No hay dudas de que aquel nacimiento, ocurrido el 28 de noviembre de 1880 en Brooklyn, Nueva York, cambió la vida de José Martí. Había venido al mundo María Mantilla (1880-1962), hija legal de Carmen Miyares y Manuel Mantilla. El Apóstol, quien vivió como huésped en la casa del matrimonio desde principios de ese año, con algunos intervalos de ausencia, se convertiría en el padrino de la niña, bautizada el 6 de enero de 1881. Pero fue mucho más que eso.
Varias décadas después María recordará cómo aquel hombre sabio —que escribía rapidísimo con letra que a veces ni él mismo entendía y actuaba con las personas con incontables gestos de delicadeza— le enseñaba francés, le dictaba oraciones mientras se paseaba por la sala de su casa, le insistía en el estudio del piano y le daba lecciones...
«Viví junto a Martí por muchos años, y me siento orgullosa del cariño tan grande que él tenía por mí. Toda la educación e instrucción que poseo, se la debo a él. Me daba las clases con gran paciencia y cariño, y cada vez que tenía que hacer un viaje me dejaba preparado el itinerario de estudios (...) En medio de todas las agonías y preocupaciones que llevaba sobre sí, nunca le faltaba tiempo que dedicarme», contaría ella en un testimonio aparecido en el libro Yo conocí a Martí, de Carmen Suárez León.
Si hoy revisamos las Obras Completas del Maestro, vemos que la llama «Mi hijita», mi hijita querida», «Maricusa mía», mi niña querida» o «mi María». «Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así, no la ama (…) ¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí? (…) Cuando alguien me es bueno, y bueno a Cuba, le enseño tu retrato (…) Espérame, mientras sepas que yo viva», le dice Martí en larga y hermosa carta desde Cabo Haitiano el 9 de abril de 1895.
Como si eso no bastara, más nos impacta saber que, al caer en combate en los campos de Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, José Julián llevaba en uno de sus bolsillos, como una reliquia, una foto de María Mantilla. Todo lo anterior y otras «pruebas» han tejido una novela sobre esta hermosa relación, que ha llevado a varios estudiosos a plantear que Pepe era el padre biológico de María, aunque no faltan tampoco los que se oponen férreamente a tal teoría.
El propio Martí no estuvo ajeno a los rumores sobre su posible relación con Carmen Miyares, los que crecieron después del deceso, el 12 de febrero de 1885, de Manuel Mantilla, quien no era un hombre viejo, como algunos han señalado (42 años), y estaba aquejado de «enfermedad mitral del corazón». Por eso, en 1887, en misiva dirigida a la prima de Carmita, Victoria Smith, le responde:
«…Consideraría en llano español una vileza, quitar por ofuscaciones amorosas el respeto público a una mujer buena y a unos pobres niños. Puedo afirmar a U., ya que su perspicacia no le ha bastado esta vez a entender mi alma, que Carmita no tiene, sean cualesquiera mis sucesos y aficiones, un amigo más seguro, y más cuidadoso de su bien parecer que yo».
Sin embargo, la mismísima María Mantilla había afirmado en 1935 en carta a uno de sus hijos que ella era hija del Hombre de La Edad de Oro. El 12 de febrero de 1959 (seis años después de haber visitado Cuba, invitada por el centenario de Martí) al escribirle a Gonzalo de Quesada, según aparece en el volumen La patriota del silencio: Carmen Miyares, redactado por Nydia Sarabia:
«Yo, como usted sabe, soy la hija de Martí, y mis cuatro hijos, María Teresa, César, Graciela y Eduardo Romero, son los únicos nietos de José Martí. Desde el año 1880, año en que yo nací, Martí vivió en mi casa, rodeándome de infinito amor y protección espiritual, con una devoción entrañable, hasta el día en el año 1895 que salió para Santo Domingo para juntarse con Máximo Gómez…».
La respuesta de Gonzalo acaso resulta más llamativa: «Todos sabemos que usted lo es, y que si por ejemplo nosotros los Quesada nunca lo hemos expresado públicamente es porque no ha sido hasta ahora en que usted autoriza y hasta desea que se haga saber, aunque bien es cierto que ya César lo declaró hace años en carta a Virgilio Ferrer Gutiérrez y recientemente en el Jack Paar Show en La Habana».
Lo más importante radica en que nada ni nadie, ni este u otro «descubrimiento» puede bajar al Apóstol de su altura tremenda. Ya lo dijo el reconocido martiano Luis Toledo Sande, en declaraciones al citado periódico Escambray: «Si María Mantilla hubiera sido efectivamente la hija biológica de José Martí, creo que él hubiera sufrido bastante y decidió llevarse a la tumba el secreto. Carmen Miyares, que murió unos años después (1925), también se llevó a la tumba el secreto. Entonces, ¿qué derecho tengo yo a venir a revolver esos dolores que, por otra parte, no me pertenecen? Lo importante es que María Mantilla fue la hija espiritual de José Martí: ese hecho no cambia. Martí, como bien expresó Toledo, es sagrado. Era un ser humano, «el mejor de los cubanos».