Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Del hablar bien

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

¡Cuánta responsabilidad asumimos cuando nos convertimos en referentes del idioma! La exigencia crece a medida que pasa el tiempo porque se espera que pronunciemos bien, que no cometamos errores gramaticales y que, con la entonación certera, transmitamos contenidos o simplemente, conversemos con quien nos escucha del otro lado.

Me refiero al rol de locutor o conductor de espacios radiales y televisivos. Aunque en estos tiempos, tal y como hablamos de periodismo ciudadano, existen mil plataformas para que todo el que lo desee, comparta podcasts y se haga de su propio espacio para comunicar.

De cualquier modo, cuando se asume el oficio o la profesión de hablar ante un micrófono o una pantalla, somos desde ese instante responsables de lo que decimos y de cómo lo decimos. Con la impronta personal que nos distinga debemos respetar normas elementales de la locución, sin caer en engolamientos ni plasticidades sonoras. Ser leales a un legado básico que permite ejercer, con profesionalidad, lo que tantos nombres ya prestigiaron.

Sucede que no siempre es así. Pasa también que cuando se tiene la oportunidad de enseñar a quienes aspiran a serlo también, el reto es doble. No imaginaba cuántas expectativas tienen y cuántas interrogantes sobre determinados momentos en los cuales, según recuerdan, no se expresaron bien las cosas. La ética obliga a no comparar ni criticar abiertamente porque, en definitiva, todos somos aprendices a lo largo de nuestras vidas.

Comprendo entonces que la formación es vital y ante todo, la selección previa. Existen las pruebas de aptitud y se requiere, además, el título universitario, aunque en contadas excepciones, han sido aceptados estudiantes. Y claro que la voz es importante, pero aun con una extraordinariamente perfecta para la profesión, el bagaje cultural resulta fundamental y también la forma en la que nos apropiamos de los textos y las ideas (en caso de que se necesite improvisar).

Convoquemos a la superación a nuestros profesionales de la palabra e instemos a las entidades en las que nos desempeñamos a que sean exigentes, mucho más, con nuestro trabajo. Muchas personas nos escuchan y ellas merecen respeto y calidad.

Impregnemos de naturalidad nuestros espacios, sin caer en vulgaridades. Marquemos pautas desde lo bien hecho. Crezcamos cada día y no nos viciemos. Aprendamos a no amarrarnos a un papel y tener siempre qué decir. No es hablar por hablar. Es hacerlo bien.

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