Hasta me pregunto, a veces, quién de los revolucionarios tiene la razón, y casi siempre me respondo: ambas partes, cada uno tiene su cuota. Pero de eso solo pueden sacar lasca los que quieren vernos desunidos, peleando entre nosotros. Martí organizó y nos llevó a ganar una guerra en la que solo participó ¡tres meses! ¿Cómo? Al promover la unidad.
Esa ha sido nuestra fuerza principal. Fidel lo entendió muy bien, y nosotros debemos cuidarla.
Tengo muchos amigos en Facebook dedicados a defender la Revolución. Postean con criterio firme sobre los más variados acontecimientos de la vida nacional, la política y las decisiones del Gobierno cubano. Sucede que no coinciden en ocasiones, y eso sí puede ser lógico, no los groseros ataques entre ellos.
Confieso que, en la mayoría de las oportunidades, no intervengo, pues a cada quien le asiste su razón (ya nada volverá a ser en blanco y negro), y cada quien también se equivoca al creer posible únicamente su punto de vista. Para todos tendría una respuesta, solo que entonces terminaría enfrentado con todos.
¿Por qué? Porque el diálogo siempre entraña más de una parte, y debemos entender al otro, si está de nuestro lado. ¿Cómo saberlo? ¡Ah, una gran pregunta!
Polemizar siempre habrá de estar permitido. La unanimidad suele ser un espejismo. Tu juicio vale, como el mío. Sin embargo, ofender, deslegitimar, burlarse o manipular son prácticas ajenas a la ética aprendida de Martí y de Fidel.
Nunca compartiré agresiones como la que sufrió una colega y amiga solo por enaltecer la obra de Cuba en estos años difíciles. Uno y otro pueden opinar, no estar de acuerdo con las estrategias, incluso, exigir más; algo muy diferente entraña descalificar, principalmente cuando se apela a inexactitudes y manipulación.
Marx y Engels nos enseñaron que no existe neutralidad: quien no condena el bloqueo, contribuye a su permanencia; quien no lo asume como causa principal de nuestras privaciones, manipula la realidad a conveniencia.
En la sociedad cubana actual ha de librarse una guerra (hacia dentro) en pos de la eficiencia, contra la corrupción, el descontrol, el temor a aplicar lo consensuado y las estrategias desactualizadas…, sin renunciar jamás a la justicia social que define al socialismo. Esa ha de ser la brújula.
Bien ironizaba Galeano: guerra contra la pobreza, no contra los pobres. En nuestro caso, guerra contra el Gobierno extranjero que verdaderamente la ocasiona…, y acciones urgentes para rescatar a los más golpeados por la vulnerabilidad, esa de amplios márgenes que engulle incluso a los profesionales.
¿Quién tiene el librito que explica cómo hacer? ¿Existe acaso? El del capitalismo es muy claro: con desempleo y otras políticas de ajuste «resuelven» todo. Sin renunciar a gratuidades y justicia social, es muy difícil.
Mientras, apliquemos el control popular, la reflexión mesurada, el debate, el análisis, la proposición, no el caos en las redes, no los llamados a linchar al compatriota. Así, no nos entendemos. Ese gallinero no es democracia, sino una trampa muy peligrosa.
Lo decía alguien a quien admiro: «Fidel y el Che, el Che y Hart, Haydée y el Che, ¡cuántos ejemplos de discusiones en largas madrugadas sobre puntos de vista diferentes en momentos determinados (nos hemos enterado por anécdotas, por cartas publicadas muchos años después), pero, por encima de todo, el objetivo común en la mirilla: la unidad de hermanos de lucha!».
Y enfatizaba: «El cariño y no el rechazo por pensar y opinar diferente sobre un tema. El respeto y la consideración. El juego en cuatro letras de despedida, quizás dejando claro cuánto significaba el uno para el otro. Hay que saber a quién tienes delante, su valía.
«Cuando de unidad se trata, ya hubo una guerra de patriotas increíbles que fracasó justo por esa falta. Las lecciones de la historia deberían ser suficientes para concentrarnos en lo verdaderamente importante, sin menoscabo de la llamada dignidad nacional».
Tenemos el pensamiento de Fidel para alumbrarnos. El Comandante estaría luchando a brazo partido por la unidad. Y tenemos a Guillén que nos recuerda: «Al veneno y al puñal, cierra la muralla». (Tomado de El Artemiseño)