Otra vez, la ausencia de un frente único del progresismo ha impedido un cierre radical del paso a la derecha en Ecuador.
Por segunda ocasión desde las elecciones de 2021, la presidencia se elegirá en segunda vuelta y volverá a tener como rivales a representantes de ambos extremos del entramado político: Revolución Ciudadana y, en este caso, el Movimiento Acción Democrática Nacional, fundado en 2021 pero con el mismo olor a rancio de las agrupaciones derechistas tradicionales.
La necesidad del balotaje no resultó una sorpresa. A tenor con lo anunciado por las encuestas, se esperaba que Luisa González (RC) y el mandatario aspirante a la reelección, Daniel Noboa (MADN), quedaran a poca distancia, sin conseguir alguno la mayoría absoluta.
Ciertamente, de tan estrecho, el resultado habría sido dramático si tuviera connotación definitoria: 44,31 por ciento para el mandatario, y 43,8 por ciento para la aspirante, ya con el 98 por ciento de los votos contabilizados.
Menos de un punto de diferencia habla, como dicen muchos, de polarización, y marcan un real empate técnico, sin contar las denuncias adelantadas por RC acerca de posibles anomalías en el proceso, que fueron ratificadas por González cuando afirmó que hubo inconsistencias en el trabajo del CNE.
No obstante, esa parte de la ciudadanía que padece la política neoliberal devuelta al país desde la llegada de Lenín Moreno —traidor a la original Alianza PAÍS, fundada por Rafael Correa—, profundizada por Guillermo Lasso y que sigue siendo la brújula de Daniel Noboa —muy joven, pero uno de los empresarios más ricos del país— pagará el precio si de aquí al 13 de abril, fecha de la segunda ronda, no hay pasos hacia la unidad —aunque sean pasos coyunturales—, entre los movimientos progresistas.
Es una pena que lo que ha dado en llamarse «el correísmo» en atención a la corriente forjada en dos mandatos consecutivos de Correa —truncados por la defección de Moreno— y un movimiento de tanta fuerza y autenticidad como la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) —representada en el ámbito político por Pashakutik—, aún no hayan cerrado filas. Sobre todo, ante un momento tan crucial como el que transita el país.
Ya en 2021, Pashakutik, representado entonces por Yaku Pérez, ganador en primera vuelta de un nada despreciable 19,3 por ciento que lo puso a las puertas de desplazar a Lasso e ir al balotaje, llamó a sus seguidores al voto en blanco en ese segundo tramo. Ello fue decisivo para que el candidato de RN, Andrés Arauz, quien había quedado puntero en la primera vuelta con 32 por ciento de los sufragios, perdiera la segunda frente al derechista.
Ahora pudiera decirse que el panorama indica necesidades todavía más apremiantes. El mandato de completamiento del período de Lasso que Noboa concluye, siguió el mismo rumbo económico de su antecesor; no logró frenar el auge de las bandas ligadas al narcotráfico y la violencia y, además, apunta a un entreguismo a Washington que ya ha sido visible en su intención de autorizar espacio al Pentágono en las islas Galápagos para establecer una base militar, pese a la amarga experiencia que dejó a la ciudadanía, la que EE. UU. tuvo en Manta.
Aunque obtuvo un modesto 5,2 por ciento, la postura de Pashakutik, representado por el reconocido líder indígena Leónidas Iza, pudiera resultar clave para el tenso desempate que se espera en abril.
En situación tan apretada, no solo ese partido está llamado a tomar postura. También puede contribuir Andrea González, de Sociedad Patriótica, con apenas casi tres puntos porcentuales. No se quedan lejos los 8,89 puntos que totalizan los votos nulos y en blanco. Captarlos será también tarea de los contendientes.
En el verano pasado, un cónclave de cinco partidos y movimientos progresistas y de izquierda entre los que se encontraban RN y Pashakutik, concluyó sin conseguir alianzas de cara a esta elección, pero identificó posiciones comunes con vista a un eventual programa de gobierno.
Aquel ensayo unitario pudiera cambiar el curso de los acontecimientos, si se convierte en realidad.