Un Redmi, de esos que muchos desearían tener, quedó abandonado sobre uno de los asientos del lobby del segundo piso de la sede principal de la Radio y la Televisión cubanas.
El aparato parecía llamar a gritos a su dueño, mientras este se alejaba agitado a la grabación de su programa. Solitario y refulgente sabía, desde ese momento, que era una tentación. Su nuevo destino dependía de los ojos —y hasta del «cristal»— con que lo miraran.
Un gran susto recorrió sus entresijos mecánicos y virtuales cuando sintió acercarse a un desconocido. Este lo tomó en sus manos y lo observó detenidamente: de arriba a abajo, al derecho y al revés. El susto se le trastocó en escalofrío cuando sintió que su nuevo e inesperado poseedor comenzó a marcar por uno de sus hermanos de clase. La suerte, al parecer, estaba echada…
Alguien olvidó su celular aquí… y no encuentro al dueño. ¿Puedo entregárselo para cuando aparezca reclamandándolo?…, decía, mientras un alivio inesperado comenzaba a copar el corazón digital del Redmi.
Cuento la historia anterior con algo de suspenso y de ficción, pero resultó muy real. Y el protagónico de nobleza y honradez humanas tiene un nombre muy preciso y contrastable: Frank Emilio García Delgado, el jefe de estudios de la conocida como UP productora de televisión, video y cine.
Frank Emilio pudo echarse en el bolso, o en el bolsillo, el celular que encontró casualmente en el camino, sin embargo, sus resortes morales le alcanzaron para entender que tal vez iba a colmar algo su necesidad, aunque al costo de vaciar su alma.
No es la primera vez que un gesto como el descrito ocurre en Cuba. Los mismos medios han destacado la actitud de otros muchos cubanos que devolvieron carteras cargadas de dólares u otros objetos de gran valor.
Cuando los colegas hurgaron en la vida de algunos de estos seres no tenían precisamente una existencia holgada, en determinados casos ni siquiera cómoda, solo que no hay mayor holgura que la de una existencia honrada, noble, decente y limpia. Son los herederos en este siglo de aquel principio tan arraigado entre los humildes de esta tierra que preferían «ser pobres, pero honrados».
En contraste, y para dar mayor relieve a la actitud de este cubano, a la misma hora en que él encontraba y devolvía el «suculento» Redmi, tal vez en otro espacio del país —una calle desolada, un transporte público colmado de tensos viajantes, una casa con una familia en apacible descanso—, algún desalmado puede estar al acecho del celular, la moto o la bicicleta eléctrica, o cualquiera de los bienes de un semejante.
Resulta triste que por estos días, aún sin que nuestro país alcance los índices de violencia, de articulación y organización delictiva del mundo que nos rodea, se repitan más historias en las antípodas del gesto de Frank Emilio, que las que se esperan de una sociedad empeñada en edificar un ser humano elevado a su más hermosa y decorosa condición.
Es cosa sabida que las crisis, y la de nuestro país se extiende ya mucho y duro en el tiempo, se dispara la violencia, hacen despertar esa «fiera dormida» que, según el Apóstol, los humanos llevamos dentro.
La ferocidad, la absoluta impiedad de algunos de los actos delincuenciales de los últimos tiempos en el país no dejan mentir a José Martí, como no pueden dejarnos impasibles como sociedad.
Quienes extraviaron su naturaleza humana, quién sabe por cuántos vericuetos o desentendimientos que es preciso indagar como sociedad de aspiraciones socialistas, deben saber que se enfrentarán a una sociedad tan generosa y justiciera en sus fines como tan enérgica y firme en alcanzarlos; dispuesta a defender la integridad, la dignidad, los bienes y la vida de sus ciudadanos.
En buena ley, hay que tratar de parar en seco cualquier malsana tentación.