La frase, saltarina y hasta de posible interpretación jocosa, de «Vamos a tener que acostumbrarnos a trabajar», anda en el entramado popular como la última novedad lexical vinculada a la realidad que ha desencadenado la pandemia.
Tampoco se vayan con el primer impulso: conténganse para no replicar con un «¡No chives, hombre, si aquí los hay que nunca se han habituado a doblar la espalda!». Estoy de acuerdo, pero tampoco coja el rábano por las hojas.
Escribo motivado por esa frase que algún extremista o suspicaz, gente fulastre, puede interpretar de mala intención, pero que en este caso se refiere a aquellas personas afectadas por la paralización de faenas en la producción o los servicios por las circunstancias pandémicas.
¡Tranquilos! Simplemente desempolvo esa oración insertada en el legado de un burujón de palabras puestas de moda por el virus, como anticuerpos, oxígeno en sangre, mutación, pruebas de PCR, principales comorbilidades, eficacia en las variables inmunológicas, propagación acelerada, distanciamiento, nasobuco, daños colaterales, modelos de pronósticos, nueva normalidad y, en especial, vacunas.
Sobre esa última se sabe más ahora que sobre ninguna otra porque hemos seguido anhelantes y confiados el surgimiento y desarrollo de los criollísimos antídotos, hechos a marcha forzosa para ponerle bridas a la enfermedad, gracias a esa entrega de nuestros científicos. Imposible de atrapar en un solo adjetivo, porque ¡merecen una apología!
La COVID-19 desencadenó otras frases en las relaciones interpersonales en las que casi nunca falta el «¡Cuídate!», el «¡Aléjate de los molotes!» o el «Aquí, resistiendo los embates…», y ante el tradicional «¿Cómo estás?» se suele responder a manera de mazazo un aliviado «¡Vivo y luchando!».
La pandemia y sus circunstancias crearon hasta preguntas indiscretas, impensables en otro momento, porque si vas con una jaba llena (¿Habrá alguien que se mueve sin una?), cualquiera te acosa para saber qué compraste y dónde. Y ante el «Sí, pesqué…», siempre hay quien te suelta a cara destemplada «Déjame ver…», e intenta meter sus narices; o se acerca excesivamente para secretear: «Si fue por la izquierda, ponme la buena». ¡¿Buena?!
Es en ese entramado de expresiones —de las que oprimen el pecho prefiero
decir solo eso, para dejar reposar el dolor— se inserta la frase inicial. Ese «Vamos a tener que acostumbrarnos a trabajar», que refleja también —pienso yo— hasta qué punto se ha protegido a las personas sin escatimar nada, y cómo la pausa impuesta por la pandemia melló las costumbres laborales de muchos, incluida la de abandonar la cama antes del amanecer o con los primeros claros del día.
En realidad, las facilidades para regular el tratamiento laboral, salarial y de seguridad social bajo el concepto de que ningún cubano quedará desprotegido han sido proverbiales. El que lloriquee por más resulta un abusador. Bueno, lo sé: siempre hay inconformes en todo y sobre todo. Así resulta la vida… ¡Y que no nos exijan inventar otra! ¿Qué se han creído?
Tampoco se puede obviar que la novedad lexical pandémica, además de popularizar determinados términos, expandió la sabiduría e incitó a las personas a profundizar en sus conocimientos sobre situaciones que pueden limitar la frontera entre la vida y la muerte. Y si a eso pudimos acostumbrarnos rápido, la vuelta al trabajo cotidiano no puede ser la mar de difícil… ¿Alguien lo duda? ¡Ni un loco!