El tiempo parece que no ha pasado detrás de los barrotes del viejo ventanal. La voz, intacta. Los acordes, precisos. Los recuerdos, nítidos. Canciones que llegan como marejadas y estrujan hasta las más hieráticas personalidades…
Así transcurren los días de Isabel Béquer Menéndez, más que una Hija Ilustre, un símbolo, un monumento construido con su consagración a la música toda; la perseverancia que desconoció puntos muertos, compromiso eterno con su querida Trinidad, urbe con 510 años de existencia.
Siente por ella, como siempre aclara, un amor desmesurado que brota limpio desde el fondo del azul de sus ojos. Justo desde esas raíces que le desnudan el alma y desbordan una pasión lujuriosa por la añeja villa deja escapar canciones:
Linda Trinidad de tanta historia/ de palacios y jardines adornados/ yo te llevo siempre en mi memoria/ y yo te brindo mi homenaje más preciado…
Heredera de una tradición musical que corre por cada pedacito de su vivienda, la Profunda —a cumplir este 14 de enero nueve décadas de vida–—como la bautizó su hermano, siempre mantiene cerca la guitarra. Con ella ha pujado muchas creaciones.
Desde su actual escenario, la ventana de su cuarto, se devela otra parte de su historia que trasciende las noches en vela por descargas musicales y grupos de amigos hipnotizados por los jolgorios.
Un diario cuelga de las paredes: fotografías amarillas, premios, reconocimientos… recuerdos que transpiran las energías propias de los diferentes momentos.
Ahí están inmortalizados los abrazos con Elena Burke, los dúos con Esther Borja, la sonrisa cómplice con Pablo Milanés, el mismo que le regaló una guitarra para que jamás callara, las nostalgias por aquellos días interminables en que la algarabía de los foráneos y los múltiples centros nocturnos no perturbaban la somnolencia de Trinidad.
Son demasiados recuerdos. Por eso algunos toman las riendas de sus evocaciones. Regresan las miradas de incomprensiones por asumir una vida muy propia, las Semanas de cultura, unos auténticos San Juan y noches de trova.
Igual, rememora la vez que realizó una visita familiar a Miami, pero el tiempo, aunque corto, no le permitió olvidar el olor a salitre y monte que sube y baja por las calles empedradas.
«Esta ventana siempre ha estado aquí, esa cama también, esta casa donde nací. No puedo estar en otro lugar. Esto es lo mío», dice mientras quiebra una nota para que nadie lo ponga en duda.
Y cómo tener tan mala memoria si cuando Isabel Béquer canta lo hace toda Cuba porque acopla los registros del criollismo al arte universal. Por ello, se le escucha se le siente el ritmo de un corazón inmenso, repleto de sensaciones, sentimientos espiritualidad plena que la convierten en eterna como el arte mismo.
La Profunda ha roto con las modas. Conserva su esencia, sostenida por su intuición, talento natural y las herencias bebidas por quienes le abren los brazos.
«La Profunda en la calle con su último detalle y su ritmo sinigual. Con una guitarra por la mañana, por la tarde, por la noche, con mi gente de este pueblo que quiero tanto», alega sin dejar de pulsar otro regalo para ese paisaje que hace melodías con el sonido de cada piedra ubicada al frente del viejo ventanal.
En la región del Escambray amado/ donde la dulce Trinidad reposa/ perfumada como un pétalo de rosa/ dormita la ciudad policromada.