Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Que la constancia se multiplique en mi Habana

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Me gusta La Habana. Nací en ella y toda mi vida en ella he vivido, y aunque he conocido otras ciudades bellas del mundo, esta Ciudad Maravilla es la raíz que me hala a toda hora y que me permite descubrir siempre algo nuevo.

No espero la fecha designada en noviembre para venerarla y recordar sus tiempos fundacionales. Tantas canciones a esta urbe me hacen quererla a diario, y en los pedacitos que transito voy dejando ese amor imprescindible.

La quiero linda, reluciente, remodelada… Me encanta ver la dorada cúpula del Capitolio, las limpias calles adoquinadas del Casco Histórico, los frondosos árboles de 5ta. Avenida, los edificios bien pintados y hasta los nuevos hoteles que, en ascenso indetenible, espero que me hagan ver algún día el engranaje perfecto entre sus estructuras modernas y la ciudad con estilo más añejo.

Sin embargo, me preocupa que en ese afán por querer tanto a la metrópoli que me vio nacer termine encariñándome con el basurero de la esquina, los deteriorados muros de algunas construcciones, los baches profundos de ciertas calles y los tristes y poco usados ya teléfonos públicos que se han convertido, en algunos casos, en unos vetustos y sucios objetos.

Respeto cada empeño en rescatar espacios, inmuebles, iniciativas comunitarias. Imagino que haya que destinar cuantiosos recursos a devolverle vida a lo que parece ya no tenerla y es vital que después todos cuidemos el resultado. De lo contrario, solo criticaremos lo roto y sucio sin percatarnos de que somos responsables también de ello.

Supongo que en todas las ciudades del país, sus habitantes enamorados de cada rincón anhelen tenerla brillante y restaurada. Confío en que se desplieguen ingeniosas alternativas para lograrlo y, reitero, que luego sea generalizado el cuidado de lo alcanzado. Acá en la capital, yo quiero cuidar lo que existe y todo cuanto se haga para que La Habana deslumbre.

Ni siquiera quiero proponer nuevas estructuras arquitectónicas complejas. Me basta con que mi bodega, la 398 del municipio de Plaza, no siga cayéndose a pedazos y que el histórico hueco de 21 y 6 no se convierta un día en la causa de un fatídico accidente. ¿No sería mejor que los chapeadores que temprano echan a andar sus máquinas portátiles sean secundados después por quienes recojan lo cortado? Cada mañana veré llegar a los alumnos a la escuela primaria Frank Hidalgo Gato, donde estudié, preguntándose cuándo estará remodelada y maquillada. Claro, busquemos la mejor manera para exigir que las fisuras en los techos no aparezcan pocos meses después de inaugurar la obra.

Quiero que la constancia se multiplique en mi Habana. Que las energías sean inagotables, que pensemos que el aniversario de la capital cubana es todos los días. Que no falten los pretextos para adornarla, embellecerla, limpiarla. No imagino La Habana de otra manera.

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