De joven era muy estudiosa. Sus amigos han dicho que amaba resolver problemas; justo su amor por las matemáticas la llevó a matricular Ingeniería Química, una especialidad que en su tiempo era terreno exclusivo de hombres.
Su voz, cálida y tierna, la convirtió en solista de la Coral Universitaria y su gusto por el deporte, en capitana del equipo de voleibol de la Universidad de Oriente.
Disfrutaba lo mismo del ballet que del carnaval santiaguero y odiaba las banalidades, la mentira. «Pensábamos que las personas valían por sus valores, no por la posición económica y social que tuvieran», diría de ella su eterna compañera de los años universitarios Asela de los Santos.
Nacida en el Santiago de héroes y carnavales el 7 de abril de 1930, fue la niña audaz y amorosa que compartía lo mismo la experiencia de trepar un árbol que una clase de francés con sus vecinos.
La adolescente espigada y de maneras elegantes, enamorada de las ciencias. La muchacha transgresora, que se fue a la universidad, «para contribuir al futuro tecnológico del país»; la joven perseverante en el empeño de conseguir la oficialización del centro de altos estudios que necesitaba la región, quien ante la noticia infausta de que Batista había tomado el poder, comprendió, decidida, que había «llegado la hora».
«Me tocó hacer en aquellos días», diría una vez. Hizo mucho y por caminos muy diversos, pero su principal vocación fue la de revolucionaria.
Fue la líder estudiantil que imprimió y distribuyó volantes con versos de José María Heredia, «para que la población leyera del clamor de la libertad desde la belleza de la poesía»; la dirigente clandestina que tuvo el coraje de retar a la cara a un esbirro sanguinario, en nombre del luto de las madres; la amiga que se impuso al dolor ante la pérdida del jefe: «le mandé a poner el uniforme con el grado de coronel», y la guerrillera capaz de suavizar las difíciles jornadas de monte y pólvora en las montañas del Segundo Frente con un manojo de viejas canciones cubanas.
Con la misma fuerza que enfrentó un ejército en el llano o la Sierra, se levantó contra siglos de discriminación y prejuicios hacia la mujer después del triunfo del 1ro. de Enero, una batalla más difícil que las propias luchas libertarias.
Demostró con su ejemplo que el hogar y la Revolución no son incompatibles; convirtió en leyes, instituciones, proyectos, sus concepciones acerca de una verdadera cultura de la igualdad, y fue el alma de la familia cubana.
Nada le fue ajeno, desde la ropa cómoda y la sillita adecuada que debían llevar los niños en un círculo infantil, hasta cambiar la historia de una bailarina de cabaret discriminada; enarbolar las razones de las mujeres en Revolución en la más encumbrada tribuna internacional, y atender en detalles la última voluntad de un compañero.
Alegre, humana, sincera y consecuente: ejemplo, hasta el final de sus días. Así llega hasta nosotros la huella de la Heroína de la Sierra y el Llano, Vilma Espín Guillois, justo cuando celebramos su cumpleaños 93.
Con su andar nos legó un excelso modelo de mujer: el de la serenidad hecha sonrisa, el de la preocupación por el detalle y la voluntad para atender lo grande y también lo pequeño; el de la mujer que supo ser hija de su tiempo.
Su huella, intrépida y delicada, es inspiración para las cubanas de hoy.