Si me preguntaran qué imágenes de Camilo Cienfuegos prefiero, tengo que confesar que me estremecen las que me acercan a lo que considero su esencia. Me quedo con aquellas en las que se nos presenta con su larga cabellera, su sombrero alón, con un brillo inigualable en sus ojos y una gran picardía en su mirada, siempre expectante, atrevido, observador. Pero más que todo, me quedo con su sonrisa.
Y es que desde pequeños, en la escuela o con los abuelos de casa, conocemos sus hazañas, leemos y recitamos poemas dedicados a él, vemos retratos e imágenes en los libros, en la televisión, en películas. Yo, sin embargo, escojo con más certeza su sonrisa. Hace poco años, mi pequeño hijo me dio una lección de vida el día que lo acompañé a echarle flores a Camilo en un río, muy cerca de su escuela. Mientras hablábamos de esa hermosa tradición que tanto conmueve a los cubanos y cubanas cada 28 de octubre, se entrecortó mi voz cuando él me dijo que no había que recordarlo con tristeza, «porque él siempre se estaba riendo».
Con la inocencia y sabiduría infantil que siempre nos asombra y nos supera, poco antes me había preguntado mientras veíamos la segunda parte de la película Che: Guerrilla, protagonizada por Benicio del Toro por qué ese hombre reía tanto, era capaz de jugar y hacer tantos chistes, si en la guerra no había tiempo para nada y mucho menos para eso, porque podía costarles la vida. Fue entonces que por primera vez se acercó también mi hijo a la inmensa amistad entre esos guerrilleros que honran nuestra historia y nos siguen acompañando cada día.
Este 28 de octubre, estoy segura que dondequiera que haya un cubano de buena voluntad, un amigo de Cuba, un conocedor o amante de nuestra historia patria, se recordará al muchacho humilde, valiente, justo y trabajador que se entregó a la lucha por el bienestar de las mayorías y aún lo sigue haciendo.
Como nos dijera nuestro Fidel, en el pueblo de Cuba hay muchos Camilo y los habrá siempre. Por eso en tiempos tan complejos y convulsos, cuando sigue estando en juego la defensa de lo mejor del ser humano, la cercanía a ese hombre tan sencillo como gigante, nos hace preguntarnos qué hubiera hecho o dicho él ante muchas situaciones cotidianas.
Quizá le hubiéramos interrogado «¿Vamos bien, Camilo?» y más allá de la respuesta, vendría la sonrisa estremecedora y él mismo se iría a la primera línea de combate, nos ratificaría que no hay tiempo para el cansancio, que hay que seguir, que hay que ser valientes, arriesgados, estar seguros de lo que se defiende y hacerlo a toda costa, que nada es más importante que la vida de un solo ser humano, que la justicia plena se alcanza construyéndola, que es posible creer en la amistad, el amor y que hay cosas sagradas en las que no se puede ceder ni un tantico, aunque nos tilden de intransigentes.
Camilo sigue representando la dignidad, la rebeldía, el compromiso, lo mejor de la juventud cubana de todos los tiempos, por eso renace en cada joven que sabe bien de qué lado está el deber y lo antepone ante todo. Cada cubano y cubana lo siente suyo, cercano, lo recuerda de muchas formas, pero siempre, cuando se vuelve a sus imágenes, a sus anécdotas, a las historias del abuelo sobre su cercanía con el pueblo, a la visión de los pequeños de casa, elegimos quedarnos con su presencia: siempre vivo, sonriente y en la pelea.