En una sociedad atravesada por contradicciones que abren brechas de exclusión e inequidad y envuelven a personas, familias o poblaciones en situaciones de vulnerabilidad, el trabajo social contribuye a cumplir las aspiraciones de justicia social y desarrollo humano.
Lejos de operarios enfrascados en poner curitas sobre la epidermis ampollada de las comunidades, Cuba necesita profesionales que ahonden en la raíz de los malestares, con teorías, métodos, conceptos científicos, valores y competencias adquiridas en la práctica, que anticipen el riesgo, prevengan el problema, superen el lastre del asistencialismo y el paternalismo, e impulsen soluciones, como mediadores de la transformación social.
Mediadores, sí, porque el protagonismo corresponde a los propios ciudadanos, quienes deben dejar de ser objeto de la asistencia social y convertirse en sujetos de cambio, ser conscientes de sus necesidades materiales y espirituales, así como de las potencialidades con que cuentan para satisfacerlas.
La búsqueda del autodesarrollo atañe a personas, familias, colectivos laborales, comunidades necesitadas de apoyo e instituciones encargadas de ofrecerlo, porque el trabajo social no se limita a actuar sobre carencias, sino también a aprovechar de la mejor manera posible las oportunidades, en todos los ámbitos de la sociedad.
Lejos de improvisaciones o voluntarismos, la mejor respuesta a tan complejas demandas yace en la profesionalización. Existen cursos básicos que dotan de herramientas y conocimientos a quienes se inician en tales labores y proceden de otra formación, un técnico medio que ofrece continuidad de estudios a los alumnos egresados de noveno grado, así como el técnico superior y la licenciatura en Trabajo Social, que ya se imparten en universidades cubanas, en aras de sumar los saberes cimentados por las ciencias sociales desde perspectivas inter, multi y transdisciplinares.
El éxito tampoco se limita a la participación popular y la vocación de los trabajadores sociales. Además, hace falta centrar la atención sobre cuestiones que provocan la fluctuación de una fuerza laboral imprescindible, por la sensibilidad y el humanismo de sus encomiendas. El completamiento y estabilidad de la plantilla, unido a la calidad del desempeño, asegurarán que nadie quede desprotegido.
La necesidad de un salario que compense los esfuerzos de permanecer en el terreno, lidiando con todo tipo de conflictos; el mejoramiento de las condiciones de trabajo en zonas extensas y sitios de difícil acceso, el reconocimiento —tanto de la ciudadanía como de las instituciones con un encargo público que cumplir—, la legitimación de su autoridad para liderar los procesos de transformación social, y la simplificación de la burocracia, constituyen algunas de las peticiones de quienes integran hoy el ejército de «médicos del alma».
De igual manera, en medio de tantas carencias, alzan la satisfacción de ofrecer alivio, la disposición a seguir abriendo conciencias y estimulando acciones para superar dificultades, el deseo de canalizar esfuerzos propios y el respaldo de otros actores sociales fundamentales en los barrios, y la aspiración de conquistar, paso a paso, el bienestar colectivo.
Los cuestionamientos y la mirada crítica que se han dado al asunto, desde la máxima dirección del país y el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, evidencian la voluntad de rescatar y actualizar el programa que inició Fidel, hace 25 años, con la intervención de la academia en el debate, el aporte de la ciencia y el rol fundamental de la ciudadanía.
Pies ligeros para llevar amor a los rincones más agrestes, ojos y oídos atentos a cuanto sucede alrededor, manos siempre dispuestas a prestar ayuda, mente serena y abierta, y corazón pleno de altruismo, harán más emancipador y revolucionario este proyecto en permanente construcción.