En mi época, septiembre nos sabía a abrazo y a reecuentro, pero era más que un lujo captar esos momentos de emociones en una foto de «rollito», algo que estaba reservado para las graduaciones del prescolar y los grados terminales (sexto, noveno y duodécimo).
Ahora resulta extrañísimo que no haya celulares captando imágenes de manos estrechadas y de besos, o que transcurra la arrancada del noveno mes del año sin que esas escenas lleguen inmediatamente a las redes sociales.
¿Cuántos «selfies», por ejemplo, se hicieron el martes los millones de retoños que en casi todo el país reiniciaron el curso escolar? Estimar una cifra sería una aventura.
Vimos niños y padres con nasobuco, felices de regresar a la escuela después de cinco meses y 12 días de inactividad, el período más largo que recuerde desde que tengo uso de razón.
Observamos de nuevo la mochila cargada de sueños, ilusiones, travesuras e inocencias. Y en otro bolso la merienda, preparada no sin surcar pocas inclemencias.
Ese dibujo real que retrata la mochila otra vez camino a las aulas contiene un simbolismo de peso, que habla de una conquista suprema en medio de una crisis sanitaria mundial y de suspensiones docentes interminables en otras latitudes cercanas y lejanas.
Pero tales episodios de alegría, captados por tantos teléfonos móviles, nos van revelando también cuán grande es el desafío que tenemos por delante progenitores y maestros en época de coronavirus.
Lo escribo incluso con conocimiento de causa porque soy padre de tres hijos -cada uno en una etapa distinta de la vida: primera enseñanza, primaria y preuniversitario- y he comprobado lo difícil que es hablar de distanciamientos sociales, de cero besos y abrazos, de no llevarse las manos a la cara o de «poco contacto con los amiguitos».
Los tres me hablan de las normas estrictas que actualmente rigen en la escuela y yo me alegro como muchos otros padres, pero bien se sabe que los niños, adolescentes y jóvenes suelen saltar las reglas en un pestañazo. No perciben el riesgo igual que sus antecesores.
El propio día primero de septiembre vi en las redes sociales más de dos caritas unidas por la amistad, más de un abrazo efusivo vestido de uniforme, más de un grupo posando cabeza con cabeza para la foto de ocasión.
Ante un fenómeno inédito, que trastoca no solo la ubicación de los pupitres, necesitamos llenar esa mochila simbólica de nuevos conceptos, enseñanzas, persuasiones y charlas. Llenarla, especialmente, de ejemplos nuestros, porque muchas veces los mayores son los primeros que violan cada principio establecido para evitar la enfermedad o se mofan del virus en son de choteo.
Tales nociones son básicas para que princesas y príncipes se sigan empinando, con mayores cuidados, pero sin «alarmismos» y a la vez con más bríos y esperanzas.