Con pocas glorias trascenderá la denominada Conferencia de paz para Ucrania, celebrada el fin de semana en Suiza. La cita no mostró otra cosa que una extensión del desconocimiento que Occidente ha tributado hasta hoy a los planteamientos de Rusia. De entrada, Moscú no fue invitada. ¿Cómo intentar un camino hacia la paz entre dos partes, si una de ellas pretende ser ignorada?
Precisamente, haber hecho caso omiso a las preocupaciones de Rusia condujo al fracaso de los Acuerdos de Minsk, mientras la más reciente intención de Ucrania de acceder a la OTAN abrió nuevos peligros a las puertas de Rusia. La presteza con que la Organización del Tratado del Atlántico Norte escuchó ese reclamo de Kiev —promesa en parte incumplida, pues la alianza no ha accedido a reconocer al país como nuevo miembro— constituyó, junto al anterior, otro de los elementos que condujeron a lo que Rusia denominó en febrero de 2022 como operación militar especial para aliviar la situación de los habitantes del Dombás —léase Lugansk y Donestk— de los actos criminales de grupos fascistas, anunció entonces el presidente ruso, Vladímir Putin.
Ahora, sin la presencia de Moscú, la Conferencia de marras emite un pronunciamiento que vuelve a pasar por alto las contradicciones y los acontecimientos en esos territorios y pretende imponer una «solución» que pasa por encima de lo que aprobó la población de esas localidades, así como de Jersón y Zaporizhia cuando, en septiembre del propio año, votaron mayoritariamente por ser parte de Rusia. Además, la Conferencia desconoció olímpicamente el estado actual en las líneas de combate.
Dos días de debates se sellaron con una declaración que, con la deferencia de no mencionar a Rusia, reivindica, entre otros puntos, el loable propósito de que no se recurra a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial de los Estados y se pronuncia por el respeto a «los principios de soberanía, independencia e integridad territorial de todos los Estados, incluida Ucrania», pero… «dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas».
¿Se refiere acaso el texto a la demarcación existente antes de los referendos y el inicio de lo que ha terminado siendo una guerra gracias, precisamente, a las presiones de Occidente que hicieron fracasar el primer intento de paz negociada, y su injerencia con armas y financiamiento —ya casi presencia— en el campo de batalla?
Aunque se destaca el hecho de que 80 países suscribieron el texto, otras 16 naciones presentes no lo hicieron y 14 se apartaron, entre ellas, China, cuya notabilísima ausencia fue explicada por Beijing como resultado de que no se invitara a Moscú.
En sentido parecido se pronunció el Presidente de Colombia, quien también declinó ir, y países de peso identificados como parte del sur global, entre los cuales se destacan Brasil, México y Sudáfrica, se abstuvieron de firmar.
Previamente, el presidente ruso, Vladímir Putin, había dado a conocer las condiciones de su país para entablar negociaciones: retiro de las tropas ucranianas de los nuevos territorios rusos, rechazo oficial de Kiev a los planes de adherirse a la OTAN y mantenimiento de un estatus neutral, no alineado y no nuclear, así como levantamiento de todas las medidas punitivas aplicadas contra Rusia.
Esos planteamientos fueron totalmente obviados en la cita.
Es lógico, por tanto, que carezca de credibilidad este presunto intento de hallar la paz, que más bien ha parecido una puesta para volver a intentar presionar a Rusia, y aislarla en el ámbito diplomático.
En cualquier caso, según los trascendidos, la propia reunión habló en algún momento de «ampliar» el número de participantes, lo que obviamente reconoce la necesidad imprescindible de contar con ella.
Deben hacerse votos porque una eventual nueva cita lo tome en cuenta.