Basta revisar algunas cuartillas históricas para saber que, en Cuba, no se come miedo. En esta tierra heroica su pueblo llegó a incendiar una ciudad para salvar la vergüenza de la Isla, estampó luego la Revolución a golpe de metralla y hoy, más que todo, poseemos el Récord Guinness a la resistencia frente al imperio moderno. Somos un pueblo noble, humanista y persistente, pero que no tolera nunca, bajo ningún concepto, que lo amenacen.
Si algo siempre hemos demostrado es que la arrogancia impuesta con desprecio solo saca a flote el arrojo que llevamos dentro. A las buenas, somos gente afable y bondadosa, pero a las malas hay que batirse en duelo por la dignidad.
Nuestra suerte fue echada hace mucho tiempo junto a la estirpe aborigen y la bravura mambisa y rebelde; mientras que la épica de los cubanos ha sido una sola: la de campear al estilo de David contra Goliat. Por alguna extraña mística no fortuita y atemporal, la Revolución dotó con conciencia los genes desafiantes de millones.
¿Cómo puede un pueblo pequeño retar la gravedad del más fuerte? Del norte hacia el sur llevamos más de seis décadas bajo franca agresión. Incluso, cuando hubo en tiempos recientes un acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, solo varió la estrategia del Tío Sam, porque la frontalidad mutó con otro significado hacia un mismo fin.
Pero ellos, los que han pensado muchas veces con arrogancia que tumbar la Revolución es cuestión de horas, se topan con esa fuerza moral que nace en los barrios, los campos y en cada confín de esta nación.
Si de algo podrán dar fe las últimas 11 administraciones estadounidense es que Cuba no les teme, ni se arrodilla jamás. El Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, lo definió en la Plaza de la Revolución José Martí durante la clausura del 2do. Congreso del Partido Comunista de Cuba: «nuestro pueblo hace tiempo que ha perdido ya la idea de lo que es el miedo… hace tiempo que nuestro pueblo ha perdido ya el sabor de lo que es el miedo».
Incluso, se puede estar o no de acuerdo con las ideas que defendemos. Pero la Patria es como la madre: sagrada, y ningún arrogante puede venir a dañarla ni con el pétalo más sensible de una flor. Cuando está la Patria en juego, en peligro, nadie entiende.
Frente al imperialismo hemos aprendido a predicar guapos y sin debilidad. A quien nos desafía a las malas, lo desafiamos con la integridad de la razón, que es un arma más poderosa y certera. Como Fidel hace cuatro décadas, hoy podemos afirmar: «(…) No tenemos ningún temor a sus amenazas. Porque, desde luego, hay algo que no nos gusta, y no nos gusta que nos amenacen».
De ilusos están repletas actualmente las sillas coléricas de la Casa Blanca. Y apenas sin acomodarse en sus puestos vuelven a destapar la retórica de coacción contra nuestro país. A Cuba no se le intimida como se mueve una bolsa de valores en pleno Manhattan. No funcionamos así. Ellos, los antípodas de siempre, lo saben bien, pero se empeñan, como los soberbios que son, en lucrar con su propia política de fracaso.
«¿Nos amenazan con mantener su bloqueo económico? ¡Que lo mantengan cien años si les da la gana! Cien años estamos dispuestos a resistir, si es que el imperialismo dura cien años», reconocería el Comandante en Jefe en la clausura de la cita partidista en 1980.
Como ha sucedido con todos los demás, ahora veremos pasar completa la peligrosa temporada de Donald Trump. ¿Qué más hará? Es impredecible, pero seguramente procurará mayores daños que el impulsado hasta ahora, sin todavía cumplir su primer mes de mandato.
Cuba, como nación digna, espera siempre de los demás reciprocidad y respeto. Sin embargo, quien se equivoque con tono amenazante seguirá encontrando en medio del mar Caribe, frente a las costas del Golfo de México, una trinchera antimperialista donde no se come miedo.