En un giro inesperado del guion digital, desde hace unos años la popular red social Tik Tok se ha convertido en el epicentro de una batalla por la libertad de expresión en varios lugares del mundo, incluido Estados Unidos, que la coloca por momentos al borde de la censura.
Una serie de países europeos, sus parlamentos, han impuesto restricciones para la descarga de esa aplicación en los dispositivos gubernamentales, y en India específicamente se prohibió. Todos bajo un mismo argumento: preocupación por la privacidad de los datos de sus ciudadanos.
Sin embargo, parece ser Estados Unidos el que lleva la delantera en el proceso de baneo de la aplicación. Un artículo del diario The New York Times, actualizado el 11 de marzo del presente año bajo el título: ¿Por qué Estados Unidos quiere prohibir Tik Tok?, expone la intensificación de los esfuerzos para restringir el acceso a la aplicación.
Por ejemplo, el Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes presentó un proyecto de ley —con el respaldo de la Casa Blanca— que solicita a la plataforma eliminar los vínculos con su empresa matriz en un plazo de seis meses, o enfrentará una prohibición de uso en la nación norteña.
Asunto de seguridad nacional, es el motivo principal con que Estados Unidos justifica las medidas que tomará próximamente. La jefatura de ese país plantea un temor generalizado a que el Gobierno chino pueda utilizar la aplicación para espiar información de usuarios estadounidenses.
La restricción de uso de esa red social implicaría que su descarga sea ilegal desde las tiendas de aplicaciones estadounidenses, y eso afectaría a millones de usuarios con la pérdida de contenidos, comunidades activas e incluso una fuente de ingresos.
A su vez, desemboca en consecuencias poco deseables, como la migración a otras plataformas, que, aunque parecidas, no ofrecen el algoritmo de recomendación de Tik Tok, reconocido mundialmente como uno de los más asertivos hasta el momento.
Aun así, lo más alarmante de esa mudanza radica en la afectación a la dinámica de la difusión, pues se produciría una mayor dispersión de la información, lo cual dificulta su efectividad y crítica, un suceso que toca muy de cerca a los medios de comunicación del país.
De conocimiento público es la mutación del consumo de noticias, que ha obligado a medios tradicionales a fabricar contenido en formato de video corto y adaptar los estilos de narración y edición para elevar la audiencia. Y aunque la recompensa se expresa en niveles de alcance, la información es cada vez más líquida y filtrable.
Entonces, si existen factores considerables en contra, ¿por qué prohibir la aplicación?
El baneo tiene como base que la mayoría de las personas menores de 30 años en ese país —y en el mundo— se informa a través de una mezcla de fuentes alternativas e «influencers» que comentan las noticias. ¿El resultado? Una casi absoluta descentralización de la información.
Esto convierte a Tik Tok en una plataforma de «disidencia», porque surge fuera del control de Estados Unidos, y escapa de la propaganda tradicional que ejerce ese Gobierno sobre los medios tradicionales. Por eso lo ven como un asunto de seguridad nacional.
Es decir, que si los individuos obtienen información directamente de un medio que no distribuye contenido controlado por la CIA, hay un problema. Y aunque con esta censura no se acaba el mundo, es mejor evitarse las catástrofes ideológicas.
Por consiguiente, es importante analizar cómo se equilibran los intereses de seguridad nacional y protección de datos con el respeto a los derechos de los ciudadanos a la libertad de informarse, y acotar que no existe una gota de intencionalidad moral detrás de la decisión.
Este ejercicio de control de propaganda pone de manifiesto la complejidad de conciliación democrática en la era digital, y plantea interrogantes sobre la transparencia de las autoridades en relación con la toma de decisiones que afectan la libertad de expresión en línea.