No es casual que el rechazo a las dictaduras militares y al olvido de sus desmanes en la conmemoración del aniversario 48 de su instauración, haya resultado la más masiva concentración popular de los meses recientes en Argentina.
La movilización en el Día de la Memoria, así denominado para evocar la irrupción de los regímenes castrenses en 1976 y remarcar que no debe ser olvidada, unió a todas las centrales sindicales y a los amplios sectores populares que, otra vez, tomaron las calles el domingo con concurrencia sorprendente en Buenos Aires, para mantener vivo el clamor de memoria, verdad y justicia.
La manifestación heterogénea y unitaria conmocionó, quizá, porque ha estado antecedida por paros y protestas sectoriales que han mostrado un aparente menor consenso; por eso también ha constituido una muestra de fuerza popular que nadie en el país debe pasar por alto.
El empuje de quienes quieren democracia y justicia se mantiene latente.
Es lógico que ello ocurriera cuando las políticas del nuevo Gobierno pretenden ignorar la existencia de aquel pasado reciente ignominioso, marcado por una represión que el actual jefe del ejecutivo ha identificado como «guerra», una denominación tan falaz como querer persuadir de que las medidas económicas y sociales que quieren echar el costo del programa sobre los bolsillos y estómagos de la ciudadanía abonarán un futuro promisorio.
Muchos saben que ocurrirá lo contrario: podrían retrotraer a la nación a los años perdidos de la crisis neoliberal, un hueco oscuro que allí, con más fuerza que en el resto de América Latina, mostró el callejón sin salida para los pobres a que conduce el modelo.
De manera sucinta lo expresó Estela Barnes de Carlotto desde las primeras frases de su, otra vez, valiente discurso.
«Hace 48 años, los genocidas, militares y civiles tomaron el poder en la Argentina para imponer, con el terrorismo de Estado, la concentración de la riqueza en pocas manos, la profundización de la desigualdad social y con ella la miseria planificada, como denunció Rodolfo Walsh. Las mismas corporaciones que se beneficiaron entonces, son las que vuelven a hacerlo hoy, con la misma receta neoliberal y la misma crueldad y desprecio por el pueblo argentino».
Así dijo la Presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, una organización con tanto arrojo en la mantenida lucha por la identidad de los nietos robados por los militares, como las Madres que reclamaban a sus hijos en plena dictadura.
Ella ha señalado el hilo que conecta aquel pasado con el presente. Y vuelve a señalar que olvidar pone en riesgo el futuro. Por eso es tan peligroso negar la historia.
En medio de la guerra ideológica desatada por quienes, mediante la manipulación, parecen querer revertir lo alcanzado en materia de democracia y derechos humanos en todo el mundo —aun con lo mucho que falta—, el negacionismo es un arma mediática que nos pone en peligro a todos.