Más de una vez en mi vida he escuchado el reproche de personas muy cuerdas, demasiado cuerdas: «Está bien, el mundo está muy mal y a tanta gente le va mal, es cierto. Pero, ¿qué proponen ustedes que sea razonable para lograr cambiarlo?».
Hoy en Cuba comprobamos que somos muchos los que peleamos con el pensamiento y la palabra por la defensa y profundización del socialismo como única opción para la justicia social, la viabilidad de la economía y la vida material, el bienestar de la mayoría y la conservación de la soberanía nacional. Pero me temo que son numerosos los que no se están planteando el problema que implica esa u otra opción, y que quizá no sean pocos los que nos repetirían la pregunta desarmante de la cordura, incrédulos de que sea posible no «volver a la normalidad», aunque ello implique «vivir como antes».
Las revoluciones cubanas han sido asaltos maravillosos contra la lógica, combates sublimes de multitudes y visiones iluminadoras de seres humanos descollantes, desde el «no es un sueño, es verdad» del jovencito José Julián Martí hasta «las masas están listas, solo necesitan que se les muestre el camino verdadero» del joven Fidel Castro. La Revolución triunfó al fin en 1959, acabó con la cordura y destrozó las leyes de la geopolítica. Ya nadie se conformó con «darse su lugar», todos fuimos más malos que Aponte y derrotamos al imperialismo. Y solo por eso fue posible que las vidas cambiaran y se enriquecieran prodigiosamente, y que las relaciones humanas y sociales se transformaran tanto a favor del pueblo y del sistema social.
Usé el verbo pelear porque estamos en medio de una guerra: la contienda cultural entre el socialismo y el capitalismo en Cuba y la guerra cultural del capitalismo contra todos los pueblos del mundo. Como sucede, hay frentes diferentes y situaciones y coyunturas diversas. El breve comentario que me piden debe referirse al frente de los símbolos.
En los pueblos que han logrado avanzar en la lucha tremenda por liberarse del colonialismo que el capitalismo le ha impuesto a la mayoría del planeta, numerosos aspectos de su universo simbólico adquieren una importancia excepcional. Son fuerzas inmensas con las que cuentan, muy superiores a sus escasas fuerzas materiales, porque son capaces de promover la emoción, exaltar los valores y guiar la actuación hasta cotas de esfuerzos, incluso de abnegación, heroísmo y sacrificios, que serían imposibles sin ellas, y propician triunfos que pueden ser asombrosos. Al mismo tiempo, son el santo y seña cívicos de una comunidad nacional, las canciones, las telas, los nombres, los lugares que identifican y reúnen a las hijas y los hijos de un pueblo orgulloso de su historia.
Por eso, los símbolos cubanos son hoy también un frente en la guerra cultural. Y como en tantos otros terrenos, no ganaríamos mucho discutiendo detalles sobre el ordenamiento legal respecto a los símbolos nacionales. Lo que a mi juicio es realmente importante es si vamos a enfrentar nuestros problemas fundamentales como revolucionarios cubanos socialistas, con la mayor participación real que sea posible en cada caso, con honestidad ante los datos de esos problemas, con la apelación al consenso y la creatividad de los implicados, con la mayor flexibilidad táctica y con el más férreo apego a los principios.
Desde ese marco podemos evaluar, por ejemplo, los hechos negativos recientes que han indignado a los que los conocieron. Si tres jóvenes que proceden obviamente de medios modestos bailan semivestidas con la bandera nacional en una actividad oficial organizada para recibir a turistas norteamericanos, está claro que es un hecho bochornoso. Pero además de establecer responsabilidades y motivaciones interesadas, sancionarlas y hacer público todo, para que sea útil el saldo, es conveniente analizar la cuestión más seriamente, y también discutirla.
¿Es posible que sectores de pobres comiencen a priorizar un ingreso que les permita resolver necesidades perentorias, y no el rechazo a una ofensa a la dignidad y los símbolos nacionales? ¿No son inercia y lenidad las de un funcionario que sepa que algo así sucederá y no lo impida? ¿Gana terreno la actitud obsecuente ante la ofensiva de paz imperialista que pretende desmoralizarnos, dividirnos y que perdamos la sociedad que entre todos logramos crear? Despolitizarse, perder el orgullo de ser cubano, ver iniquidades como hechos naturales, ser corrupto, asumir horizontes de sobrevivencia o de intereses mezquinos, es debilitar la patria frente al imperialismo y a un posible regreso al capitalismo.
Hay que defender y difundir la causa del patriotismo socialista, hay que hacer conciencia y movilizar, hay que vivir y compartir las emociones y los sentimientos, las ideas y las actuaciones que han llevado a este pueblo a ser admirado en el mundo. Los símbolos nacionales no son cosas fijas que deben ser honradas según un recetario establecido, son algo que vive cuando lo hacemos vivir, son una relación íntima de cada uno y del pueblo entero con una dimensión que las personas y la nación convirtieron en algo entrañable.
En su discurso en homenaje a Antonio Maceo, el 7 de diciembre de 1962, el Che hizo un análisis muy profundo de lo que significaba Maceo al pie de la Crisis de Octubre, que es necesario que leamos todos ahora, por el valor extraordinario que tiene y lo mucho que nos puede ayudar. Rescato una frase del Che: «Hemos llegado a un momento en que el machete de Maceo vuelve a estar presente y vuelve a adquirir su antigua dimensión». A través de las imágenes, el Che devela la comunión, rinde homenaje al heroísmo en masa —«nuestro pueblo todo fue un Maceo»—, devuelve la frase definitiva y admonitoria de Titán para quien intente apoderarse de Cuba, y reúne el orgullo, la fe en el porvenir de este pueblo y en la liberación de los pueblos.
No propongo nada razonable para cambiar el mundo. Considerado de una manera razonable, el mundo seguirá igual, y lo más probable es que se ponga peor. Será venciendo a lo imposible y doblegando a la lógica que conquistaremos más justicia y más libertad, y abriremos camino hacia un mundo nuevo.
*Premio Nacional de Ciencias Sociales, director del Centro de Integración Cultural Juan Marinello