Pinar del Río cumplió 157 años y muestra las huellas visibles de sus múltiples batallas. El 10 de septiembre de 1867, la reina Isabel concedió a esta villa del occidente cubano el título de ciudad, tan añorado por sus pobladores, sobre todo, por aquellos que querían ver florecer en este extremo de la Isla una urbe a tono con los estilos más modernos de la época.
Sus orígenes se ubican a orillas del río Guamá, pero las frecuentes inundaciones hicieron a sus habitantes asentarse en un lugar cercano, más seguro y elevado. Entonces se fueron hasta las proximidades del espacio en el que se erige hoy el Parque de la Independencia, uno de los sitios más altos de la ciudad.
Refieren los historiadores que entre 1686 y 1699 ya el poblado contaba con una organización jurídica e institucional, y lentamente empezaron a ampliarse las calles, aparecieron construcciones del tipo vernáculo y se consolidó el cultivo del tabaco como principal actividad económica, tradición que llega hasta la actualidad.
Poco a poco, la teja criolla, elemento de techo muy visible en las cubiertas de la urbe vueltabajera, sustituyó el guano de las primeras construcciones, y aún hoy se aprecian en la parte más antigua de la ciudad. Se edificaron la iglesia y el cementerio. Los portales amplios y las columnas toscanas iban identificando al pueblo.
No ha sido esta de las regiones más desarrolladas. Su aire campestre ha prevalecido sobre las fachadas cosmopolitas que los nuevos tiempos le impregnan. Las luces y atractivos diseños del siglo XXI visten los comercios privados en sus principales arterias, pero más allá, sigue siendo un destino cercano al campo, a la naturaleza, con la agricultura como base y el tabaco como tradición.
Mas, no puede el pinareño voltear la cara cuando su ciudad le clama y pide a gritos que la mantenga siempre limpia. Pinar siente el peso implacable de los tantos huracanes que la han azotado, y los miles de techos que restan por reponer.
Pinar adolece de una propuesta objetiva en medio de las vicisitudes y estrecheces económicas que persisten para todo el país, que le permita tapar baches y arreglar cada calle que se rompe en tareas relacionadas con el acueducto y los viales.
Pinar sufre quizá la mayor crisis de abasto de agua de su historia, y aunque se trabaja de forma sostenida en ello, no existe aún una respuesta definitiva que satisfaga las necesidades de la población, asentada en una demarcación que ha crecido más allá de los límites de las redes hidráulicas.
La cultura del detalle, del buen gusto en todo lo que se haga, por sencillo que sea, debía ser un principio aquí. No pocos espacios culturales requieren también una mirada crítica desde las condiciones estructurales, y también desde las propuestas que hacen al público; y el coloso del Capitán San Luis añora un juego de béisbol con las estrellas por techo.
Desde la espiritualidad y la cultura se levanta y sostiene también la ciudad. Esa es una batalla en la que no se deben colgar los guantes, por complejos que sean los tiempos. Pinar llega a sus 157 años, y lo más valioso que tiene es su gente. No porque lo diga esta pinareña, enamorada de su tierra, sino porque sabe que su gente es hospitalaria, bonachona y noble.
Que vengan otros aniversarios para Pinar del Río, «región fecunda», una ciudad que siempre abre los brazos a sus hijos, esos que, como dice su himno, «en lucha heroica la harán hermosa, es un deber».