Cuando se acercan los últimos meses del año, muchos optan por una dieta para mantener la figura deseada. ¿Qué dice la ciencia sobre la efectividad de esos regímenes alimentarios?
El Roly tijeretea al aire a toda velocidad mientras ofrece, gratuitamente, un discursillo sobre el problema social del momento. Entre corte y corte, y un humazo de cigarro importado, va reformando las cabezas del barrio desde su sillón de barbero-pedagogo. Se mueve rápido, y es capaz de pasar de un tema a otro, de un campo del saber a otro, sin perder una pizca de su porte.
Y tal vez por el toque casual de la bata blanca, la gente que pasa por la barbería (todo el mundo, hombre o mujer, niño o científico) lo toma por fuente informativa de confiar. Es una especie de prensa andante, que sabe «lo que se mueve» y actualiza al barrio con un deber casi personal. Hasta los columnistas en crisis de inspiración le piden consulta. (Ejem, no tengo por qué ser yo). Y el Roly no decepciona.
«Señores, viene el fin de año —le espeta a una clientela pasadita de peso. Mira, olvídate del gimnasio, si no sabes llevar lo que comes, estas embarcado.» Y se hace la luz. De eso vale la pena hablar desde la ciencia. ¿Funcionarán todas esas dietas milagrosas de internet que la gente se empieza a tomar tan en serio? Le agradezco al Roly con la mano y salgo corriendo. Desde el sillón, un hombre con la mitad de la cabeza rapada le da la razón en todo. Nosotros vamos esta vez en busca de los misterios de las dietas milagro.
Alcalinas, de colores, detox, de líquido, de la luna, de uvas, de Atkins, de la mitad... Solamente los nombres revelan un sinnúmero de matices e ideas. Pero algo tienen en común: todas prometen efecto sano, pérdida de peso rápida, sin esfuerzo, y se apoyan en un tono de cientificidad al usar términos e ideas de la nutriología.
Encima, la mayoría menciona a algún artista que la practica, y muchos son nombres de personas que nos parecen bastante inteligentes —y atractivas— para caer en un embuste: Natalie Portman, Adele… Vamos, que suenan muy convincentes.
Sin embargo, los riesgos de poner en práctica una dieta milagro de internet sin consultar a un especialista son suficientes para revisar con seriedad las bases científicas de estos regímenes tan de moda. La variedad nos obliga a mencionarlas en grupo. Existen dietas hipocalóricas desequilibradas, dietas disociativas, dietas excluyentes, y algunas otras.
Entre los regímenes hipocalóricos desequilibrados se encuentran las siempre populares dietas de toma la mitad, que consiste en solo consumir la mitad de lo que piensas comer, y la peligrosa dieta cero, que propone nada menos que un ayuno absoluto durante cierto tiempo. Este tipo de dietas se basa en la idea de reducir el consumo de calorías con el fin de perder peso, algo que no sería erróneo por sí solo, si no fuera porque se termina por demonizar de un modo extremista esos nutrientes tan necesarios para el soporte energético del organismo y se expone a quienes las asumen a un bajón energético que afecta la rutina diaria, a un cuadro hipoglucémico o incluso a una intolerancia a la glucosa y síntomas arrítmicos, en casos extremos.
Sucede que la energía calórica básica es la que ayuda a nuestro corazón a bombear cada día lo necesario para permitir nuestro desempeño en la jornada. Los nutriólogos cubanos Arnoldo Pérez Rodríguez y Alina Inclán Acosta, en su ensayo «La dieta: un principio básico en el tratamiento de la disglucemia», no hablan de estigmatizar ni eliminar las calorías, sino de «distribuir las calorías totales… determinando el peso ideal, el estado nutricional y la actividad física» del paciente, una adecuación personalizada que estas dietas mágicas pasan totalmente por alto.
En el grupo de las dietas disociativas funciona principalmente otra idea básica sin apoyo científico, que ha sido muy extendida por medios de entretenimiento y ocio: no solo es importante reducir el nivel de consumo, también se deben controlar las combinaciones de ciertos alimentos, e incluso prohibir algunos de modo total. Dentro de esos principios supuestamente científicos, una de las preferidas es la dieta de Montignac, que prohíbe la combinación de lípidos con carbohidratos, y estigmatiza de modo absoluto el consumo de pan, pasta, arroz, papas... Aconseja además la no ingestión de frutas junto a proteínas o lípidos, pues, si se ingiere de ese modo, dicen los amantes de esta dieta, podría no ser digerida y quedar en el estómago, una idea totalmente errónea.
Mirado científicamente, hay varios mitos detrás de este grupo de dietas milagro. Nuestro aparato digestivo se ha adaptado desde el proceso evolutivo a la combinación alimentaria, y las enzimas digestivas son capaces de hidrolizar los macronutrientes reduciéndolos a sustancias necesarias para el organismo. Por ejemplo, los odiados carbohidratos son convertidos en monosacáridos; las proteínas, en aminoácidos, mientras los lípidos son reducidos a ácidos grasos o glicerina, y todos son necesarios. Claro está, en su justa medida.
En un tercer grupo tendríamos las dietas excluyentes, esas que prohíben terminantemente un tipo de alimento específico por considerarlo innecesario y hasta dañino. Sin embargo, cuando se le pregunta a un nutriólogo, la respuesta suele ser «esas son las dietas que eliminan algún nutriente de la alimentación». Y ahí se esconde el secreto de su peligro. Además, en este grupo hay muchas dietas escudadas tras el nombre de un «doctor», lo que logra convencer a muchos de su credibilidad.
Un buen ejemplo es la dieta de Atkins, a base de grasas y sin carbohidratos. El régimen suprime la sensación de hambre por la presencia de grasas y estimula la secreción de cetonas, todo lo cual realmente logra la reducción del peso. Sin embargo, las ingestas aumentan el colesterol y reducen el potasio, lo que posibilita la aparición de arritmia cardiaca.
Además de estas, las monodietas, como la de la piña, la uva o la dieta del pepino, que restringen el consumo a un solo alimento, consiguen el adelgazamiento, pero provocan una sensación de hambre continua y pueden llevar a la malnutrición y efectos gastrointestinales negativos, como diarreas, vientre hinchado y gastritis.
Por si fuera poco, numerosos pacientes que optan por dietas milagro padecen de problemas emocionales no atendidos que pueden intensificarse con sensación de angustia y frustración al someterse a un régimen extremo e idealista. De ahí las derivaciones en muchos trastornos alimentarios como la bulimia y la anorexia.
En resumen, las dietas mágicas o milagro, esas que aseguran que puedes perder más de cinco quilos en cuestión de semanas, y te sostienen que fue así como Beyoncé logró su figura, se soportan sobre un deseo de prontitud sin esfuerzo. Somos atraídos por una solución rápida, fácil, sin dietas ni ejercicio; pero, sin una alimentación balanceada, una transformación en los hábitos, el estilo de vida y la actividad física, mal que le pese a la conciencia mundial, es imposible perder los quilos de sobrepeso. Y ese impulso natural al menor esfuerzo, muy humano por cierto, es el que puede encauzarnos a una credulidad muy peligrosa que termina por causar más problemas de los que el sobrepeso provoca.
Las dietas mágicas o milagrosas se soportan sobre un deseo de prontitud sin esfuerzo.
Aun cuando muchos de los principios que proponen pueden ser reales; por ejemplo, la reducción de carbohidratos y calorías sí puede causar reducción de peso, los niveles de cada nutriente en el organismo deben mantenerse equilibrados y las particularidades endocrinas de cada individuo tampoco son coherentes con un modelo único para todos. De ahí que los nutriólogos hablen de un plan alimentario asistido vs. dietas mágicas.
Por último, como afirman los doctores en el ensayo citado, una buena dieta no es solo aquella que logra la reducción de peso, sino la que además crea una buena educación alimentaria. Y esa lleva todo tipo de nutrientes, aunque claro, en dosis y horarios adecuados, y ajustadas a los rasgos e historia clínica de cada persona.
1.— Desayuna: Nunca olvides ingerir alimentos en la mañana, te darán la energía necesaria para realizar tus actividades.
2.— Sustituye lo frito por lo asado: Evita los alimentos fritos o que se cocinen con mucho aceite.
3.— Recuerda la regla CCF (Calidad, cantidad y frecuencia): No existen alimentos malos, solo debes saber dosificarlos con asistencia especializada.
4.— Plato colorido: Incluye la mayor cantidad de colores en tu alimentación saludable. Los pigmentos son ricos en fitonutrientes.
5.— Come productos del mar en cada oportunidad posible.
6.— No sacralices la ingesta de carne, disminuye tu consumo de grasas, y aumenta el de vitaminas, minerales y fibra.
7.— Elige las grasas adecuadas: Cambia las opciones de lácteos bajos en grasa y elige opciones saludables para el corazón tales como las grasas insaturadas (aceite de canola, oliva y maní).