¿Qué es exactamente la belleza? ¿Dónde hallarla? ¿Resulta intocada por los años? En estos tiempos de Internet, de redes, de hipercomunicación global, algunas publicaciones empiezan a vender la juventud eterna como la meta, los años como un defecto a corregir, las arrugas como afrenta. Y por supuesto, asoman un mundo níveo, nácar, alba, como diría la poeta argentina Alfonsina Storni.
Muchos sitios han establecido el comercio de las arrugas y te invitan a seguirlos. «No podrás creer cómo se ve ahora», te dicen con sorna, y a continuación te endilgan alguna figura más o menos conocida del mundo del espectáculo o del deporte en su apogeo, en su lozano esplendor y luego en su madurez, en su vejez. Suelen ser historietas infladas, coloridas, mancas de sustancia, que se aderezan en cada clic con sus respectivas propuestas de venta, un poquito más abajo, un poquito más arriba.
Nunca olvidaré el diálogo que sostuve con Eufemia, una dama santiaguera que cumplía 111 años. Un uno al lado del otro y otro más. «No hice nada para merecer esto, pero creo que el Señor me ha premiado… será que he sido muy buena», acotó. Y a continuación, me habló de cómo le cantaba a las flores que ella misma cultivaba, de la muerte de algunos de sus hijos, de aquellos que adoptó, que crió, como si fueran de su mismísima sangre.
Eufemia era hermosa, hermosísima. Sus años, su ascendencia africana, su filosofía natural, habían afincado esa belleza esencial que no consiste en la tersura de la piel, sino en la maravilla de la existencia, en la longevidad del espíritu, en la sabiduría de la vida.
Hay que despegar los ojos de la pantallay echar una mirada a nuestro alrededor, a la belleza pura de la persistencia de nuestros padres y abuelos.
Cuidar a los ancianos va más allá de propiciarles una adecuada atención médica. Es necesario repensar espacios y proyectos donde compartan con sus coetáneos y con personas de todas las edades. Es preciso diferenciar para ellos el precio de acceso a muchas instalaciones, productos y servicios. Es urgente propiciar una plataforma de pensamiento a nivel social que les respete. Se impone aprovechar sus posibilidades y no detenernos en sus limitaciones.
«Hay que dar paso a los jóvenes» o «la juventud se impone», son algunas de esas sentencias que se nos antojan naturales a primera vista; pero que portan en su tejido hilos de cierto pensamiento discriminador, de apartheid etario. Lo peor es que bajo semejante cobija he visto cometer muchas injusticias, muchos disparates.
Cada persona a la que se empuja, a la que no se le agradece su entrega de años, que no recibe su jubilación con júbilo, es una derrota. El mundo muere un poco con cada lágrima de anciano.
Viví un día triste recientemente cuando escuché a mi pequeña vecina decirle a su abuela que era fea. Fea, porque tienes la nariz grande, le soltó. Se me agolparon los recuerdos, sentí el latigazo, corrí. Y regresé de pronto a mis abuelas que se fueron para siempre, que presiden la sala con su imagen, cual diosas tutelares; que desandan dentro de uno con sus abrazos infinitos, con sus refranes inolvidables, con sus natillas de ternura.
No hay abuelas feas, ni abuelos feos. La belleza nada tiene que ver con el tamaño de la nariz. Este universo en el que navegamos duramente sería mejor si acompañáramos a nuestras abuelas y abuelos, si los escucháramos más. Míralos, mírate.