La humanidad ha demostrado a lo largo de la historia una capacidad asombrosa para la compasión, la empatía y la solidaridad. Sin embargo, también hemos presenciado actos de insensibilidad y crueldad que desafían nuestra comprensión.
En particular, son alarmantes estos actos cuando son perpetrados por aquellos en posiciones de poder, quienes se escudan en contradicciones políticas para justificar sus acciones.
Estos individuos, como los presentados en días recientes por el programa Razones de Cuba en la televisión nacional, amparados en supuestas contradicciones políticas y sobornados por el dinero imperial, buscan sesgar la vida de sus semejantes y subvertir el orden institucional de un país: su país.
Tal comportamiento no solo es inhumano, sino que también es una amenaza para la estabilidad y la paz social de cualquier nación en el mundo.
Es importante recordar que la política debe ser un medio para servir a la sociedad, no un instrumento para el enriquecimiento personal o la manipulación del poder. Cuando los líderes políticos y quienes desde el fanatismo desmedido se desvían de este principio fundamental, se convierten en una amenaza para la democracia, la justicia y la armonía.
La insensibilidad hacia el sufrimiento humano, ese que queda tras los actos de terrorismo, que solo traen muerte y desgracias, es una de las bajezas más profundas que puede mostrar un individuo.
Y cuando se combina con la ambición de poder, la corrupción y la manipulación, se crea una situación peligrosa que puede tener consecuencias devastadoras para la sociedad.
Es nuestro deber como ciudadanos responsables cuestionar y desafiar estas acciones, aun en momentos difíciles generados, en buena medida, por el país que financia, impulsa, motiva e inspira actitudes tan deplorables como las exhibidas en el material presentado por la televisión.
La lucha contra esas pretensiones —porque no son más que eso desde hace más de 60 años— requiere un compromiso colectivo para trabajar cada día sin perder el sueño ni la sonrisa. A ese «tipo» de individuos solo los mueven los «ideales verdes» del imperio, y no es a esas personas a quienes la mayoría del pueblo de Cuba haría caso.
La justicia social que reina en la Mayor de las Antillas (hoy con sus luces y sombras marcadas por subjetividades y distorsiones, en las cuales se trabaja para eliminarlas) es la columna vertebral de un proceso revolucionario que no terminará ante histeria de aspirantes a boy scouts, aunque tengan sangre cubana… Y eso es lo más triste del asunto.
La lucha por la justicia social y la igualdad de género, la promoción de prácticas ecológicas y sostenibles y el desarrollo comunitario, son solo algunas de las formas en que podemos contrarrestar estas tendencias destructivas. Al hacerlo, podemos superar estos desafíos y construir un futuro mejor para todos, en el que el terror no tenga posibilidades de germinar.