hacen los más jóvenes, sobre todo las mujeres, porque son más atrevidas; no tienen pudor, van al pan pan y al vino vino. Es una literatura revolucionaria porque rompe con moldes. Veremos si llegan al veril, como llegaron Lezama Lima, Alejo Carpentier y Virgilio Piñera. ¡Ojalá!
―Si te pidiera definir a Miguel Barnet, ¿cómo lo harías?
―Un fabulador que se hace la ilusión de que tiene los pies en la tierra.
Miguel Barnet Lanza (La Habana, 28 de enero de 1940) es un poeta, narrador, ensayista y etnólogo cubano. Ha investigado las distintas fuentes de la cubanía. Fue discípulo de Fernando Ortiz (1881-1969). Su obra Biografía de un cimarrón es un clásico de la literatura cubana. Es miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua. En el año 2002 se le dedicó la Feria Internacional del Libro de La Habana como reconocimiento a su vida y obra. Es fundador de la Uneac, de la que fue electo su presidente en el congreso celebrado en abril de 2008. Y en la jornada de clausura del 9no. Congreso de esta organización (junio de 2019) fue elegido como presidente de honor.
Entre sus obras narrativas publicadas se destacan: Biografía de un cimarrón (1966); Canción de Rachel (1969); Gallego (1983); La vida real (1986); Oficio de ángel (1989); Autógrafos cubanos (1999); En el muro del malecón (2018), y En el humo inasible de los idos (2018).