Hoy no se cumplen seis años de la muerte de Fidel. Hoy celebramos los seis primeros años de su sobrevida en la inmortalidad; que bien se ganó ese sitio guerreando por la justicia, por los abruptos y difíciles caminos de la emancipación, y convencido de que un mundo mejor es posible. Y de que una Cuba mejor es posible.
Vivió en zafarrancho, a pura guerrilla. Fue un raro estadista, que no cabía en los salones y en los despachos. Dejó sus surcos y huellas en todo el paisaje insular y en el registro sentimental de Cuba. Se echó sobre los hombros un país que pesa muchísimo. Revirtió la Historia. Ganó el liderazgo no en urnas efímeras para poltronas acomodaticias, sino en el vórtice de los peligros siempre, abriendo trillos en las malezas de este mundo. A co…raje. A pecho abierto frente al enemigo y echando su suerte por los más, esos que tienen menos.
Situó a Cuba en el mapa de la dignidad. Enfrentó, sin bajar la frente, crisis de octubre y crisis de todos los meses y de todos los años, caídas, desplomes y «vuelveaempezar». Sobrevivió a numerosos planes de desaparecerlo. Numantino, partió cuando quiso, para volver en millones. Sigue siendo controversial y punzante en su mesianismo a la izquierda. Desbordó las fronteras de este archipiélago y habló y plantó por los olvidados de este mundo. Hizo de la política un arte, una cátedra de sapiencia y un manto de generosidad. No una moneda de cambio al mejor postor.
Como un caballero antiguo en una nave cósmica, viajaba constantemente al futuro y retornaba para alertarnos de las tempestades que sobrevendrán, pero también de los rebrotes de la esperanza. Se caía y volvía a levantarse.
Anda entre nosotros observándolo todo, y alertándonos de los peligros de afuera y de adentro, que no son pocos. Ya en 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, ante los estudiantes definió su oficio: rebelde. Y ese día reflexionó socráticamente: «…Entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo». Llegó a preguntarse si puede ser o no irreversible un proceso revolucionario. Esa interrogante, y el alerta de que «esta Revolución puede destruirse… nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra», los dejó gravitando sobre nuestra vergüenza nacional.
Y el concepto de Revolución que proclamó el 1ro. de mayo de 2000, su testamento político adelantado, sigue desafiando nuestro rumbo, como para no convertirlo nunca en ritual de museo ni malgastarlo en campañas de ocasión, consignas autómatas ni fanatismos estériles. Esa definición tan honda y candente es la luz que puede alumbrar el camino, con sabias adecuaciones dialécticas; sin dogmatismos ni parálisis, en medio de tantas sombras que nos acechan. Solo con la fe y la convicción que sedimenta la justicia.