Tuve la dicha inmensa de asistir, como parte del ávido público que siempre añora rememorar o aprender, al panel Alejo Carpentier y la escena, realizado en el Teatro Nacional de Cuba como parte de la Jornada de la Cultura Cubana. ¡Qué privilegio!
Ahí comparecieron Miguel Cabrera, reconocido intelectual y por muchos años historiador del Ballet Nacional de Cuba; el escritor y crítico Jorge Brooks, manager de la compañía Danza Contemporánea de Cuba; y Nieves Riovalles, actriz, bailarina y coreógrafa. Estos panelistas deslumbraron con su memoria emotiva y su sapiencia compartida sobre la impronta del excepcional intelectual, Premio Cervantes.
Riovalles protagonizó La aprendiz de bruja, puesta en escena de Berta Martínez a partir de un texto de Carpentier, únicamente representada en 1986. Reveló anécdotas y la valía de la experiencia para su crecimiento como artista.
Brooks abundó en la relación entre el gran novelista y la danza, y evocó El milagro de Anaquillé y La Rebambaramba, obras estrenadas por el Premio Nacional de Danza Ramiro Guerra.
Cabrera, extraordinario orador, nos deleitó con algunas de sus críticas y reseñas publicadas a partir del vínculo entre el autor de La consagración de la primavera y Alicia Alonso, a quien admiraba profundamente.
Los aplausos al final no solo reconocieron la calidad del panel, sino que se convirtieron en portadores de un agradecimiento infinito. Sin embargo, mirándonos unos a otros, no faltó quien preguntó: ¿Dónde están los estudiantes de danza, de teatro, de música?
Las nuevas generaciones y lo que, se supone, deben estudiar, conocer, saber, es un tema al que me he referido en varias ocasiones. Me preocupa. Y no porque peine canas ya, pero indudablemente me inquieta percatarme de que quienes aspiran a dedicarse al arte en nuestro país perdieron una excelente ocasión para enriquecer su acervo cultural.
Tal vez en la escuela les hablen de estas piezas, de Carpentier, de lo que representa para el mundo su legado y para nuestra cultura en particular, pero ellos perdieron la oportunidad de dialogar con protagonistas, con testigos, con quienes vienen de otras épocas con su sabiduría a cuestas.
¿Acaso no les comentaron sus profesores de este panel? ¿No pudo ser una actividad que les motivara a crecerse? Todo no puede aprenderse en un aula, con un libro, o en un tabloncillo los 45 minutos que dura una clase. Todo no está escrito en un libreto, ni repetir movimientos coreográficos te hace bailarín, por solo citar ejemplos.
Guiemos a los jóvenes quienes podamos. Logremos que abran sus ojos y salgan a buscar fuera de las escuelas otros conocimientos que también les hacen falta. Que aprendan que todo no les llegará «masticadito». Hay que caminar, preguntar, escuchar, leer, investigar… Masticar con sus propios dientes, dirán los más viejos.