Un enorme mapeo sonoro evidencia alarmantes pérdidas de aves cantoras
Las noticias científicas nos tienen habituados a bifurcarse al menos en dos direcciones esenciales: los grandes avances que nos esperanzan a todos, y las noticias que nos alertan del impacto negativo de la acción humana sobre el entorno.
De cualquier modo, aun cuando nos toca informarnos sobre la parte más negativa, siempre es una buena señal que se esté registrando un problema, porque esto, con mucha suerte, hallará una respuesta positiva.
Ese es el caso de un reciente estudio publicado por Nature Comunications que evidencia que el paisaje sonoro de las aves está volviéndose cada vez más monocorde y escaso en el planeta. Sí, por increíble que parezca, las aves cantan mucho menos, y con menos matices desde hace algunos años. La parte menos asombrosa es que, por supuesto, se debe a la acción humana sobre sus ecosistemas.
Pero cómo se logra registrar un fenómeno tan particular. Pues con muchísimo trabajo detrás.
Un equipo internacional de investigadores, dirigido por Simon Butler, de la Universidad de East Anglia, ha logrado combinar información de censos de aves obtenidos gracias a millones de observaciones de ciencia ciudadana, con grabaciones de especies individuales al aire libre que van conformando el inmenso mosaico de la variedad de «bandas sonoras» de los aires.
Para lograr el retrato completo de los paisajes sonoros históricos, este equipo utilizó bases de datos enormemente ricas gracias al esfuerzo de miles de observadores de aves aficionados, lo que se puede clasificar como ciencia ciudadana: El North American Breeding Bird Survey y el Pan-European Common Bird Monitoring Scheme, registros de amantes de las aves que guardan cientos de grabaciones de los diferentes tipos de cantos por especie.
Además, detalla The Convertsation, contaron con las grabaciones en el entorno natural de más de mil especies de Xeno-Canto, una exhaustiva base de datos de libre acceso con el trinar de cantos y reclamos de aves de todo el mundo.
Gracias a este tipo de registros es posible conocer qué especies de aves y cuántos individuos de cada especie había en un lugar concreto en un momento dado. De ese modo, ya es posible crear el paisaje sonoro de ese lugar, en ese momento, combinando en la proporción que indica el censo las grabaciones tomadas al aire libre de individuos de cada especie representada.
El enorme mapa que se conformó asignó un archivo de cinco minutos a cada paisaje sonoro, y 25 segundos a cada individuo de una especie. Una verdadera maravilla que pareciera combinar lo científico con lo artístico y lo meditativo.
El rango de tiempo considerado fue de 25 años, y se midió la riqueza del paisaje sonoro según cuatro indicadores principales, asociados con la variedad y abundancia de especies de aves y con la complejidad de sus canciones.
En resumen, este inmenso cuadro histórico permite ver el cambio experimentado por los cantos de una especie o un lugar durante el período estudiado.
Según los resultados de este arduo proceso investigativo, ha habido un deterioro crónico de la calidad de la banda sonora de la naturaleza en Norteamérica y Europa durante las últimas décadas, probablemente asociados a la pérdida global de biodiversidad provocada, entre muchos factores, por el cambio climático.
Los lugares en los que más ha descendido la diversidad y la intensidad acústica de su banda sonora, detalla el estudio, se corresponden con entornos en los que hay menos abundancia y riqueza de especies.
Se ha evidenciado, además, que muchas de las especies con cantos altamente complejos han desaparecido o están cerca de su extinción, como es el caso del mosquitero musical.
Además, aunque este estudio se centra exclusivamente en las aves, la reducción de otros grupos biológicos con gran probabilidad también está empobreciendo la banda sonora de la naturaleza, precisa el estudio.
Asimismo, un factor decisivo en este empobrecimiento del canto es el aumento constante y generalizado del ruido producido por los humanos, que sirven como pantalla al sonido natural.
Como apunta el sitio Quo, diferentes estudios muestran que las aves se ven forzadas a reducir su canto cuando la actividad humana se intensifica.
A propósito de esta relación, se pudo comprobar como parte del proyecto científico que el confinamiento causado por la COVID-19 fue una pequeña oportunidad para comprobar que, cuando nuestra actividad disminuye, las aves urbanas vuelven a cantar.
Toda la evidencia recopilada por este mapa canoro nos vuelve a apuntar a los viejos responsables de los deterioros naturales. Y sí, seguimos siendo los seres humanos. Pero específicamente aquellos que no practican la conciencia de habitar un planeta que pertenece a todas las especies, y no solo a nosotros mismos.
Ojalá podamos seguir disfrutando del canto del ruiseñor o el sinsonte. Y que cada vez logremos valorarlos más.
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