A Fidel volvemos una y otra vez para rencontrarnos. Es inevitable; de otra forma, sería impensable seguir. Cuba lo sabe, los cubanos lo sabemos, millones en el mundo tienen esa certeza.
Desde su partida física, el líder histórico de la Revolución Cubana se multiplicó, tal como lo avizoraba un cartel que, tiempo antes de su muerte, lo definía y, quizá sin pretenderlo, señalaba un camino que solo los odiadores del imperio no podían ni querían aceptar.
Sin esa multiplicación profunda y firme, que ha hecho que cada cual tenga muy cercano a su propio Fidel, no podríamos haber resistido los durísimos años que sobrevinieron después.
Fidel ha estado en cada batalla personal, familiar y colectiva, en la resistencia creativa a la que ha convocado el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la fuerza erigida tras dolores inesperados y compartidos, en el optimismo y confianza de un pueblo que se empeña en seguir construyendo la sociedad más justa posible frente a amenazas y desafíos descomunales.
Ha estado y estará, necesariamente, en los pueblos de nuestra región que renacen como Ave Fénix tras golpes a su democracia, a la paz, tras sanciones, guerras mediáticas e intentos de desestabilización interna de todo tipo.
Habrá entonces que seguir con Fidel por siempre, entre nosotros, alertándonos, guiándonos, previendo y hasta respondiéndonos cuando necesariamente nos preguntemos —como hasta ahora— qué habría hecho él en una u otra circunstancia.
Y cuando todo parezca más difícil, si por un instante las fuerzas parecieran hacernos ceder, cada cual tendrá que ser, como nos enseñó, su propio Comandante en Jefe, sin tiempo para el cansancio; tomar decisiones y empuñar el arma que sea necesaria donde más se necesite, en pos del bienestar común, con la convicción de que, unidos es posible seguir, crear, vencer.
Y claro está, será imprescindible volver a él una y otra vez, por siempre.