El lugar es idóneo, es la sede de altos estudios de una ciudad maravillosa, acosada desde hace 60 años, pero que vive, sueña y resiste gracias a la historia revolucionaria de sus hijos. En la Universidad de La Habana abraza y protege el Alma Máter, esa que vio crecer a Mella, a Fidel, a Raúl y hoy cuida a todos los jóvenes que desde las aulas transforman la vida del país.
Es el mismo sitio que estremeció al Comandante Hugo Rafael Chávez Frías en su primer viaje a Cuba, cuando aún no era presidente de la República Bolivariana de Venezuela, y donde Fidel, desde el Aula Magna de la institución, escuchó las ideas progresistas del futuro líder político de América.
La Escalinata ha sido testigo de momentos trascendentales en la historia cubana y continental. En los días más difíciles del país, Fidel acudía a ella y al poder aglutinador de los jóvenes para consultarlos y salir más fortalecidos a enfrentar el futuro. Así continuó haciéndolo el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido, y hoy como buen hijo, el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
Cada noche de 27 de enero, la Colina se ilumina por antorchas que recuerdan al más universal de todos los cubanos en el advenimiento de su natalicio, otra tradición que perdura en el tiempo y que fue concertada por jóvenes, encabezados por el líder histórico de la Revolución Cubana, en el año del centenario del Apóstol.
Fue el lugar donde los estudiantes decidieron acampar durante varios días luego de la muerte del Comandante en Jefe. Desde aquel 25 de noviembre de 2016, la Universidad se convirtió en el primer bastión de tributo al eterno líder revolucionario y de entre sus miembros surgió la consigna más repetida y arraigada en el pueblo en los últimos años: ¡Yo soy Fidel!
Ese poder de convocatoria se evidenció el sábado último. Allí, en la Escalinata, estaba de nuevo la juventud, una generación que se movilizó por convicción junto a nuestros líderes para apoyar la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), en la celebración de su aniversario 15to., que tiene lugar en momentos convulsos y definitorios para la región. Porque son días en que el imperio y sus marionetas hacen y deshacen en su obcecado intento de volver a articular los mecanismos neoliberales de dominación.
Otra vez, como tantas veces, la legendaria institución estaba concurrida por jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe, así como por delegaciones de los países miembros e invitados, quienes tras participar en la 17ma. Cumbre del ALBA-TCP eran escoltados por un grupo compacto de estudiantes universitarios que abarrotaron las escaleras y pasillos del lugar.
Bajo la égida simbólica de Chávez y Fidel, en una tarde-noche matizada por la alegría y el optimismo, el ALBA-TCP volvía a resurgir como alternativa a los tiempos difíciles que corren en la región, sin olvidar nunca a los dos gigantes que fundaron el bloque en respuesta al Área de Libre Comercio de las Américas, en diciembre de 2004.
Después de todas las dificultades que han enfrentado los países pertenecientes a la Alianza, esta tenía que ir a beber de la sangre nueva y llenarse de un espíritu transformador en el sitio que significa para los cubanos resistencia nacional: la Universidad de La Habana. Por eso, desde allí el Presidente Díaz-Canel dijo: «¡A ustedes y a todos los jóvenes de Cuba, Latinoamérica y el Caribe, nos dirigimos hoy!».
Entonces era necesario ratificar la continuidad del proyecto que surgió por y para las naciones soberanas, en días en que Estados Unidos arremete con toda arrogancia contra los Estados independientes que coexisten y miran el progreso desde la izquierda.
La juventud cubana y la de otros países que estudia aquí, como parte también de los beneficios que brindan los acuerdos del ALBA-TCP, demostró el sábado último que cuando existe una buena estructura de principios solidarios, la insolencia sobra y las ideas triunfan.
Con esos sólidos principios que defiende este mecanismo de concertación e integración, se volvió al epicentro fecundo de las batallas por la autodeterminación popular. Allí, junto a Martí y Bolívar, quedó expuesto el camino social que prefieren los jóvenes para desarrollar el futuro y nuevamente la Escalinata los abrazó como testigo de otra jornada histórica, de nuevos amaneceres de paz y de unidad.