Este domingo iremos a las urnas. No como quien va por hacer un cumplido, o por obligación. Iremos porque, ante todo, votar es un derecho. Un derecho que materializa un acto de gran relevancia para el contexto actual, pues cada cubano es parte de esa construcción colectiva en la que se convierte un país cuando se funda y levanta desde sus raíces.
El voto unido no puede ser consigna, no puede ser letra muerta de un cartel en la puerta de una oficina o un hashtag para las redes sociales. Es poner en el Parlamento al obrero, al maestro, al campesino, al médico, al jurista, al cuentapropista, al delegado...
Es votar porque quienes nos representen sean personas que a diario viven y sufren las mismas carencias que el resto; hombres y mujeres conscientes de aquello que necesita un sector u otro, y entienden, también desde el compromiso y la objetividad, cuánto es posible materializar.
Por ellos se vota este domingo. Porque no hacemos nada con elegir a uno u otro y que se nos quede fuera tanta gente buena, capaz de aportar, de crear… Fuera de nuestra Asamblea Nacional.
En aquel discurso, increíble para 1993, cuando Fidel se refiró al voto unido por primera vez, habló de dar una muestra de unidad, de que no nos hemos reblandecido, de que estamos más fuertes que nunca…
Son palabras dignas de estos días, tan llenos de vicisitudes; de decidir entre el alimento u otra necesidad imperiosa para el hogar. Pero el acto de votar y hacerlo por todos, puede ser el camino para fortalecer el país desde ese único órgano nuestro con potestad constituyente y legislativa en la República.
En manos del Parlamento descansan responsabilidades tan importantes como las de aprobar los principios del sistema de dirección del desarrollo económico y social; discutir y aprobar el presupuesto del Estado y controlar su cumplimiento; acordar los sistemas monetario, financiero y fiscal; aprobar los lineamientos generales de la política exterior e interior y ejercer la más alta fiscalización sobre los órganos del Estado...
Que cada cubano pueda decidir en manos de quién deposita esas y otras facultades, no es casualidad. Es fruto de un proceso minucioso desde la base, no exento de errores y siempre perfectible, cuyo único objetivo es constituir una Asamblea Nacional con hombres y mujeres de bien; trabajadores y estudiantes, jóvenes y adultos. Gente con cuya experiencia es un orgullo y un privilegio poder contar.
Entonces, votar es un derecho y también un deber. Un deber con el futuro y con la tierra que te ha visto nacer. Y no votar también es un derecho, o en todo caso, el no ejercicio de un derecho. Una oportunidad desaprovechada de sumar, apoyar, empujar hacia el futuro esta nación que tanto necesita de sus hijos, de su inteligencia, de su trabajo en equipo y de sus oídos para saber escuchar cuando se señala si algo va mal.
Ya se había dicho por estos días: convocar a elecciones en Cuba hoy es un acto de valentía. Y se hace porque se confía en la madurez política de este pueblo, que ha sabido siempre, aunque no siempre le haya sido posible alcanzarlo, qué es lo mejor para su Patria.