La danza, generalmente, comienza al caer la noche. A lo largo de las decenas de metros que conforman el muro perimetral de la sede de Juventud Rebelde, centenares de bibijaguas marchan en perfecta sincronía.
Sobre sus cuerpos, pequeños pedazos de hojas, casi todos del mismo tamaño, como arrancados milimétricamente, son llevados a un destino que nunca encuentro. Se pierden en la noche, más allá del muro. Unas van, otras vienen. Es un espectáculo que hipnotiza. La fila tiene dos sentidos, como una carretera llena de autos en plena hora pico. En un sentido van las hojas sobre los frágiles cuerpos. Por el otro carril regresan más obreras a procurar más alimento.
A veces, una o dos caen desde lo alto del muro. La gravedad no es suficiente como para hacerles daño, porque rápidamente se vuelven a orientar y siguen su marcha interminable. Muchas veces puedo observar que entre ellas se ayudan, se aligeran la carga, la comparten.
En este acto de la naturaleza se encierra una gran enseñanza, la del valor de la disciplina y el trabajo en equipo. Cuando atravesamos tiempos bien complejos como los que hoy vive nuestro país, no podemos perder de vista estos y otros valores. Es imperdonable abrir resquicios al egoísmo, al sálvese quien pueda.
Me aterra el poder del dinero a toda costa. No del dinero bien ganado con el sudor de la frente, o el dolor de unas manos que no paran de teclear para buscar sustento a los suyos, o de aquellas que procuran salvar vidas, sin importar lo difícil que sean las condiciones.
Mis miedos afloran ante los que son capaces de todo a costa de algunos (o muchos) billetes en la mano, mientras esquilman a los demás, especialmente, a los más vulnerables.
Es cierto, no son los mejores momentos, y algunos hasta dicen, como si fuera algo que tuviéramos que aceptar, que en las crisis afloran las peores caras. Yo me niego a creer en eso. Porque en momentos durísimos de la vida siempre tenemos a alguien que estira la mano para ayudar. Porque a diario sé de miles que se levantan y empinan su frente y hacen lo que deben con la mejor de las sonrisas, así su mundo se esté acabando. Entonces, ¿por qué no hacer de ello un acto cotidiano y masivo?
La familia, la escuela, el barrio deben transformarse no solo desde la mejora material que todos esperamos y merecemos, sino también desde su alma. Cultivar y practicar la bondad, la solidaridad, el desapego, esparcir amor y cariño, son prácticas que no solo ayudan a transitar mejor las tempestades, les bajan incluso algunos grados de intensidad en la escala Saffir-Simpson a cualquier tormenta.
¿Qué nos cuesta recuperar los buenos modales? ¿Por qué no fomentamos más el trabajo en equipo para que todo fluya mejor? ¿Acaso cada acción que emprendamos tiene que llevar a una ganancia material?
La utopía sirve para caminar, nos legó Fernando Birri. A lo mejor las bibijaguas ya lo entendieron mejor que nosotros, y por eso se empeñan cada noche en hacer su trabajo lo mejor posible.
Quizá si ponemos un poco más de empeño en llenar de calidad y amor cada una de nuestras acciones, nos acerquemos esa utopía un poco más en el horizonte, y hasta encontremos el escondite de las bibijaguas.