Con tantas carencias, la mesa familiar es un rompecabezas con muchas fichas ausentes, incluidas las del mamífero nacional y otros condumios. Y cualquier bocado suplementario puede obrar la suma en muchos sentidos.
Ante las adversidades, hoy Cuba registra un silencioso trasiego de platos sin precio ni tarifa entre compatriotas, que bien figuraría en los récords Guinnes si ese libro de los insuperados midiera más la generosidad que ciertas rarezas y hasta algunas extravagancias inútiles.
En los recientes días festivos, con las cenas para clausurar 2023, se exacerbó ese don del cubano de compartir sin nada a cambio. Y hasta entre los holgados, hubo quienes multiplicaron gratuitamente los platos y las raciones de su gananciosa oferta microempesarial; aunque siempre los ahítos de egoísmos se atragantan a escondidas de quienes necesitan casi todo a solo dos puertas de sus hartazgos.
Una muestra del noble desprendimiento del cubano podría ser mi vecina Katty, quien siempre toca a la puerta con alguna porción de su excelente «cocinao», por más vacía que esté su despensa. Devoción que te conmina siempre a reciprocarle. Y cuando no tiene, te regala una naranja agria o tres dientes de ajo, con una alegría como condimento que ya quisieran los chef de la alta cocina de este mundo. Afortunadamente, hay por ahí muchas y muchos Katty.
Y ante el reflejo por estos días de tales muestras de solidaridad alimentaria en las redes sociales, se confirmaba una vez más, entre tantas carencias económicas, el resurgimiento doloroso de cierta pobreza vencida en tantos años de Revolución, ante la cual no pocos opinantes sostenían con razón que el problema tiene que seguir siendo, ante todo, un asunto del Estado cubano de proteger a esos, más que vulnerables. Que la sentencia sagrada de que «nadie quedará desamparado» es un urgente desafío ya para hacerlo cumplir, como el propio Gobierno se ha comprometido para 2024.
Pero el hecho de que sea un deber del Estado cubano, no debe desestimularnos la generosidad como ciudadanos, para que crezca la ayuda entre todos, unos más y otros menos. ¿Cómo si no, Cuba comparte con otros pueblos no lo que le sobra, sino lo poco que tiene? ¿Cómo entonces no ser primero que todo sensibles con las carencias de nuestros propios compatriotas en momentos tan difíciles, verbigracia Ernesto Che Guevara? ¿Cómo entonces educar a nuestros hijos en compartir siempre la suerte del prójimo, y hasta el plato de comida?
Durante muchos años, crecimos con el reflejo condicionado de que el Estado por sí solo debe proteger a los más vulnerables. Incluso, ante desastres, catástrofes y tragedias. Y ese hábito condicionó que nos fuera tan natural, hasta parecer algo ajeno a nuestras voluntades. En buena medida la solidaridad se administró centralmente, y ello no creaba el compromiso espontáneo. Incluso, con un paternalismo tan vertical, las iniciativas de poninas y campañas de donaciones debían pasar primero por aprobaciones superiores.
Ya hace unos cuantos años que la solidaridad ciudadana brota intuitivamente y sin pedir permiso en los momentos más difíciles. Y eso nos hace mejores y más humanos como pueblo. Pero al final, por supuesto, lo que Cuba entera espera y demanda es que la economía nacional acabe de zafar sus nudos y comience a dar señales de recuperación, para que se derramen las riquezas y cada quien pueda sustentar su vida con cierta autosuficiencia, trabajo mediante. Mientras tanto, bienvenido ese trasiego de platos, y que pueda practicarse aquello de que donde comen dos, comen tres. Pero que aporten los tres, porque nada cae del cielo. Ni la esperanza.