Voy caminando y finjo que tropiezo. No es actuación barata; tiene un buen propósito. Debo dejar caer ese libro en sus manos. Sé que el título le interesará. Y si llego y digo que está escrito por mi Martí… puede que crean, como algunos dicen, que es muy denso para este tiempo.
Entonces debo conquistarlo de otro modo, definitivamente. Por eso actúo y tropiezo, y caigo y lo que sea. Debe saber que lo que hallará puede ayudarle a entender mejor su vida, y la vida de todos; y no se trata de una manía obsesiva de proclamar al Apóstol como lo mejor.
Lo importante es que el truco funciona. Ha mirado mi texto volando por los aires y el efecto del tema capturado al vuelo es arrasador. «¿Me lo prestas?». ¡Victoria! Y yo asiento orgullosa desprendiéndome de mi tesoro para multiplicarlo en más valor.
Darlo, por supuesto, me hace feliz. Quiero llevarme a mi mundo martiano a cuanto amigo, conocido o accidental compañero me encuentre al paso. Me entristecen quienes siguen viendo a mi Apóstol pasado de moda. A mí, que le converso tanto; a mí que le grito desorientada y hasta el libro al alcance suele abrirse en una página especial para el instante de desasosiego que me atrapa. No puedo aceptar que algunos crean que mi Pepe es de otro siglo. Porque no dejo de hablarle y siempre me contesta. Y eso es más que suficiente para que sea tan actual como los analistas modernos más avezados en desentrañar misterios políticos, sentimentales, económicos o sociales.
Algunos siguen con oídos sordos. «Tú y tus martianos», sueltan en tono de «chiste» que se impone en ciertos círculos de compañía. Porque debemos aceptar que a veces las amistades, aunque terminen destruyendo cualquier barrera gracias a sus sentimientos, no comparten todas nuestras ideas o preferencias. Y una debe ponerse fuerte y tierna, lista para el golpe de efecto y la caricia. Todo con el fin de la conquista segura.
Suelo simular que mi vista anda distraída y mis oídos deambulan por otro planeta. Pero no es así. Tal vez me mantengo un rato sin alterarme, mas la procesión va por dentro, como dijera Pepe. No va como la de los fanáticos, obsesionados con un tema, porque anda guiada por el amor más puro, aunque la pasión sea voraz.
No ahogo con mi certeza. No dejo subir mi tono de voz. Pero me lanzo a convencer, persuadir y «taladrar» los sentidos de quien me escucha. Tengo que hacerlo. Es imprescindible que inocule una pequeña dosis de mi «poción» salvadora. Casi es tema frecuente. Se introduce en la conversación en el instante de las bromas colectivas, pero entre col y col… algo nuevo se llevan mis colegas de parranda. ¿Qué mejor momento para volverse conscientemente seguidor del Apóstol que cuando se anda despojado de convencionalismos, formalidades y a merced de los socios de siempre?
Existen algunos secretillos del «oficio» de conquistar amigos. Para eso los conozco, para colarme en sus pensamientos por donde sé que tengo vía libre. Porque todos tenemos un paradigma. O varios. Y hay valores comunes que compartimos por los que se pueden tender puentes eternos. Quien ama la lealtad, la verdad, el valor, amará a quienes saben hacer de esas cualidades su modo de vida. Ese es el íntimo código que empleo para acortar distancias entre mi Martí y algunas de mis amistades.
Porque no puedo permitir que se paralicen en el tiempo. No acepto que anden desfasados de estos días. Ni tolero con resignación que me digan que no lo necesitan. Ellos no lo saben, pero están hartos de vivir sin él. Y yo se los regalo con amor de amiga. Porque sé que ser martiano no pasa de moda. Ni pasará.