Mi abuelo paterno conoció a Camilo. Un accidente de tránsito se convirtió en el «choque» del destino para que terminaran siendo amigos. Tantas charlas compartidas y, sobre todo, tanto humor, porque tanto mi abuelo como él, gastaban bromas y esparcían sonrisas por doquier.
Recuerdo las anécdotas de uno sobre el otro, y la tristeza que le envolvía al hablar de su muerte con solo 27 años. El Comandante del Pueblo, el Héroe de Yaguajay, el hombre del sombrero alón... Camilo, quien dejó una leyenda de audacia y absoluta fidelidad a quien le preguntara: ¿Voy bien…?
Humilde en sus orígenes, trabajó como mozo de limpieza y mojador de telas en la tienda El Arte cuando aún estudiaba en San Alejandro, y era tan popular que gracias a su carisma y el cariño que se ganaba, se hizo dependiente… ¡y de los buenos! porque atraía y persuadía a los clientes, quienes no dejaban de comprar. Sin embargo, el último día que trabajó en el establecimiento, se vistió como mozo de limpieza para trabajar en lo que había trabajado cuando entró. Sin encumbramientos ni aire alguno de superioridad, al triunfar la Revolución, a sus compañeros de labor en El Arte fue a ver y con la misma sonrisa, jovialidad y sencillez los convidó a confiar en el proceso.
Comprometido hasta la médula con la Revolución que se gestaba, Camilo fue apaleado, y maltratado incluso en el conocido Buró Represivo de Actividades Comunistas. Se unió a los expedicionarios del Granma en México y entre los 82 estuvo, dispuesto a combatir en la Sierra Maestra, donde no pocas balas alcanzaron su cuerpo.
Dicen que tenía dos corazones: uno para la Patria y otro para el amor y que, aunque sus estudios solo llegaron al octavo grado, tenía talento y vocación para muchas cosas. Fue valiente desde el primer combate en La Plata hasta la terrible tarde en Camagüey, y ya se había ganado ser el jefe de las tropas revolucionarias de aire, mar y tierra, como lo fue luego del 1ro. de enero de 1959.
Quienes le conocieron aseguran que no era corpulento y, aun así, sin apenas dormir, parecía que desconocía el cansancio. No soportó Camilo la traición de Hubert Matos ni la de Pedro Luis, y su intransigencia ante ella lo reafirmó como hombre honrado, leal y justo.
De sus «camiladas» mucho ha contado Paquita, de quien fuera su primer novio y quien también salió a buscarlo en aquellos DC-3, con la angustia sobre sus hombros. Desde que el 28 de octubre de 1959, a las 11:59 de la mañana, despegara el Cessna 310 C que lo trasladaría desde Ciudad Libertad hasta Camagüey, ¿quién imaginaría que el regreso no existiría?
Hoy, sin embargo, más que pensar en su muerte, pensamos en su nacimiento. Porque de no haber nacido en Lawton este cubano de pueblo, no hubiera tenido la historia cubana todas las páginas de gloria que él, sin rimbombancia alguna, escribió. No hubiera tenido mi abuelo anécdotas del ser humano especial que fue ni hoy sintiera yo el orgullo de saber que un héroe, de carne y hueso, tantas alegrías a aquel le dieron. Un día como hoy recordamos su sonrisa amplia, su entereza a prueba de fuego y su impronta. Un día como hoy no se lanzan flores al mar, donde se supone que sus restos están, pero sí se teje un mar de emociones en cada cubano.