Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

No hubo calma después de la tormenta

Autor:

Yuniel Labacena Romero

La furia de la naturaleza «encarnada» esta vez en Rafael, un huracán de categoría 3 al tocar tierra, cambió en un santiamén la vida y el andar de la gente de la provincia de Artemisa, la más afectada por el fenómeno meteorológico. Gente noble, laboriosa, apegada a su pedazo de país y de patria, todavía no sale del asombro, y no es para menos.

Rafael «barrió» con casi todo lo que encontró a su paso. «Esto fue tremendo», pero «estamos vivos», y «nos levantaremos», son frases que escuchas una y otra vez, de boca en boca, por ejemplo, entre los pobladores de Alquízar, uno de los municipios que sufrió fuertemente los embates directos del huracán.

Las oyes y te estremecen de arriba abajo, porque sabes que vienen desde el corazón, porque lo constatas cuando te adentras en el desolador panorama que ahora se desdibuja en el territorio. Pero, el dolor que experimentas se disipa, respiras hondo, levantas la cabeza y los acompañas en la certeza de que sí es posible, ese paisaje triste y mustio va a cambiar.

Es mucho lo que se puede ver: postes eléctricos y enormes árboles todavía en el suelo, platanales devastados, máquinas de riego de pivote central volcadas, las casas con sus techos volados y paredes destruidas… También hay entidades agropecuarias que tienen un mejor rostro si las comparas con el estado en que quedó el área de semilleros de empresa de acopio y beneficio de tabaco Lázaro Peña o las casas de tapado de la UBPC Felipe Herrera, dedicada a la producción de la mejor capa de tabaco de exportación.

Hay que trabajar bastante y duro; pero todos juntos, con los apoyos necesarios, lo van a lograr. Y eso es lo que justamente está sucediendo allí. No hubo calma después de la tormenta, como suele decirse. Un huracán de hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, y hasta los más pequeños hacen su labor. Limpian las casas y patios, así como instituciones sociales, y por entre los árboles caídos, comienza a empinarse cierto esplendor.

Aunque el panorama asusta, no es tiempo de rendirse. No cabe en el alma de los alquizareños. «Desde muy temprano se ha tratado de desobstruir todas las vías posibles para viabilizar las labores de recuperación», nos dijo una señora, mientras vamos desde La Habana, transitando por San Antonio de los Baños hasta Alquízar.

«Yo viví la “Tormenta del Siglo”, el huracán Charley en 2004…, pero esto no tiene comparación», reitera un señor, mientras trata de acomodar unas planchas de zinc que ha salvado. «No vamos a detenernos», nos dice otra señora para dar fuerza a todos los que tiene cerca, pero corajudos como somos los cubanos, sabemos que el mensaje de aliento era también para ella misma. Y es legítimo.

Su frase —como la de otros vecinos— fue de las cosas que más nos emocionó, la fuerza, el empuje y la disposición a levantarse de nuestra gente en medio de la adversidad. Ese tiene que ser el amanecer nuestro: ayudar, cooperar, aportar, unir, convocar…

Es Alquízar, la tierra de Rubén Martínez Villena, el joven abogado, escritor, poeta y revolucionario cabal que combatió vehementemente contra las injusticias hasta el día de su muerte. Y sus coterráneos hoy llevan su estirpe. Aquella carga de la que habló Villena para matar bribones, es hoy una carga de amor y fe, de fuerza y voluntad, de confianza y esperanza, para salvar los sueños, la tierra y la patria chiquita, que es también salvar la grande.

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